EL PAPEL DE LOS LAICOS EN LA DEFENSA DE LA VIDA

En la Carta Apostólica Ubicumque et Semper, con la cual se instituye el Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización, el Papa  Benedicto XVI explica cómo las transformaciones sociales sufridas en las últimas décadas han supuesto, junto a innegables ventajas, graves inconvenientes. Entre los más importantes destaca “una pérdida preocupante del sentido de lo sagrado, que incluso ha llegado a poner en tela de juicio los fundamentos que parecían indiscutibles, como la fe en un Dios creador y providente; la revelación de Jesucristo, único salvador, y la comprensión común de las experiencias fundamentales del hombre como nacer, morir, vivir en una familia y la referencia a una ley moral natural”.
En el campo de la vida es, probablemente, donde más dramáticamente se han hecho sentir estos cambios. Las nuevas posibilidades de la ciencia y de la técnica, las rutas abiertas por una legislación cada vez más permisiva e irreflexiva, se alejan de toda referencia a la ley moral natural. Ante el panorama actual europeo, donde la presión de determinados grupos consigue cada vez mayores frutos, no sólo cambios legislativos, sino también en las mentalidades, a través de los medios de comunicación, no es extraño que los laicos permanezcamos confusos, como si hubiéramos sido “vapuleados”, sin saber bien cuál debe ser nuestro papel en la defensa de la vida. Sin deseo de ser exhaustivo agotando todas las posibilidades de actuación, quisiera apuntar algunas breves notas acerca del papel fundamental que podemos jugar los laicos en este campo prioritario en que se ha convertido la defensa de la dignidad de toda vida humana, desde su concepción hasta su fin natural:
1. Una primera tarea consistiría en no desanimarse. A veces parece que es una batalla perdida de antemano, pero no es cierto, las únicas batallas perdidas son las que no se dan. Por fuertes y vociferantes que parezcan los que propugnan el derecho del fuerte a eliminar al débil, no nacido, enfermo o anciano, la razón no está de su parte.
2. Una segunda tarea es la formación. Ante los retos que plantea una “ciencia sin conciencia” es preciso que los laicos nos formemos para responder
adecuadamente. Cada vez son más grandes los desafíos y un cierto barniz de “cultura general” no sirve para responder a ellos.
3. Es indispensable estar presentes en todos los ámbitos de la vida pública. Oportuna e inoportunamente debemos hacer escuchar nuestra voz en defensa de la dignidad de toda vida, por encima de complejos o consideraciones oportusistas: es un deber que tenemos con los más débiles, con los que carecen incluso de voz para defenderse.
4. Por último, aunque quizás sea lo más eficaz, es fundamental el testimonio personal: servir al “Evangelio de la vida” en lo cotidiano de nuestras familias, amigos y ambientes de trabajo, ocio, cultura…. En su hermosísima Encíclica Evangelium Vitae, el Papa Juan Pablo II nos animaba a “anunciar sin miedo el Evangelio de la vida, parte integrante del Evangelio que es Jesucristo”. Junto a este anuncio (“el anuncio de Jesús es anuncio de la vida”), nos animaba también a otras acciones, con las que yo quisiera cerrar este breve exhorto: a celebrar el Evangelio de la vida con una mirada contemplativa sobre el milagro de cada vida humana y agradecida a Dios, con la celebración de los sacramentos y  también con la existencia cotidiana, vivida en el amor por los demás y la entrega de uno mismo; a servir el Evangelio de la vida mediante el servicio de la caridad, sobre todo, a los más desvalidos y necesitados, a cuidar la familia, “santuario de la vida”, y a vivir como hijos de la luz para poder realizar un auténtico cambio cultural a favor de la vida, especialmente a través de la labor educativa y de un nuevo estilo de vida en los cristianos, que se manifieste en poner como fundamento de todas las decisiones la justa escala de valores: la primacía del ser sobre el tener, de la persona sobre las cosas.
Este “cambio cultural”, a favor de la vida y de la dignidad de todo ser humano, nos compete a todos los laicos católicos, pero muy especialmente a aquellos que han consagrado sus esfuerzos profesionales al ámbito, vocacional e importantísimo, de la salud. A ellos precisamente se dirigían los Obispos de la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida en su Mensaje de 4 de abril de 2005 con ocasión del décimo aniversario de la Encíclica Evangelium vitae: “A los profesionales de la salud corresponde apoyar siempre la vida, y rechazar e incluso denunciar toda práctica que atente contra la integridad o la vida de las personas, singularmente la de aquellas más débiles como los embriones, los no nacidos, los disminuidos, los ancianos y los enfermos terminales.” Es mucho lo que tenemos por hacer. Urge ponerse en camino con renovadas fuerzas, sin cejar al desánimo. Parte fundamental de la nueva evangelización a la que nos empuja el Papa lo constituye este esfuerzo por defender la vida, y aunque a corto plazo podemos no ver grandes resultados, es un campo en el que nunca se trabaja en vano. ¡ Cada vida cuenta !
Carlos Romero Caramelo
Presidente de la Asociación Católica de Propagandistas y
de la Fundación Universitaria San Pablo CEU