UNA HISTORIA DE AMOR

Juan de Dios pone en práctica la parábola del Buen Samaritano —

Mons. José Luis Redrado

Juan de Dios, al contacto con la Palabra de Dios, en Granada, durante la fiesta de San Sebastián, 20 de enero de 1539, descubre que Dios lo quiere más cerca y lo transforma. Y la primera aventura de Juan se cambia en una historia de amor. Una historia que es de donación al prójimo, entrega total, desvelo por las almas, imaginación, comprensión, acogida, sacrificio, caridad. Una historia de amor que será revivir y volver a contar la parábola del Buen Samaritano.

Vivían en la ciudad de Granada muchos enfermos y marginados que vagabundeaban por las calles de la ciudad; y pasaban los mirones, no se paraban; pasaban los ricos, los pudientes y murmuraban; pasaba la clase universitaria y tenía prisa por adquirir la ciencia; y pasaba la clerecía – y como en la parábola de Jesús – tenían que rezar, ocupar su tiempo en Dios, no podían perderlo atendiendo a los hombres. Y pasó un día un samaritano, llamado Juan de Dios y, como estaba lleno de Dios, comenzó a dedicar su tiempo a los hombres, a los pobres, a los tirados por las calles de Granada, y se le ocurrió fundar un pequeño hospital que resultó insuficiente para un corazón grande, generoso, lleno de Dios; y alistó para su obra el corazón convertido de dos enemigos a muerte – Antón Martín y Pedro Velasco – y personas de prestigio: la duquesa de Sesa, y nuevos colaboradores, voluntarios, diríamos hoy, y buenos consejeros, como Juan de Avila y el P. Portillo…

Y como Buen Samaritano, cargaba con los enfermos, los llevaba al albergue, a su hospital, y les lavaba los pies, los curaba, los confortaba, les daba cariño, les daba amor.

 Esta historia de amor, vivida por Juan de Dios, germinará con su muerte, acaecida en Granada, 8 marzo 1550, en un nuevo Instituto religioso de caridad: los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios. “Esta es la flor que faltaba en el jardín de la Iglesia”, dirá el Papa Pío V al aprobar el Instituto.

………………………………………………

ORGULLO DE SER MUJER

A todas las mujeres: madres, esposas, hijas, hermanas…

«Llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora…» (Del Mensaje final del Concilio Vaticano II).

Mujeres: dad gracias por vuestra vocación de mujer. Madres, esposas, hijas, hermanas, trabajadoras… No reneguéis de ser mujer, estad orgullosas. Tenéis grandes espejos donde miraros:

no imitéis a Eva; imitad a Judit, a Esther, a María; imitad el valor, la mediación, la fidelidad, el Sí de estas mujeres; el valor, generosidad y entrega de Juana de Arco, Teresa de Jesús, Teresa de Calcuta, muchas madres de familia; no imitéis la superficialidad de tantas mujeres que presentan los medios de comunicación social, la televisión …

Mujeres: tenéis dotes innatas, es necesario recuperarlas; tenéis que reconciliaros con vuestro ser de mujer, aumentad vuestra autoestima; no miréis los condicionamientos “machistas” que todavía prevalecen en nuestra sociedad. 

Jesús de Nazaret  tuvo encuentros maravillosos y “sanantes,” llenos de ternura y de amor en relación con la mujer, tan marginada en su tiempo. Os recuerdo para vuestra reflexión:

La suegra de Pedro (Mateo 8, 14-15);

La hija de Jairo (Mateo 9, 18-19. 23-26);

La hemorroísa (Mateo 9, 20-22);

Marta y María (Lucas 10, 38-42);

Las mujeres que le acompañan en el camino del calvario, junto a la Cruz, y en la resurrección (Mateo 27, 55-56. Juan 20, 11-18. Juan 19, 25-27). 

Mujeres: reconoced que sois diversas del hombre; acoged la complementariedad. Vuestro punto fuerte es el corazón, centro de la vida, propulsor de hechos teóricos y prácticos.

Mujeres: estad orgullosas de ser mujeres; valorad vuestros gestos femeninos: la sonrisa, la mirada, el contacto físico, la ternura, el amor. Sed mujeres libres, con la riqueza femenina – ¡vuestro genio y ternura de mujer!

Mujeres: a vosotras está confiada la vida; sois las primeras educadoras del genero humano. 

Os damos gracias, madres heroicas,

por vuestro amor invencible,

por la intrépida confianza en Dios,

por el sacrificio de vuestra vida. (Evangelium Vitae n. 86).

Debéis ser en la familia, en la sociedad, sabor, gracia, intuición, amabilidad, sacrificio, responsabilidad, amor. Apuntaros a todo eso. 

San Juan de Dios fue un gran defensor de la mujer, marginada tanto ayer como hoy.

Todos los días debéis festejar aquello que sois: MUJERES.

+ José L. Redrado, O.H.