El pobre gritó y el Señor lo escuchó

Por segundo año consecutivo, celebramos la Jornada Mundial de los Pobres, convocada para toda la Iglesia por el Santo Padre. Este año tendrá lugar el domingo 18 de noviembre. Conviene que vayamos preparando nuestro corazón para que esta iniciativa no pase desapercibida. Entre los más golpeados por el flagelo de la miseria se hallan los hambrientos, aquellos que ven llegar la noche sin haber comido nada, o casi nada. No tienen medios para ello. Y esto, en pleno siglo XXI, es muy doloroso.

En esta ocasión, el lema escogido está tomado de un versículo del libro de los Salmos: “Este pobre gritó y el Señor lo escuchó” (Sal 34,7). En su Mensaje para que nos sensibilicemos ante esta Jornada, el Papa Francisco ha destacado tres verbos: gritar, responder, liberar.

En primer lugar, el grito. La revelación bíblica muestra desde el inicio que Dios no es indiferente a la aflicción de los atribulados. Son significativas, en este sentido, estas palabras del Señor: “¡He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído el clamor que le arrancan sus opresores y conozco sus angustias!” (Ex 3, 7). El clamor de los pobres atraviesa la historia humana; más aún, atraviesa las nubes y llega al corazón de Dios. El mismo Papa se pregunta: “¿Cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no alcanza a llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles?” (Mensaje, n. 2).

A lo largo de la Biblia, encontramos numerosas situaciones en las que los pobres gritan clamando justicia, tanto a nivel colectivo como en el plano estrictamente personal. Sin salirnos del evangelio de Marcos, escuchamos las voces suplicantes de un leproso (Mc 1, 40), del endemoniado de Gerasa (M 5, 7), de Jairo rogando por su hija agonizante (Mc 5, 23), de una mujer sirofenicia (Mc 7, 26), del padre de un joven epiléptico (Mc 9, 24) o de un pobre mendigo ciego llamado Bartimeo (Mc 10, 47), que es precisamente el ejemplo que desarrolla el Sucesor de Pedro en su Mensaje (n. 5).

El segundo verbo es “responder”. Se trata de una estricta correspondencia. El pobre grita y Dios responde. ¿Y nosotros? ¿Escuchamos y respondemos o, más bien, cerramos el oído y seguimos metidos en la burbuja de nuestro egoísmo? La etimología del vocablo “responder” ofrece algunas consideraciones de interés, pues el verbo latino spondere significa ofrecer o prometer. De la misma raíz vienen palabras como esponsales, esposos o responsables. ¿Nos sentimos unidos a los desfavorecidos con un vínculo fuerte, afectivo y efectivo, esponsal? ¿Nos sabemos impelidos a atenderlos con responsabilidad en el ámbito personal, familiar, comunitario, social y político? ¿O somos irresponsables ante la suerte de los necesitados?

Los gritos y las palabras de los pobres adquieren muchos matices, pues son múltiples las situaciones que viven y son también diversas las personas sometidas al empobrecimiento. Entonces, no es extraño que “gritar” conlleve, no pocas veces, llorar, sollozar, clamar, narrar, soñar, luchar, proponer, reclamar, demandar. Y, por lo mismo, la creatividad impone variedades en la respuesta, de modo que ésta puede consistir en contribuir, apoyar, sugerir, aconsejar, enseñar, aprender, proponer, deliberar, escuchar, denunciar, compartir, hacer, dar, proyectar, colaborar. ¿Cómo resuena en mi vida el grito de los pobres, de los que carecen del pan cotidiano, de los enfermos, de los emigrantes forzosos? ¿Cuál es la tonalidad de mi respuesta? ¿Cómo salgo al encuentro de su penuria?

En tercer lugar, el Papa menciona el verbo “liberar”. “El pobre de la Biblia vive con la certeza de que Dios interviene en su favor para restituirle dignidad […] La acción con la cual el Señor libera es un acto de salvación para quienes le han manifestado su propia tristeza y angustia. Las cadenas de la pobreza se rompen gracias a la potencia de la intervención de Dios” (Mensaje, n. 4). En este contexto, Su Santidad Benedicto XVI, en su discurso a la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida, en el año 2007, ya afirmaba que “las estructuras justas son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad”.

Por eso, como dice el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, “la liberación de las injusticias promueve la libertad y la dignidad humana” (n. 137). Hablar de pobres y de pobreza es, en realidad, hablar de injusticia y de desigualdad, de mecanismos de exclusión y marginación, de dinámicas de empobrecimiento, de pisotear la dignidad humana, de romper el plan de Dios para la humanidad. Y hablar de liberación significa, en realidad, implicarse en la promoción de medidas estructurales que luchen contra la pobreza. Así lo hacen, por mencionar solo dos ejemplos claros de entidades de Iglesia, organizaciones como Manos Unidas y Cáritas. Pero hay muchas otras vinculadas a parroquias, diócesis, Institutos de Vida Consagrada, etc.

Finalmente, el Obispo de Roma plantea un aspecto que puede estimular nuestra acción concreta. “Quisiera que también este año, y en el futuro, esta Jornada se celebrara bajo el signo de la alegría de redescubrir el valor de estar juntos. Orar juntos en comunidad y compartir la comida en el domingo” (Mensaje, n. 6). Si algo caracteriza la acción de Jesucristo, tal y como la narran los evangelios, es que compartió su mesa con personas excluidas, empobrecidas y rechazadas. En torno a la mesa –signo por excelencia del Banquete del Reino–, muchas personas trabaron relaciones de amistad, recuperaron dignidad, atisbaron esperanza, encontraron acogida, recibieron el perdón, expresaron la generosidad, vivieron la mutua hospitalidad, soñaron un futuro común, saborearon la alegría del Evangelio, compartieron el pan y la palabra.

Sería magnífico que, de cara a esta segunda Jornada Mundial de los Pobres, cada uno de nosotros encontrase modos concretos de compartir la mesa y la vida con los pobres, con los que viven en soledad, con los hambrientos de su entorno. “Los pobres nos evangelizan, ayudándonos a descubrir cada día la belleza del Evangelio. No echemos en saco roto esta oportunidad de gracia. Sintámonos todos, en este día, deudores con ellos, para que tendiendo recíprocamente las manos, uno hacia otro, se realice el encuentro salvífico que sostiene la fe, hace activa la caridad y permite que la esperanza prosiga segura en el camino hacia el Señor que viene” (Mensaje, n. 10).

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA
(Publicado en la revista La Verdad, 16-XI-2018)

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/messages/poveri/documents/papa-francesco_20180613_messaggio-ii-giornatamondiale-poveri-2018.html