Solemnidad y austeridad en las dos canonizaciones de los papas

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Salvador Aragonés

La canonización de dos papas, san Juan XXIII y san Juan Pablo II, en presencia de otros dos papas, el actual Papa Francisco y el Papa emérito Benedicto XVI, tal vez no se producirá en otro momento de la historia, y la emoción de los más de 500.000 presentes en la ceremonia ha dado un tono de solemnidad que no ha estado reñido con la austeridad querida por el papa Francisco.

Durante la ceremonia y la misa de la festividad de la Divina Misericordia –instituida por Juan Pablo II siguiendo las revelaciones que tuvo la religiosa polaca Faustina Kowalska—no había pancartas, no hubo gritos y solo aplausos de los presentes en el momento de la canonización. La homilía del Papa Francisco tampoco fue interrumpida por aplausos. El estilo barroco de la época anterior al actual Pontífice ha dado paso a la época de mayor vivencia interior y religiosidad en el Papa Francisco. Es el signo de los tiempos.

Así pues austeridad y solemnidad no han estado reñidas y hubo la única excepción: un cartel con letras rojas y fondo blanco que decía: “Polonia semper fidelis”, que estaba cerca de donde se encontraba el ex presidente de Polonia y líder del sindicato Solidarnosk, Lech Walesa. Más allá de lo que representa una canonización producto de la santidad en la Iglesia, más allá de los milagros, de la polémica que algunos montan de una manera artificiosa como hacen los que tienen poca información o los que quieren directamente desinformar los hechos religiosos, más allá de las multitudes, está la fe, la gran fe del pueblo de Dios que quedó de manifiesto el pasado domingo en la plaza de San Pedro del Vaticano, adornada con rosas llegadas de Ecuador, pero sin que la plaza fuera un jardín florido.

La santidad no es consecuencia de haber hecho cosas grandes durante la vida de una persona, de premiar a una persona –a un Papa— por haber gobernado de una u otra manera la Iglesia, una diócesis, la propia familia, sino que es la consecuencia de haber vivido día a día las virtudes cristianas. Este y no otro es el premio que la Iglesia ha otorgado, con la ayuda del Espíritu Santo, a los dos nuevos santos papas: ser santos de altar y estar encuadrados en la lista de los diez mil santos.

No ha sido una casualidad que el domingo coincidía con la festividad de la Virgen de Montserrat, patrona de Catalunya, y que además los dos papas canonizados han sido los únicos papas que han visitado el monasterio benedictino y han venerado la imagen santa de la Moreneta (Juan XXIII lo visitó cuando era cardenal). Las causalidades, decía Juan Pablo II, no se dan en la vida como un hecho inevitable, sino como un hecho querido por Dios, que rige la historia de la humanidad. ¿Tiene algún significado esto? No lo sé y el tiempo lo dirá. Lo que sí es cierto que en el texto de la Visita Espiritual a la Mare de Déu de Montserrat, hay varias peticiones para que ella conserve y robustezca la espiritualidad y la paz entre los catalanes, al tiempo que se le pide “aquella fe que enfonsa les muntanyes” y que elimine de Catalunya “l’esperit de discòrdia” para que todos se sientan “germans”.

La afirmación más importante del día de las canonizaciones ha sido, aparte de la fórmula de la canonización, la que ha pronunciado el Papa Francisco cuando ha dicho que los dos sínodos mundiales que tratarán este año y el próximo sobre la familia se acogen a la doctrina del Concilio Vaticano II y a la de san Juan Pablo II que quiso pasar a la historia como “el Papa de la familia”, del mismo modo que san Juan XXIII fue el papa de “la docilidad al Espíritu Santo” al convocar el Concilio. Los estudiosos ya pueden repasar por lo tanto la pastoral familiar del Papa Wojtila, que es muy amplia y muy rica en sugerencias teológicas y pastorales, que también están en la línea del Papa Francisco para un lector mínimamente atento. Esto es que están al margen de los eslóganes publicitarios utilizados por los devotos y seguidores de la ideología de género, del relativismo moral y la libertad sexual.