“Y  NO  NOS  DEJES  CAER   EN LA DEPRESIÓN”

En cierta ocasión, escuché cómo una mujer que rezaba el “Padrenuestro”, sustituía en un lapsus la frase, “y no nos dejes caer en la tentación”, por la de “y no nos dejes caer en la depresión”.

En el fondo, estas dos frases podrían ser intercambiables, ya que la depresión lleva a la gran tentación de desear  la muerte como solución final al sufrimiento depresivo.

Esta buena mujer, sin saberlo, me llevó a estudiar la depresión y con ello a intentar aportar algo de ayuda al enorme sufrimiento que produce en la humanidad. En este empeño, paso a exponer sucintamente, algunas de mis reflexiones.

La depresión como hundimiento vital.

El depresivo se siente como en un pozo o en un túnel, sin horizonte de salida. Sufre en todo su ser, sufre incluso por vivir, está “hundido vitalmente”.

La depresión es un hecho universal que afecta a toda la humanidad, pero es en la sociedad occidental donde alcanza su vértice epidemiológico. Porque, la sociedad occidental, al querer ser individualmente competitiva (lo que genera un coste psicológico que no todo el mundo puede soportar, de ahí la “quiebra“), se “hunde” en la depresión. Esta situación genera un segundo problema: el individuo que cae en la depresión, necesita “levantarse”, para lo cual utiliza “euforizantes” que le devuelvan las ganas de vivir. Esto explica, en buena parte, el consumo de drogas estimulantes (cafeína, nicotina, alcohol, cocaína, etc.) o de adiciones psicológicas (tragaperras, consumo compulsivo, bulimias, adición al sexo, adición al trabajo, riesgo y velocidad, etc.). Aunque, después de los “subidones” se vuelve al “hundimiento”, que hace “adictos” al consumo más intenso de euforizantes.

Una sociedad individualista se transforma, de este modo, en una sociedad depresiva, para, después, transformarse en una sociedad (droga) adicta.

Al contrario que en el individualismo occidental, en las “sociedades comunitarias“, de intensa convivencia interaccional, donde todo se comparte, hasta sufrimiento, la posición depresiva es menos frecuente y de manifestación más suave. El “yo colectivo” es de menor coste psicológico que el “yo individual”, por lo que permite disolver la depresión entre los miembros de la comunidad. ¿Quién no ha vivenciado la diferencia entre en “dolor festivo” de toda la comunidad en el entierro de uno de sus miembros, comparado con la soledad profunda y lacerante de algunos entierros en las individualidades urbanas?

Los tres nombres de la depresión.

La historia de la depresión está jalonada por tres vocablos, melancolía, acedia y depresión, que corresponden a tres marcos de pensamiento: el cosmológico, el teológico y el antropológico.

* La “melancolía” (melaina cholé, atra bilis, bilis negra), según el pensamiento cosmológico griego, provenía de la alteración “física” del equilibrio humoral. La corriente hipocrática (siglos V-IV aC) afirmaba que la alteración cuantitativa y cualitativa (discrasia) de la “bilis negra” (uno de los cuatro humores corporales) producía el estado patológico melancólico depresivo.

* La “acedia” (acedia, accidia, acidia), en el contexto teológico de la Edad Media, que era concebida como acción del maligno (tedium vitae, noche oscura del alma, sequedad interior, etc.), producía pereza, hastío y desafección hacia Dios. Afectaba sobre todo a los monjes y también al pueblo cristiano, como nos narran los Libros Penintenciales que guiaban la confesión. La acedia adquirió tal importancia, que fue considerada como uno de los siete “pecados capitales” (orgullo, envidia, cólera, acedia, avaricia, gula y lujuria). En el catecismo se explicaba la acedia como “pereza” (pigritia), recomendando,contra pereza, diligencia”.

* La “depresión”, en el contexto antropológico de la modernidad, es tratada como “hundimiento” del estado de la mente, como “caída en lo oscuro”, como abatimiento, postración, distonía, pérdida del sentido de la vida y descenso hacia la muerte.

Trataremos de ahondar, aunque con brevedad, en el concepto actual de depresión.

¿Qué es, pues, la depresión?

La depresión es una enfermedad que afecta a todo ser del hombre y que puede definirse como un “hundimiento vital”, originado sobre todo, según nuestro entender, por una grave “quiebra biográfica”, cuya curación va ligada al trabajo terapéutico de “restauración biográfica”.

Superando ciertas conceptualizaciones biologistas sobre la procedencia endógena de la depresión (“enfermedad”, disease), muy en la línea de la industria farmacológica, que restan importancia a los aspectos reactivos exógenos (biográficos) de la depresión  (“trastorno”, illness); o a otras que la definen como “problema afectivo“ (distimia, hipertimia, etc.), afirmamos que la depresión es una enfermedad de dimensión antropológica, que engloba la doble vertiente biológica y cultural del ser humano.

Por otra parte, la depresión si bien afecta a toda la humanidad, sin embargo, se patentiza de desigual modo, tanto cuantitativa como cualitativamente, según las diversas culturas. Por ello, ciertos listados sintomáticos (como el DSM IV, por ejemplo) sobre la depresión, sólo son utilizables diagnósticamente en el marco de la cultura de referencia. En este sentido, se impone un análisis transcultural de la depresión, tanto en las diversas etnias (países), como en los diversos grupos étnicos (migraciones, etclases, etc.).

El origen de la depresión puede ser, por una parte, endógeno (meramente biológico), pero también, derivado “secundariamente” de alguna enfermedad somática o de la ingesta de medicamentos o drogas, siendo este grupo “endógeno”, el menos numeroso. Sin embargo y en un altísimo porcentaje, se quiera aceptar o no, la depresión tiene una etiología biográfica (quiebra biográfica, suceso vital) en combinación con los trastornos neuróticos de la personalidad del depresivo.

Ante las “perdidas” (muerte de un ser querido, despido laboral, divorcio, desarraigo, jubilación, marginación, etc.) o los “sucesos vitales” (accidentes, amputaciones, estados terminales, catástrofes, guerras, etc.), el individuo o la comunidad vivencian que se ha roto el hilo conductor de su  biografía o su historia. Es como una vivencia de muerte parcial. Algo o alguien relacionalmente muy querido (“como parte del sujeto y de su biografía”) “se ha muerto” en la vida del depresivo, lo ha empobrecido”. En estos casos de quiebra biográfica, la parte que aún queda viva, queda desmantelada y quiere seguir los pasos de la parte muerta.

La depresión se vivencia como una “amargura existencial”, donde todo se percibe  como “oscuro”, como “estrechándose”, “sin futuro”, desde un “vaciamiento del yo”, desde una “desvinculación” del mundo y de los demás. La devaluación biográfica impide el goce y la alegría de vivir, dando paso al llanto y a la tristeza.

Aparece una anergia o ausencia de “pulsión vital” (apatía, aburrimiento, pasotismo, desmotivación, inhibición, rigidez, insensibilidad, astenia, desmotivación general, etc.). Es notorio el enlentecimiento físico (fatiga, movimientos lentos, descoordinación motriz, pesantez, etc.) y psíquico (desmemoria, falta de concentración, desconexión comunicativa, fatiga en el “pensar”, etc.). El depresivo emite poca comunicación (escrita, hablada, gestual, ritual, protésica, proxémica, estética, parquedad, gestos aversivos, mirada perdida, facies depresiva, etc.); pero, también, acepta poca información del exterior (no se interesa por nada ni por nadie, no sintoniza, no escucha, no comparte goces o problemas con los seres queridos, etc.), tan sólo emite quejas, sufrimiento y deseos de muerte.

La ritmopatía se resiente, tanto en los ritmos circadianos (sueño quebrado, mañanas inhibidas, alteración de los horarios, etc.), como en los ritmos estacionales (mayor incidencia depresiva en otoño y primavera, los “malos” días lluviosos sin luz, etc.). La ritmopatía incide también en la percepción del tiempo (más pasado que futuro, lentitud y “matar el tiempo”, sensación de vida terminal, etc.)

¿Qué hacer?

Según los expertos, en las próximas décadas, la depresión, la ansiedad y el estrés constituirán una epidemiología combinada y sinérgica que afectará severamente a la salud mental de la humanidad, sobre todo de la sociedad occidental. Es preciso, pues, tomar conciencia de ello.

No será este un problema exclusivo de psiquíatras y psicólogos, sino que implicará a otros colectivos como educadores y directores espirituales. También afectará a todas las edades, infancia, adolescencia, madurez y vejez, con incidencia en el número creciente de suicidios.

La buena mujer que rezaba “y no nos dejes caer en la depresión”, podrá rezar también a la salus infirmorum, con una nueva advocación: Nuestra Señora de la Depresión.

Prof. Dr. Ángel Aguirre Baztán.