Esperanza “con la muerte en los talones”

Publicado con permiso de la autora

Daniel Arasa

Foto: FIAMC Press Services

Nuestra sociedad tiende a esconder la muerte. A silenciarla, a pasar rápidamente página cuando se produce algún fallecimiento. Nadie puede olvidar del todo que algún día morirá, pero procura no pensar en ello y, en todo caso, lo ubica siempre como algo lejano. Por supuesto, muchas personas menos aún quieren plantearse qué hay detrás de la muerte.

El Covid 19 ha dado un vuelco a todo en pocas semanas. Estamos lejos de haber concluido la pandemia y tenemos conocidos, o quizás personas muy próximas, afectadas o incluso fallecidas. Ya nadie puede pensar en su propia muerte a décadas vista, y que incluso podrá en su momento controlarla. Ahora cualquiera ve con total nitidez que para uno mismo o para familiares o amigos puede llegar hoy, mañana, dentro de una semana, de un mes… La muerte acecha tras nuestros pasos, está merodeando muy cerca de cada uno de nosotros como lo hacía con Cary Grant cuando protagonizaba la película “Con la muerte en los talones” de Alfred Hitchcock.

Foto: FIAMC Press Sercices

Algún lector podrá pensar que es de mal gusto hablar “en directo” de la muerte, y más en la coyuntura de que fallecen cada día por coronavirus cerca de mil personas en España. Pienso que es todo lo contrario. Es precisamente algo de lo que hay que hablar con naturalidad y sin pesimismo. Porque es una realidad que todos están palpando y de la que, desgraciadamente, ni siquiera hablan a fondo algunos sacerdotes, cediendo una vez más a lo políticamente correcto. Si, hacen muchas referencias al coronavirus y al número de muertos, pero no aplican una visión sobrenatural. Hablar de vez en cuando a fondo de la muerte, y más ahora, es poner a cada uno ante su propio destino para que pueda prepararse.

Quienes tenemos la gran suerte de ser creyentes sabemos que tras esta vida hay otra más plena. Amamos esta vida y luchamos por conservarla, como debe ser, pero teniendo claro que esta tierra no es morada permanente. 

El coronavirus es un gran desastre, del que evidentemente saldremos adelante aunque deje tras de sí mucho dolor y cambios enormes en lo humano, social y económico. Es un golpe a nuestro estilo de vida, pero todas las pandemias que ha sufrido la humanidad han sido superadas, y hoy los medios son mucho mayores que en el pasado. Junto a los muchos males podemos aprovechar esta ola de incertidumbre y de muerte para mejorar la investigación médica y destinarle más recursos, incrementar el teletrabajo y reformar muchas estructuras económicas. Se ha producido un crecimiento en la solidaridad y en espíritu de sacrificio que vale la pena conservar. Puede haber servido para mejorar nuestra vida de familia al obligarnos a una mayor convivencia, y también para replantearnos en profundidad la vida: qué somos, de dónde venimos, adónde vamos, por qué estamos aquí.

La pandemia ayuda a la humildad personal y colectiva al recordarnos que somos limitados porque somos humanos, algo que parecía habérsenos olvidado. Si escarbamos nos daremos cuenta de que al final todo depende de Dios.

Hablar de coronavirus y su rastro de muerte y enfermedad es para mí, y sé que para muchos otros, hablar de esperanza. Tenemos confianza en que a través de la ciencia y de las medidas decretadas por las autoridades se logrará vencerlo. Pero vamos más allá: nos habrá dado una oportunidad de detectar nuestra vulnerabilidad, un toque de atención para mirar hacia lo alto y recordar que cada uno recibirá según su amor y sus obras.