La malnutrición infantil y materna en el mundo.

Algunas reflexiones

 

Fernando Chica Arellano

Observador permanente de la Santa Sede ante la FAO, FIDA, PMA

 

Una triste realidad

 

El 20 de noviembre de 1989 la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó el tratado internacional más ratificado de la historia: la Convención sobre los Derechos del Niño. Dicha Convención establece el derecho de todos los niños no solo a la vida y a la supervivencia sino también a un nivel de vida adecuado para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral y social. En su artículo 6, podemos leer que los Estados Partes harán todo lo posible para garantizar la supervivencia y el desarrollo del niño.

Sin embargo, esas loables aspiraciones chocan con la triste realidad, que nos desconcierta con uno de nuestros mayores fracasos colectivos en un mundo tan avanzado: a día de hoy, hay millones de niños que lloran porque no tienen la cantidad de comida que necesitan o, si la tienen, su calidad deja mucho que desear, lo cual, con bastante seguridad, va a afectar a su desarrollo físico e intelectual a corto, medio y largo plazo, hipotecando no solo su futuro sino también el de sus familias, comunidades y el de la sociedad en general. Los niños en estado de desnutrición son más susceptibles de contraer enfermedades infecciosas y su desarrollo cognitivo está en peligro, dificultando su rendimiento escolar y por consiguiente sus futuras oportunidades laborales y económicas. Aunque rara vez se indica como causa directa, la malnutrición por desgracia sigue estando presente en más de la mitad de las muertes de niños.

La malnutrición, incluida la restricción del crecimiento fetal, la lactancia materna subóptima, el retraso del crecimiento, la emaciación (excesiva delgadez en relación con la estatura) y las deficiencias de vitamina A y zinc, son causa subyacente en un 45% de todas las muertes de niños menores de cinco años. A esta causa de mortalidad infantil hay que sumar el pobre acceso que muchos niños tienen a adecuados servicios sanitarios, la escasa calidad del agua de la que disponen y una deficiente asistencia social. Beber agua en mal estado provoca enfermedades, tales como gastroenteritis graves y cólera, evitables con una adecuada y sana provisión de agua o en gran parte corregibles si hubiera mejores servicios higiénicos. Por el contrario, su ausencia es un factor significativo de sufrimiento y de mortalidad infantil, tal y como apunta el papa Francisco, de manera clara y valiente, en su encíclica Laudato si’ (cfr. n. 29).

Además de la desnutrición infantil y la penuria de micronutrientes entre los niños, otra de las grandes preocupaciones sanitarias a nivel mundial tiene que ver con la salud materna. En efecto, para las mujeres en estado de gestación, el hambre y la malnutrición, en concreto las deficiencias de hierro y calcio, contribuyen substancialmente a la mortalidad. No hay que olvidar que la anemia, generalmente causada por una falta de hierro en el organismo, afecta a casi un 40% de mujeres en estado de gravidez en todo el mundo.

La pobre nutrición materna y por ende infantil es también la vía primaria de transmisión generacional de la pobreza: una joven raquítica —con un crecimiento entorpecido por una pésima nutrición— se convierte en una mujer de complexión endeble y esta circunstancia es uno de los indicadores más potentes de bebes de bajo peso al nacer y futuros retrasos en el crecimiento durante la niñez. Esta desnutrición materna, común en muchos países en desarrollo, conduce a un crecimiento fetal deficiente y a un mayor riesgo de complicaciones durante el embarazo, pudiendo incluso causar la muerte materna. En este contexto, la alfabetización materna ha demostrado ser muy útil descendiendo de modo significativo la mortalidad infantil.

Los niños de los hogares más pobres tienen el doble de probabilidades de tener un peso inferior al normal que los de los hogares menos pobres. El retraso en el crecimiento se ha convertido en el principal indicador de la desnutrición infantil, ya que se encuentra expandido por casi todos los países de renta baja, con consecuencias importantes para la salud y el desarrollo. Por ejemplo, tienen dificultades para el acceso a los servicios de salud, vivienda digna, educación, e inseguridad alimentaria.

A fin de romper el ciclo intergeneracional de restricción del crecimiento, así como su impacto negativo en el desarrollo tanto individual como socioeconómico, la malnutrición infantil y materna tienen que ser enfrentadas como una máxima prioridad. La mejora en la ingesta dietética y la atención sanitaria a niñas y mujeres adolescentes antes y durante el embarazo y la lactancia no solo mejorarían su propia salud, sino que también contribuirían significativamente a reducir la desnutrición infantil disminuyendo la incidencia de bebés de bajo peso al nacer y contribuyendo a la prevención del retraso del crecimiento infantil.

Y es que en los niños, los primeros 1000 días —aproximadamente desde la concepción hasta los 24 meses de edad— conforman el período más crítico para el adecuado crecimiento y desarrollo, ya que el daño al desarrollo que resulta de la desnutrición en este período es virtualmente irreversible. La lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses de vida, seguida de la introducción de alimentos complementarios densos en nutrientes como cereales, legumbres, verduras y alimentos de origen animal, son componentes esenciales de una buena nutrición en estas primeras etapas de desarrollo. La comida rica en vitaminas y minerales esenciales, como vitamina A, B, C, calcio, hierro o zinc, debería ser incorporada a las dietas en áreas donde la diversidad alimentaria sea pobre, como en el caso de las situaciones de emergencia.

Brota espontánea una reflexión, a todas luces pertinente ante estos problemas tan graves. A saber, si en el dominio de la técnica y la ciencia hemos sido capaces de superar la barrera que separaba lo posible de lo increíble, tendríamos que ser capaces también de abordar y conseguir resultados evidentes en este terreno de la malnutrición materno-infantil y sus consecuencias. No cabe más dilación en la solución de una problemática tan dolorosa. Para ello, como diremos más adelante, se necesita la convergencia de iniciativas adecuadas y medidas eficaces, fruto de una auténtica voluntad política, que debe individuar lo que es bueno para la entera sociedad y volverlo tangible, implicando para ello los actores que se requieran para afrontar esta problemática de forma adecuada, benéfica y positiva. En este sentido, será imprescindible aplicar métodos científicos pluridisciplinares e interdisciplinares. Pero estos solos no bastan para abordar una cuestión tan delicada y compleja. La ciencia nos dirá lo que es cierto y exacto, pero ella no llega a lo que es justo y humano. Aquí entra la ética, la fe religiosa y también la solidaridad y la colaboración de todos al margen de protagonismos nocivos o evasivas vergonzantes.

 

Una mirada esperanzada

 

Pero no podemos dejarnos embargar por el pesimismo. En las últimas dos décadas, la malnutrición infantil y materna se ha visto reducida a la mitad, lo cual abre una ventana de luz y esperanza e incita a seguir caminando, sin contentarnos con lo ya alcanzado, porque, con todos los logros conseguidos, por desgracia, todavía hoy 206 millones de niños menores de cinco años sufren retrasos en el crecimiento o pérdida aguda de peso debido a la malnutrición. Asia y África son sin duda las regiones más castigadas por estos lamentables fenómenos.

En Asia, 88 millones de niños menores de cinco años padecen retrasos en el crecimiento; casi 34 millones son demasiado delgados para su estatura y, de estos 34, 13 millones lo son extremadamente, condición que incrementa de modo sustancial el riesgo de muerte.

En África, el número de niños menores de cinco años que sufren retrasos en el crecimiento se ha visto incrementado en un 16% desde el año 2000, siendo África Occidental la región más afectada. Ahora, 58.5 millones de niños padecen esta condición. Además, 14 millones de niños por debajo de cinco años tienen un peso inferior al correspondiente a su estatura. Sorprendentemente, el número de niños con sobrepeso en esta franja de edad también se ha incrementado en un 50% en el continente africano, afectando ya a 10.5 millones de niños.

En el África subsahariana hay varios peligros fundamentales: el nutricional, el infeccioso, el parasitario y el déficit de asistencia obstétrica en la áreas rurales. También se detecta un escaso nivel de vacunación de la población. Es importante subrayar que la vacunación se ha demostrado sumamente importante como factor preventivo.

Otro punto que no ha de perderse de vista en la cuestión que nos ocupa es el fatalismo concerniente a la medicina tradicional africana, que rechaza frontalmente la técnica y criterios de la medicina occidental, lo cual provoca grandes dificultades para educar y convencer a las madres. A este respecto, los profesionales de la sanidad han de hacer ingentes esfuerzos para encarar las infecciones bacterianas, víricas o parasitarias y por contaminación del agua, con los consabidos cuadros diarreicos que pueden conducir a la deshidratación y a la muerte.

Quisiera también destacar que, en esta región, a nivel nutricional son muy frecuentes el síndrome de nutrición proteico-calórica que sucede en el destete y puede llevar al marasmo con delgadez extrema, que da a los niños el aspecto de ancianos. Otra patología posible es el kwashiorkkor con edemas, apatía y rechazo de alimentos. También la anemia nutricional por déficit de proteínas, hierro, vitamina B12, zinc y ácido fólico.

Por lo significativo del caso, me creo obligado a reseñar algunos otros países. Por ejemplo, en Camboya, la FAO trabaja para mejorar la ingesta dietética y el estado nutricional de lactantes y niños pequeños mediante la mejora de la seguridad alimentaria y la educación sobre la alimentación complementaria en 7500 familias. Este trabajo incluye además un componente de educación nutricional, en el que las familias con niños entre los 6 y los 18 meses participan en diferentes sesiones sobre cuestiones tan necesarias como la higiene de los alimentos y el lavado de las manos, la lactancia, la diversidad alimentaria, la alimentación para mujeres lactantes y las posibilidades de alimentación complementaria adecuadas a través del uso de alimentos locales de alto contenido nutricional.

En Malawi, la FAO ha llevado a cabo investigaciones y ejecutado proyectos centrados en la mejora alimentaria de mujeres y niños. También ha celebrado sesiones comunitarias de educación nutricional, llegando a cerca de 10000 familias, sobre la continuación de la lactancia materna, buenas prácticas de higiene, salubridad de los alimentos, alimentación complementaria apropiada para la edad, comidas nutritivas, disponibilidad de alimentos estacionales, cómo alimentar a un niño enfermo y cómo saber cuándo un niño tiene que ser llevado al hospital. Y estos son solo algunos ejemplos.

Se prevé que la insuficiencia ponderal infantil y el retraso en el crecimiento se reduzcan a un ritmo más lento que la subalimentación, dado que las mejores condiciones de higiene, el acceso a agua limpia y las dietas más variadas normalmente requieren más inversiones y más tiempo para materializarse de lo que requiere un aumento de la disponibilidad de calorías.

Este ha sido el caso de Asia sudoriental, donde la subalimentación ha disminuido a un ritmo más rápido que la insuficiencia ponderal infantil, en especial a lo largo de la década de 2000, lo cual indica que todavía puede mejorarse la calidad de la dieta, en particular de los grupos más pobres de la población.

Se observa una situación similar en África septentrional, donde las dietas ricas en carbohidratos mantienen la subalimentación bajo control, pero la falta de calidad y diversidad de la dieta ha empujado la malnutrición infantil hasta niveles relativamente elevados.

Asia meridional es la región donde la prevalencia de la insuficiencia ponderal infantil siempre ha sido más elevada, y esta situación está alcanzando una condición crítica. Factores como los problemas de salud o la falta de condiciones higiénicas han ralentizado los avances en pos de mejorar la seguridad alimentaria en general y sin duda llaman a una mayor atención de la comunidad internacional en los esfuerzos futuros para aumentar la seguridad alimentaria.

En el África subsahariana, los progresos para reducir tanto la subalimentación como la insuficiencia ponderal infantil han sido limitados. Esto sugiere que, para poder hacer progresos significativos con vistas a mejorar la seguridad alimentaria, es preciso abordar todos sus aspectos: desde garantizar la disponibilidad de más alimentos de mayor calidad y el acceso a ellos hasta mejorar las condiciones de higiene y el acceso a agua limpia.

Las mejoras en las tasas de malnutrición en América Latina son alentadoras.

Con el fin de hacer frente a estos desafíos, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y otras agencias de Naciones Unidas, como el Programa Mundial de Alimentos (PMA), realizan una benemérita labor en muchas partes del mundo, sobre todo en las menos favorecidas. A estas entidades se unen otras oenegés, católicas y no, que no dejan de ser una ventana de esperanza. En la lucha contra el hambre nadie sobra, ninguna ayuda es baldía. Todos podemos ser “agentes del cambio” en aras de la consecución del objetivo de reducción y eliminación del hambre y la malnutrición.

Para que esto se lleve a término tenemos que abrir nuestros oídos, nuestro corazón, a los gritos de los niños que lloran porque no tienen nada que llevarse a la boca. Como buenos samaritanos, no podemos pasar de largo ante la miseria ajena, ni ignorarla, ni dejarnos vencer por la indiferencia. Tomemos la iniciativa y hagámonos prójimo de los que sufren. No podemos cerrar los ojos ante aquellos que se quedan al borde del camino, desamparados, esperando una mano amiga que los atienda. Recordemos a este respecto aquel proverbio africano que dice: «Allí donde se ama, nunca hay noche».

 

No olvidemos otros aspectos preocupantes

 

Junto a estos problemas, no es menos importante la cuestión del sobrepeso y la obesidad, que está afectando de manera grave a niños y adolescentes entre 6 y 18 años debido a los malos hábitos alimenticios, con ingestas excesivas o ricas en azúcares y grasas, junto a un descenso significativo de la actividad física en el tiempo libre y de la práctica habitual de deportes. La extensión del problema ha provocado la aparición en muchos niños y jóvenes obesos de patologías físicas y psicológicas similares a las de los adultos con pronunciado sobrepeso, que de no revertirse a tiempo van a condicionar toda su etapa adulta y a reducir su esperanza de vida. Entre dichas patologías cabe reseñar la diabetes, problemas de movilidad y ortopédicos, apneas del sueño, cefaleas intensas, subida de la incidencia del asma bronquial y de otros problemas respiratorios, y casos de hipertensión arterial y de aumento de los riesgos de dolencias cardiovasculares. A ello hay que añadir los trastornos psicológicos, con pérdida de autoestima, aislamiento social, o depresiones, que en ocasiones se traducen en situaciones de acoso escolar.

 

En el camino de la solución

 

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde hace poco tiempo, existe un tratamiento casero para los casos de malnutrición aguda grave con el que han empezado a vivir mejor cientos de miles de niños al año. Los alimentos terapéuticos listos para el consumo han revolucionado el tratamiento de la malnutrición grave: su utilización en el hogar es segura y garantizan un rápido aumento de peso en niños muy malnutridos.

La ventaja de los alimentos terapéuticos listos para el consumo es que se presentan en forma de pasta que no hace falta mezclar con agua, lo que evita el riesgo de proliferación bacteriana en caso de contaminación accidental. El niño puede consumir directamente el producto, elaborado a base de mantequilla de cacahuete mezclada con leche desnatada en polvo, vitaminas y minerales, e ingerir una cantidad de nutrientes suficiente para un completo restablecimiento. Estos alimentos se conservan hasta tres o cuatro meses fuera del frigorífico, incluso a temperaturas tropicales. Ya está en marcha la producción de estas pastas alimenticias en varios países, entre ellos el Congo, Etiopía, Malawi y Níger.

De todas formas, la gran estrategia válida para revertir el problema que nos ocupa continúa siendo la prevención, en la que debe intervenir el sector público, el sanitario, los centros educativos y las familias. Se trata de fomentar la vuelta a hábitos alimenticios saludables y poner remedio al sedentarismo y la ausencia de ejercicio regular en que viven a diario muchos niños y jóvenes.

Es importante abordar estos temas, sobre todo, en ámbitos familiares y escolares para que desde el comienzo se ofrezca una correcta selección de alimentos, ingestión y regulación de la ingesta. Es esencial que los niños tengan una alimentación equilibrada, sana y variada, que incluya todos los grupos de alimentos (carnes, vegetales, lácteos, frutas, cereales, grasas y aceites). Cada uno de estos grupos aporta nutrientes esenciales para el crecimiento y desarrollo del niño, por cuanto que es imprescindible que los consuman.

El éxito depende de que padres y educadores sean capaces de leer las señales de los niños y respondan a ellas en relación con los tiempos de alimentación, la cantidad, las preferencias y la capacidad para comer determinados alimentos adecuados al nivel de desarrollo del niño. Lo que ha de evitarse en la infancia es que la alimentación dependa de los caprichos de los niños. Es igualmente importante librarlos del influjo nocivo de una publicidad en no pocos casos engañosa, que juega con sus tiernas emociones y los lleva a consumir alimentos perjudiciales para su salud. En este sentido, nunca se insistirá suficientemente en la relevancia que adquiere la educación. En efecto, son muchas las ocasiones en que los niños comen no aquello que necesitan para crecer fuertes y sanos. Ingieren, por el contrario, lo que la publicidad les sugiere de una forma sesgada y sibilina, con el consiguiente daño a su bienestar. Por eso es tan importante crear en ellos hábitos alimenticios adecuados. Enseñar a comer se convierte, pues, en un apartado primordial en la infancia y en este ámbito deben armonizarse en su debido modo los esfuerzos del Estado, la escuela y, naturalmente, la familia. De esta forma se alcanzará el correcto diseño de programas de actuación. Para ello se precisa un análisis pormenorizado de las necesidades, unos estudios epidemiológicos detallados, la individuación de objetivos alcanzables, la disponibilidad de los recursos necesarios y una evaluación constante de los resultados obtenidos, que, si no son los adecuados, precisarán de nuevos planteamientos tras haber detectado los errores cometidos.

 

Todos implicados en una noble causa

 

Ante las cifras barajadas y las problemáticas planteadas no podemos bajar la guardia. Causas tan nobles como la lucha contra la malnutrición infantil o la erradicación de la miseria están pidiendo urgentemente medidas en el campo nutritivo, en el sociocultural y en el psicoafectivo. Y esto conlleva un cambio rotundo de mentalidades, una conversión de los corazones, un giro copernicano de perspectivas. Conlleva también un estudio de los parámetros que esta problemática presenta en cada territorio, para hallar soluciones especificas a los retos que en cada caso se plantean. Se trata, en definitiva, si me lo permitís, de reclamar una transformación radical, el abandono de un sistema que, con todos sus avances científicos, sus adelantos tecnológicos y su pretendido progreso, ve cómo hoy cerca de ochocientos millones de personas padecen el flagelo del hambre. Algo está fallando. Hemos hecho cosas mal para que esto se dé.

Renunciemos, pues, a planteamientos manidos o sesgados y busquemos nuevos espacios, nuevas motivaciones que solucionen estas lacras. Propongo cuatro caminos, cuatro perspectivas que encuadren nuestros anhelos y ansias, nuestras esperanzas y metas. Son nuevas vías, que no están signadas por la geografía o la geometría, por la longitud o la latitud, sino por la solidaridad y la justicia, por el amor social y la generosidad. Hay que buscar caminos no roturados para soluciones hasta ahora desconocidas.

En pocas palabras, en la lucha contra el hambre, la erradicación de la pobreza o el adecuado manejo del agua, propongo que no hablemos más de norte, sur, este u oeste. No han de ser los paralelos y meridianos los que marquen el camino para afrontar causas tan nobles como las que ocupan a muchas personas y asociaciones en la Iglesia, entre ellas sirvan de ejemplo entidades como Manos Unidas, Caritas o la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas. Son algunos nombres de una larga cadena de instituciones encomiables.

Me atrevo a preguntar: ¿Qué será lo que guíe nuestros pasos? El propósito, el firme compromiso, la voluntad concreta de hacer más, hacer mejor, hacerlo más rápido y hacerlo mancomunadamente. Unas breves palabras para cada uno de estos puntos:

 

 

  • Hacer más. Esto significa que en la solución de problemas como la lucha contra la malnutrición infantil no hemos hecho todo lo que podíamos o debíamos. Hemos avanzado, ciertamente, pero hay que hacer más, dar más pasos. No podemos contentarnos, pensando que ya hemos llegado. Nos falta mucho. Al decir “más” me viene a la mente que el signo del cristiano es la cruz. La cruz es un signo “más”. Miremos a la cruz. Es fundamental para ayudar sin cansarnos a los menos favorecidos, a los más indigentes. Hemos de mirar a la cruz, hemos de clavar los ojos en Cristo Crucificado. Fortalezcamos nuestra fe, limpiemos nuestros ojos. Si no vemos en el pobre y en el hambriento el rostro de Cristo no saldremos de nuestros anquilosamientos y parálisis, de nuestras inercias y rutinas, de nuestros ofuscamientos y egoísmos. Podemos y debemos hacer más por los postergados de este mundo y la clave está en mirar a Cristo en la cruz e imitar su amor hasta el extremo, su entrega total.

 

 

 

  • Hacerlo mejor. No es la mediocridad nuestra meta, sino la continua superación. Hemos hecho bien a los pobres, pero podemos hacerlo mejor con ellos. Hemos luchado contra el hambre y la malnutrición, pero podemos plantear una batalla más seria contra estas lacras. Y esto conlleva ganar en profesionalidad, salir de nuestros juicios chatos y nuestras miradas parciales, buscar crecer por dentro para no ser superficiales. No es cuestión solo de hacer, sino de analizar lo ya hecho para ver qué podemos perfeccionar. Asimismo, nunca se subrayará bastante la importancia que tiene capacitar a aquellos a los que ayudamos. No se trata simplemente de subsidiarlos. Es preciso enseñarles a saber responder mejor a los problemas que les surjan. En este contexto, hoy se habla mucho de la “resiliencia”, palabra muy rica que debe ser puesta en práctica. Con este vocablo nos estamos refiriendo a la capacidad de un individuo o un grupo de aprender de los propios errores. El término alude también a la fuerza necesaria para recuperarse frente a la adversidad y así seguir proyectando el futuro. Igualmente, con esa palabra se designa la sabiduría para adaptarse y formar parte de la solución, no del problema. Se trata, finalmente, de todo aquello que favorezca un desarrollo positivo, superando las contrariedades que puedan presentarse. En efecto, sabemos bien que, a menudo, las circunstancias difíciles o los traumas permiten desarrollar recursos que se encontraban latentes y que el individuo desconocía hasta el momento. Como factores que pueden ayudar al niño en el desarrollo de la resiliencia están: cubrir las necesidades básicas como techo, sanidad, alimentación; aceptar al niño en cuanto tal, pues es persona humana, aunque nos cueste trabajo no pocas veces entender su comportamiento; captar sus mejores aptitudes positivas y desarrollarlas sistemáticamente; buscar una integración adecuada sociolaboral en su momento, con acceso a los recursos que puedan facilitar la integración; ayudarle a encontrar un por qué en la vida para que encuentre también el cómo; despertar en él un sentido de futuro con orientación y objetivos; dar un contenido ético, sin el cual toda conducta de supervivencia no se puede considerar resiliente. Muy unida a la “resiliencia” está la “sostenibilidad”, tema fundamental en nuestros días, pues nos lleva a pensar no solo en el hoy, sino también en el mañana; no solo en nosotros, sino también en los que vienen detrás de nosotros.

 

 

 

  • Hacerlo más rápido. No podemos dormirnos en los laureles. Los pobres no pueden esperar. El tiempo no es un lujo que puedan permitirse, porque su dolor e impotencia los abruman. Teniendo en cuenta esto, en la lucha contra el hambre y otras miserias se requieren medidas urgentes. A las palabras, los compromisos y las declaraciones solemnes hay que unir urgentemente las obras, las acciones, la voluntad política, iniciativas concretas y eficaces. Me parece útil recordar en este contexto que, el 25 de septiembre de 2015, la Asamblea General de la ONU adoptó la llamada Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Es un plan a favor de las personas, el planeta y la prosperidad, que también tiene la intención de fortalecer la paz universal y el acceso a la justicia. Los Estados miembros de la Naciones Unidas aprobaron ese día una resolución que enmarca el camino de la comunidad internacional. En ella reconocen que el mayor desafío del mundo actual es la erradicación de la pobreza y afirman que sin lograrla no puede haber desarrollo sostenible. La Agenda plantea 17 objetivos con 169 metas de carácter integrado e indivisible, que abarcan las esferas económica, social y ambiental. Esta estrategia regirá los programas de desarrollo mundiales durante los próximos 15 años. Pues bien, me parece importante subrayar que estamos hablando de Agenda, término que encierra un significado vinculado a las obras y acciones. Agenda, no verbanda. El mundo está harto de palabras y precisa hechos tangibles, no letra muerta. No bastan los compromisos. Siendo importantes, no son suficientes. Son siempre un paso, fundamental, pero previo a la acción. Y de esto se trata: los pobres están esperando soluciones, hechos, gestos. Repitamos: gestos, acciones. Lo cual nos está impulsando a abandonar retóricas manidas. Se requieren hechos, grandes y pequeños, a escala internacional, pero también regional, local, individual. Todo suma. Y esto me da pie a hablar de la última de las coordenadas.

 

 

 

  • Hacerlo juntos. No solo hacer más, hacer mejor, más rápido, sino trabajar juntos por los más menesterosos. Los retos que el mundo tiene son tan grandes y complejos que no podemos afrontarlos solos, cada uno por su cuenta, con planteamientos parciales, sesgados o encontrados. Hoy más que nunca es importante cooperar, crear sinergias, buscar consensos. Son tantas y tan intrincadas las pobrezas existentes, nuevas y viejas, que no podremos acabar con ellas desde perspectivas individualistas. En el campo de la ayuda y la solidaridad no podemos tener vocación de francotiradores. Hemos de crear una red, una red que lleve el nombre de fraternidad, que esté cimentada en la solidaridad, que persiga crear vínculos. Para que esto sea una hermosa realidad, hemos de evitar protagonismos malsanos, críticas destructivas, ironías demoledoras. No podemos seguir evadiéndonos o declinando responsabilidades, pensando que ya habrá otro u otros que se encarguen de solucionar los problemas. Ha llegado el tiempo de dejar de lado los pretextos y las excusas, las miradas miopes, las iniciativas zigzagueantes.

 

 

Cuestión de sensibilidad

 

Puede que alguno diga que el panorama esbozado es solamente un trozo de una cadena de problemas lacerantes, de historias humanas crueles, historias a las que accedemos con frecuencia solo por los diferentes medios de comunicación, que nos bombardean constantemente con tragedias variopintas, entre las que se cruzan anuncios solidarios, elencos de cifras interminables, titulares de noticias que lo mismo que aparecen desaparecen.

El acopio de datos y dramas continuos puede que haya producido en nosotros un efecto no deseado. Se trata del fortalecimiento de nuestra resistencia, del crecimiento de nuestra insensibilidad, casi como una especie de autodefensa. Llega un momento en que nos volvemos impermeables, nos inmunizamos frente a las tragedias ajenas. De este modo, desde casa, sentados en un cómodo sofá, los mensajes que nos llegan no nos conmueven. A lo más, pueden resultarnos más o menos impactantes, pero no logran movilizarnos, incluso los que pretenden causarnos más remordimientos al venir insertados a la hora de la comida. Parece que ni la conciencia se nos remueva porque es algo así como que “te acostumbras a ellos y ni caso les haces”. ¿Acaso nos hemos vuelto indiferentes, tal vez invulnerables?

No podemos darnos por vencidos. Si el sufrimiento de los pobres y desvalidos no nos cuestiona, aspiremos a desentumecer nuestra sensibilidad. Hemos de salir de las posibles burbujas en las que no pocas veces nos hallamos para sumergirnos nuevamente en la dura realidad, para no desconectarnos ni mirar hacia otro lado, antes bien agrandemos ese flanco generoso y solidario que todos llevamos dentro, esa ansia de ayuda humanitaria que todos albergamos en nuestro interior. Es un argumento ad humanitatem.

Por ello, os invito con toda mi alma a pensar en todo lo dicho anteriormente. Os invito a individuar un modo, un cauce concreto, para ofrecer lo mejor de nosotros mismos en la lucha contra la miseria y la indigencia en todas sus formas. Hoy, concretamente, queremos plantarle cara a cuestiones tan lamentables como el hambre y la malnutrición. Como he dicho anteriormente, para erradicar estas lacras todos somos necesarios. Trabajar mancomunadamente es el modo mejor de desterrar también algo que hoy nos invade y que está muy presente: el pesimismo. El cristiano sabe que no puede dejarse vencer por él. A este respecto, tengo muy presente lo que dijo don Santiago Ramón y Cajal: «No hay cuestiones agotadas sino personas agotadas en las cuestiones». No podemos ser nosotros de esta clase. Antes bien, nosotros somos hombres de esperanza, que es algo más y mejor que ser hombres optimistas. Estamos cimentados en una esperanza que no defrauda y que procede de Cristo, que ha vencido a la muerte y al pecado. La esperanza cristiana se funda en el amor de Dios, que en Cristo nos asegura que la última palabra de la historia no la tiene el mal, sino el bien, o mejor, Dios, el Bueno, el Bueno por excelencia. Y si la última palabra la tiene Dios, entonces hay futuro. El mal es fuerte, pero tiene una debilidad. A saber: es provisional. El bien, en cambio, es eterno, no tiene fin, porque va unido a Dios y Dios no tiene fecha de caducidad. Afianzar esta certeza es fuente de alegría y abre horizontes luminosos.

No podemos dejar pasar la oportunidad de convertirnos en la “generación del Hambre Cero”. Para ello, hay que combatir la malnutrición infantil y garantizar una vida digna a esos 248 millones de niños menores de cinco años con problemas derivados de una alimentación deficiente, lo que los lleva a retrasos en el crecimiento, a la pérdida severa de peso o bien a la muerte.

La batalla para acabar con el hambre y la pobreza debe combatirse principalmente en las zonas rurales y para ello es necesaria una voluntad política fuerte y centrada en la protección social; es preciso asignar más recursos al desarrollo de la tecnología; es imprescindible luchar contra la injusticia y la desigualdad en el mundo, sin olvidar invertir en los principales agentes de cambio: las mujeres rurales, los pequeños productores, agricultores familiares, pescadores, comunidades indígenas, los jóvenes, etc.

Entre todos podremos llegar a la meta que ansiamos, a saber: hablar del hambre y la malnutrición infantil en pasado, como si fueran piezas de museo o páginas de antiguos libros de historia y no flagelos que hoy afectan y agobian a muchas personas, entre ellas niños. Instituciones tan beneméritas como la FAO, el FIDA o el PMA están realizando una gran labor, labor que se ve completada por la que están llevando a cabo otras entidades internacionales, estatales, regionales, locales, y otras agencias y organizaciones de la Iglesia y la sociedad civil. Entre todos lograremos alimentar a más personas con menos agua, haciendo que las tierras de cultivo no se empobrezcan y conservando la biodiversidad. El mundo produce alimentos suficientes para todos. Lo que nos falta por conseguir es que todos tengan acceso a estos alimentos, no solamente unos pocos.

El papa Francisco abordó este tema cuando visitó la sede de la FAO, el 20 de noviembre de 2014. El Santo Padre, en aquella ocasión, trajo a colación lo que san Juan Pablo II llamaba la «paradoja de la abundancia». En efecto, «hay comida para todos, pero no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines, están ante nuestros ojos. Esta es la paradoja. Por desgracia, esta “paradoja” sigue siendo actual. Hay pocos temas sobre los que se esgrimen tantos sofismas como los que se dicen sobre el hambre; pocos asuntos tan susceptibles de ser manipulados por los datos, las estadísticas, las exigencias de seguridad nacional, la corrupción o un reclamo lastimero a la crisis económica».

Con la misma claridad y valentía se expresaba Benedicto XVI, en la encíclica Caritas in veritate. Sus palabras siguen teniendo hoy vigencia plena: «Dar de comer a los hambrientos es un imperativo ético para la Iglesia universal. […] El derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos. […] Por tanto, es necesario que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones» (n. 27).

Y el pasado 19 de octubre, durante la audiencia general, el papa Francisco nos recordaba «que, a través del dar de comer a los hambrientos y dar de beber a los sedientos, pasa nuestra relación con Dios, un Dios que ha revelado en Jesús su rostro de misericordia».

Que lo dicho por el Santo Padre no caiga en saco roto. A nosotros nos toca salir de este auditorio con el firme propósito de pedir la ayuda divina para poner de nuestra parte y plantarle cara a una tragedia tan triste y dolorosa como el hambre y la malnutrición infantil. No podemos dejar pasar la oportunidad.

Muchas gracias.

De izquierda a derecha, el Dr. J.Mª. Simón, el Sr. J.Mª. Genescà y Mons. Fernando Chica