¿Occidente desoccidentalizado?

Algunas reflexiones sobre la defensa de la vida y los relativismos

Beatriz Eugenia Campillo Vélez

Lo más de lo que aquí lea le será familiarísimo. No importa. Hace mucha falta que se repita a diario lo que diario de puro sabido se olvida, y piense el lector en este terrible y fatal fenómeno.”

(Don Miguel de Unamuno, “En torno al Casticismo”)

No deja de ser curioso que aquello que ha sido más tradicional y característico de Occidente, hoy sea criticado por corrientes que dicen defender valores “occidentales” y “progresistas”. Parece que atrás quedó la idea de tomar los Derechos Humanos en serio, es decir, la defensa de la vida, la dignidad humana, la libertad, la igualdad, el bien común, etc. Paulatinamente estas ideas han sido reemplazadas por otras supuestamente liberales, que realmente son anárquicas, pues contradicen lo que ha sido Occidente, al suponer equivocadamente que la libertad debe ejercerse incluso contra la misma naturaleza. En este breve artículo pretendemos al menos dejar planteada la discusión y dar algunos elementos que nos permitan preguntarnos si esta cultura “light”, de relativismo, permisividad, utilitarismo, y falta de respeto por el otro, es una tradición o no de la cultura occidental.

Marguerite A. PEETERS, afirma que estamos viviendo una revolución cultural global que define como “la propagación mundial, al final de la guerra fría, de una nueva ética, laicista en sus aspectos radicales, que es fruto de las revoluciones feminista, sexual, y cultural occidentales del siglo pasado, y del largo recorrido de Occidente hacia la postmodernidad. Una ética para marionetas que modela conductas y establece un nuevo diseño sobre el bien y el mal, suprimiendo presupuestos antropológicos básicos e imponiendo su ley a mayorías culturalmente indefensas”

Así que tal vez resulte importante recordar las raíces de nuestra cultura. En primer lugar, de los griegos aprendimos el logos, entendido como el argumento, la razón, la palabra -aunque no como oposición al Mythos- que abre justamente el diálogo, aquel acercamiento de puntos contrarios que no necesariamente pretendía llegar a un consenso, sino que siguiendo el buen ejemplo socrático, se trataba de exponer las ideas a fin de aproximarse a la verdad, aunque esta fuera bastante esquiva. En segundo lugar, de los romanos heredamos aquella idea de que la mejor forma de organizar una sociedad es mediante normas (principalmente jurídicas). Finalmente el tercer elemento, apareció también en ese escenario geográfico, y es la idea del prójimo propia del cristianismo, no tanto en un sentido religioso, sino especialmente en un sentido cultural; el mensaje revolucionario de Jesús, que propone “amar al prójimo como a ti mismo” dará lugar más adelante a la elaboración de discursos como el de los Derechos Humanos, ya que solo se puede hablar de dignidad humana si entiendo al otro como alguien igual a mí, finalmente es un problema antropológico. Así, estos discursos se anclan en el Derecho Natural, lo que a su vez hace que desde una ética de tradición latina sea normal que hablemos de la verdad como una búsqueda de lo objetivo, de la identificación del bien (la virtud) y del mal (el vicio); pero sobre todo que se hable de la Persona Humana, alguien que por su dignidad merece cuidado y respeto.

Sin embargo, todo esto que era lo propiamente Occidental sufrió un reduccionismo en la Modernidad. El logos se entendió como lo científico, como el conocimiento verdadero, en términos de lo comprobable; por lo que se opuso al mythos que en la antigüedad solía acompañarlo como recurso, basta leer los diálogos platónicos para ver cómo mediante la metáfora pretendían acercarse las profundidades insondables el espíritu humano y la complejidad de la realidad misma, yendo más allá de los conceptos racionales. Sin embargo la modernidad bajo paradigma del dualismo cartesiano, intentó ver a la persona bajo la óptica del método científico, olvidando sus múltiples dimensiones, su misterio, que no puede ser limitado a lo que las ciencias duras pretendan comprobar o decir en el sentido de medir, pesar, cuantificar… porque somos mucho más que eso, pero cuando lo olvidamos empezamos a cosificarnos y abrimos la puerta a corrientes utilitaristas, que nos evalúan por cuan útiles o estorbosos resultamos para los sistemas económicos y no tienen en cuenta nuestra dignidad.

Occidente de alguna manera fue renunciando a la pregunta por la verdad y se conformó por aceptar lo que la ciencia y la técnica le ofrecían. Al respecto el Papa Francisco en su primera encíclica Lumen Fidei, advierte que: “En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica: es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir con su ciencia; es verdad porque funciona y así hace más cómoda y fácil la vida. Hoy parece que ésta es la única verdad cierta, la única que se puede compartir con otros, la única sobre la que es posible debatir y comprometerse juntos”.

De allí que esa concepción terminó por invadir el mundo jurídico y ha complicado la defensa de la vida, como Occidente dejó de preguntarse por el bien y el mal, así mismo el Derecho dejó de preguntarse si las normas eran justas o no, incluso difuminó la frontera entre el derecho y el delito, y remplazó la pregunta simplemente por: ¿quién dice la norma?… las discusiones hoy, particularmente aquellas que tienen que ver con la vida humana, se cierran tan pronto se citan argumentos de autoridad. Hoy parece que de facto legitimáramos aquella definición de justicia que proponía Trasímaco “justo es lo que le conviene al más fuerte”.

Sin embargo el punto que genera mayor incertidumbre, es que incluso la confianza en la ciencia se ha debilitado, pasando esta a ser servidora del poder, negando o interpretando de forma amañada e ideologizada lo que la simple evidencia muestra. Piénsese por ejemplo en los cambios del lenguaje utilizados para ocultar la realidad, términos como “pre-embrión”, “interrupción voluntaria del embarazo”, “muerte digna”, “Derechos sexuales y reproductivos”, etc. hoy no solo están en las legislaciones, sino también en libros de medicina, a sabiendas de que no son términos precisos, ni científicos y que violentan la dignidad tanto del paciente que inicia su vida, tal vez aun en estado embrionario o fetal, como de quien la está finalizando.

Parece que occidente particularmente en la postmodernidad renunció a hablar de la verdad y su búsqueda, y ve con sospecha a quien se atreve a decir que algo es bueno o malo de forma objetiva, pero esa no es realmente su tradición original como cultura. La excusa es que esos discursos quedaron ligados a los totalitarismos del siglo XX, y así justificamos el olvido de la episteme griega y nos hemos venido a quedar con la mera doxa, supuestamente para mostrarnos abiertos y pluralistas, cayendo en un profundo relativismo, que por demás es absolutista en tanto se impone a todos.

Se ha vuelto costumbre escuchar, particularmente frente a los temas más polémicos (aborto, eutanasia, técnicas de procreación humana asistida, etc.), que no es correcto hablar de la verdad, y que es preferible hablar de opiniones múltiples y que todas ellas son respetables, de esa manera se eliminan las discusiones sobre lo bueno y lo malo. Bajo esta misma lógica light, encontramos en los debates expresiones supuestamente liberales que dicen que “a cada quien debe permitírsele hacer lo que quiera”, “que todos somos libres”, “que las instituciones no deben meterse, ni opinar frente a las decisiones de los individuos”, etc… allí también hay que poner un freno, y los liberales clásicos lo tenían claro, la sociedad necesita limites, entre ellos que se respete la vida justamente para gozar de libertad.

Por último, digamos que a pesar de panorama descrito por Marguerite A. PEETERS y el que hemos esbozado, en Occidente la Bioética personalista intenta hacer una auténtica defensa de la vida enfrentándose a los relativismos, pone a la persona en el centro, y habla con un lenguaje claro, parte de aquello que la ciencia misma ha conocido: el ser humano es persona desde el momento de la concepción y debe protegerse su vida hasta la muerte natural. Pues resulta obvio que cuando se ha provocado deliberadamente la muerte de un ser humano es un acto éticamente malo, y en ese sentido el Derecho pasa a juzgarlo como un delito, aunque según las circunstancias se aplique o no una pena, o existan atenuantes de la misma. Pero no puede haber dudas de que matar a alguien es algo malo, no solo incorrecto, sino malo. Estas cuestiones son radicales, como radical es la vida misma -se está vivo o muerto- son situaciones límite que sin duda cuestionan al ser humano en tanto realidad que se impone y es objetiva.

La defensa de la vida humana emprendida por la Bioética personalista tiene entonces como misión fundamental, recordar aquellos argumentos que son obvios y simples, pero que a veces se olvidan; no es que no se sepan, de hecho para olvidar algo hay que haberlo sabido previamente… y esto que parece obvio también se olvida, o se niega, como justamente lo han hecho discursos ligados a las corrientes relativistas, profundamente subjetivistas, y defensoras de la deconstrucción… a ellos habrá que responder citando a Antonio Machado “¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.”

 Politóloga y candidata a Magister en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana. Docente del Instituto de Humanismo Cristiano de la misma Institución.

 Sirva de ejemplo la ideología de género.

 Marguerite A. PEETERS. Marion-ética: Los “expertos” de la ONU imponen su ley. Madrid, Rialp, 2010. p13

 Cfr. Suárez Molano, José Olimpo. Syllabus sobre filosofía política. Medellín: Universidad Pontificia Bolivariana, 2004.

 Cfr. Zuleta Salas, Guillermo León. Ubicación de la Ética. Disponible en línea: http://vimeo.com/58256682