Jesús Colina. Aleteia—

Listas de espera, especulación financiera, depresión, presión por fomentar la eutanasia, gestación subrogada… Los desafíos que deben afrontar los médicos hoy en día son numerosos y, para algunos, inéditos. Entrevista con el doctor Bernard Ars, nuevo presidente de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas
A la cabeza de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC) desde hace algunos meses, el doctor Bernard Ars, catedrático de educación universitaria (Ph.D) y especialista en otorrinolaringología y cirugía cervicofacial, se ha fijado tres prioridades: “estimular la compasión particular que nosotros, médicos católicos, debemos desarrollar ante la precariedad vital y social, difundir la antropología y la moral cristianas así como el justo diálogo entre Fe, Razón y Ciencias permaneciendo fieles a la Iglesia y a su Magisterio, y aumentar nuestra vida interior”. Y ¡menudas vidas interiores!

La FIAMC comprende 80 asociaciones que representan a unos 120.000 miembros de todo el mundo. Tiene una misión doble: por un lado, fortalecer a los médicos que se comprometen con la federación por su fe en Jesucristo para ayudarles a aplicar el mensaje evangélico en su práctica diaria. Por otro lado, informar a la Santa Sede de las realidades y las evoluciones de la medicina en relación a la clínica y le investigación.

– Aleteia: Los médicos católicos se encuentran cada vez más en situaciones en las que deben reivindicar el derecho a la objeción de conciencia, porque los sistemas de sanidad les obligan a prácticas contrarias a la dignidad humana: manipulación genética, eutanasia, aborto… ¿Qué recomienda usted a estos médicos?

Doctor Bernard Ars: Les aconsejo, por una parte, estar siempre pendientes de que figure la cláusula de conciencia en todos sus contratos con una institución o un colaborador, así como en la legislación de sus países y, por otra parte, formar bien su propia conciencia moral a lo largo de toda su vida estudiando antropología cristiana y fomentando momentos de revitalización de la vida interior.

– ¿Qué refleja según usted la cláusula de conciencia?

El deber de la objeción de conciencia manifiesta la grandeza de la dignidad humana. Una persona nunca puede verse obligada a cometer un mal moral. No puede adherirse consciente y deliberadamente a una acción que destruya su propia dignidad. La libertad del ser humano es un reflejo de la imagen y semejanza que Dios imprimió de Sí mismo en el corazón de esta persona. Esta persona no puede utilizar su libertad para desteñir el reflejo de la presencia de Dios en ella.

Por eso debe resistir a las leyes humanas injustas. Este fue el caso en ciertos momentos de la historia con la discriminación racial y el apartheid, es el caso hoy con el aborto, la eutanasia y con otros actos inconciliables con la dignidad de la persona. Si un médico católico se opone a ciertas prácticas, no es primero porque sea católico, sino porque es persona, un ser que escucha la voz de su conciencia, alumbrada y confirmada por la doctrina de la Iglesia.

Todos conocemos la anécdota del cardenal Newman, a quien preguntaron si brindaría antes por la conciencia o por el Papa. Cuando respondió que alzaría su copa primero por la conciencia y luego por el Papa, no pretendía oponer al cristiano contra la Iglesia, sino honrar la voz única de la verdad cuyo eco suena primero en la conciencia del cristiano, con la confirmación si fuera necesaria del juicio último de la Iglesia.

– El Papa y la Santa Sede han recurrido a su asociación para informarse sobre los problemas de bioética. ¿Cómo se articula su relación con el Vaticano?

Nuestros intercambios de información no conciernen únicamente a problemas de bioética. La medicina está implicada en muchos ámbitos del ser humano: investigación científica, cultura, familia… Los problemas de bioética son esencialmente competencia de la Pontificia Academia para la Vida, que depende del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. En cuanto a la FIAMC, depende del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.

– ¿Cuáles son las cuestiones éticas que se plantean hoy día a los médicos católicos?

Los problemas éticos que se encuentran los médicos católicos varían en intensidad, según la práctica y las regiones del mundo. Por ejemplo, los médicos generalistas se enfrentan a dificultades éticas y deontológicas en la relación de persona a persona. Los médicos especialistas se enfrentan a dificultades éticas referentes a la dominación de la tecnociencia, a la industria, sobre todo la farmacéutica, así como al consumismo sanitario.

Por último, los médicos investigadores se enfrentan a dificultades éticas relativas a los objetivos y estrategias de trabajo, así como a las ataduras de la financiación. A menudo, en estos últimos años, la bioética se ha interpretado e instrumentalizado ideológicamente de una manera poco coherente con sus objetivos iniciales, que eran la defensa de la vida y del ser humano, de la mano también de la visión cristiana de la persona. Para devolver su profundo sentido a la bioética, es importante formar conciencias morales fundadas sobre una antropología cristiana actualizada, orientada hacia el Bien común.

– La medicina contemporánea, que se basa en el hospital y el big data, corre el riesgo de perder la relación médico-paciente. ¿Cómo sería posible recuperar el papel del médico en nuestra sociedad?

Más allá del problema ético real del big data, la colección automatizada de los datos de los pacientes permite un diagnóstico rápido y una terapia precisa. Aunque sin duda se trata de un progreso en el trato de las enfermedades, la tecnicidad de la medicina científica tiende a reducir el contacto entre médico y paciente a un inventario del rendimiento objetivo de las funciones biológicas esenciales.

Sin embargo, el paciente espera otra cosa del médico. Aunque ciertamente no es indiferente al dolor y sufrimiento de su cuerpo y a la amenaza que una enfermedad representa para su futuro y el de su entorno, el paciente también espera del médico que le enseñe a vivir con la enfermedad.

– Pero, ¿cómo se ayuda a los enfermos a desarrollar su resiliencia?

En el paciente, la resiliencia es un proceso dinámico e interactivo entre sí mismo, su familia y su entorno y que le permite desarrollar una trayectoria nueva y satisfactoria, cambiando la representación de la realidad que le causa mal. Para ello, nosotros los médicos debemos demostrar empatía, que se apoya, como es natural, en saber escuchar. Escuchar significa dar todo el valor que merece la palabra del otro. A través de la escucha aprendemos del paciente cuál es su mal, qué representación le da, así como los medios que tiene para hacerle frente.

Para que la escucha sea fructífera y beneficiosa para el paciente, conviene respetar su ritmo. No hay que intentar forzar las confidencias y hay que discernir también el momento favorable para poner fin a la escucha. La resiliencia es un proceso de largo recorrido. Solamente dejando que el tiempo haga su trabajo puede nacer una “nueva” forma de vida a partir de la enfermedad. Hay que dar tiempo al tiempo. Para que el trance sea soportable, hay que saber vivirlo día a día.

– Entonces, como se dice en el Evangelio de Mateo, ¿“basta a cada día su propio mal”?

Cada día se vive un cúmulo de dificultades, pero cada uno tiene su valentía para afrontarlas. Hay que ayudar al paciente a recibir los recursos que cada día le ofrece y saber dejar atrás, con confianza, el día que termina. Incluso en las peores condiciones, el ser humano tiene la capacidad de despegarse de las malas circunstancias haciendo uso del humor. ¡Seamos receptivos e interactivos! “El hombre permanece fuerte siempre que viva por una idea fuerte”, decía Freud.

Es alrededor de esta idea fuerte, de este sentido que da coherencia a su vida, que el ser humano puede construirse y reconstruirse. “Hay que encontrar el sentido, porque es un objeto de búsqueda, pero en ningún caso debe darse. Le corresponde al paciente encontrarlo por sí mismo”, declaró también el profesor de neurología y psiquiatría Viktor Frankl. Además, el médico católico, más allá de su competencia científica y su empatía humana, es también un alma que ve a Cristo sufriendo en su enfermedad y que reza por el hombre o la mujer que sufre.

– Muchos médicos católicos ejercen su profesión en circunstancias de extrema pobreza. ¿Hay algún mensaje que quisiera usted transmitir a estos médicos?

A mis queridos colegas sin duda les faltan medios diagnósticos elementales y terapias actualizadas para atender a sus enfermos y salvar vidas humanas. Les diría que no duden en alertar, por todos los medios a su disposición, a los organismos internacionales y a sus círculos más cercanos para atenuar la gravedad de su situación. No obstante, que sepan que entre los colegas del gremio, son “los más médicos de los médicos”, su empatía está más desarrollada que la de los demás, comprenden mejor que nadie la angustia de los enfermos.

Sepan también que muchos de nosotros rezamos por ellos. Y cuando nosotros los médicos no tenemos nada más eficaz que proponer de cara a la enfermedad y el sufrimiento, siempre tenemos nuestro acompañamiento, nuestra escucha y nuestro tiempo para ofrecerlos. Siempre tenemos la Esperanza para hacerla presente. Siempre podemos ofrecer, por último y no menos importante, la poderosa ayuda de la oración.

– ¿Podría hablarnos un poco de usted? ¿Por qué decidió dedicarse a la medicina? ¿Y como médico cristiano?

Me decanté por la medicina con 17 años porque era una profesión de relación humana —de dar y de recibir— y porque sentía que podía ser feliz practicándola. Escogí la otorrinolaringología porque esta especialidad me procuraba, en proporciones iguales, las alegrías de las consultas clínicas, de la cirugía y de las exploraciones funcionales.

En cuanto a la vocación de médico cristiano, no la elegí en realidad. Vino de forma lenta y suave. Siempre he sido creyente y practicante. Sin embargo, frente a las problemáticas y los sufrimientos de la vida, la práctica cristiana y también mi vida de oración con Jesús me parecieron la única y verdadera forma de Vida.

– ¿Querría dar algún consejo a los jóvenes cristianos que quieran hacerse médicos?

¡Comprometeos allá donde os llame vuestro corazón! Y cuando asumáis el compromiso, formaos sin cesar, en el plano científico y técnico y de forma continua. ¡Es una cuestión de profesionalismo! Pero hacedlo también en el plano cultural, artístico, filosófico e incluso teológico, para disponer de la apertura humanística más grande posible en la escucha de nuestros pacientes.

En efecto, el paciente que viene a consultarnos viene a hablar de sí mismo y espera que el médico le escuche y que luego le responda. Está pasándolo mal. Puede sentirse excluido. La respuesta al paciente se hace de manera abierta sobre la enfermedad. Esto lleva al paciente a una reflexión sobre sí mismo y sobre la enfermedad que le aqueja. La enfermedad rebelde y, más aún, la muerte, pueden aparecer como un límite a la eficacia médica. La tendencia natural sería escapar de esta enfermedad o muerte, pero lo importante es estar disponible para que el enfermo no se sienta solo ante su experiencia.

El médico no es dueño de la vida o la muerte del paciente que se le confía. No dispone de su paciente, sino que está al servicio de la vida de la persona que sufre. El médico católico vive de Cristo. Tiene una unidad vital, una coherencia en todos los aspectos de su vida que implica no solo una competencia profesional y responsable, científica y técnica, en colaboración con las otras disciplinas sanitarias sino, sobre todo, una vida interior fuerte y cuidada diariamente, así como un conocimiento profundo de la visión cristiana del ser humano.

Resumiendo, una antropología cristiana actualizada, expresada tanto en la investigación como en la clínica, en una palabra, en la cultura. La medicina no es una ciencia, es un arte. ¡Es la profesión más hermosa del mundo!

Ser médico católico exige hoy heroísmo