Dr. José Ramón Calvo y Dra. Cecilia Kindelán—

Real Academia Europea de Doctores—


Esta crisis en forma de pandemia, ocasionada por una nanopartícula, que tiene 900 veces menor tamaño que un cabello humano, ha puesto en evidencia lo frágiles que somos como seres humanos y el poco caso que hacemos a las señales que nos envía la naturaleza. 

Es evidente que llevamos mucho tiempo poniendo a prueba los límites del mundo en el que vivimos, y para el que no tenemos recambio, y ahora, a los avisos en forma de fenómenos climáticos extremos que han dejado destrucción y muerte por todo el globo y que nos empeñamos en ignorar, se suma, la presencia cíclica de enfermedades causadas, paradójicamente, por seres sin vida propia, los virus, que necesitan para cumplir sus funciones vitales, de otras células a las que asaltan y roban su material genético para poder reproducirse. 

Esta paradoja, de una partícula sin vida que quita la de otros para seguir perpetuando la cadena, es posiblemente una forma de explicar lo que los seres humanos hemos hecho con nuestros semejantes en la vida cotidiana y lo que seguimos haciendo con el entorno que nos fue dado no como propiedad, sino para que lo transmitiéramos en las mejores condiciones posibles a la siguiente generación. No estamos cumpliendo esa misión y la naturaleza se está encargando de generar de nuevo una homeóstasis, un equilibrio, con los muchos medios que tiene a su alcance. El Papa Francisco dijo, “Dios perdona siempre, nosotros de vez en cuando y la naturaleza nunca. La naturaleza está suplicando para que nos hagamos cargo de su cuidado”. Y es evidente que esta crisis de sufrimiento, de aislamiento, casi de cambio de era, puede ser uno de esos signos que nos envía a ver si de esta vez, le prestamos atención, y es desde luego, una magnífica oportunidad de abandonar el “yo” y sustituirlo por el “nosotros”.

Puestos a considerar prioridades a cambiar, desde luego, no parece de recibo que, en el siglo de las tecnologías, de las comunicaciones, de los más grandes avances médicos que haya registrado la humanidad, dejemos que nuestros mayores, gracias a los cuales hemos alcanzado nuestro nivel de bienestar, puedan morir de la manera que lo están haciendo, abandonados, sin ser una prioridad para el sistema y demostrando cuán alejados estamos como sociedad de una de las principales características que nos diferencia de otros seres vivos, la capacidad de empatizar con el prójimo, de pensar en “nosotros” antes que en “yo”, de priorizar la vida antes que la economía… de entender, compartir y preocuparnos del sufrimiento de otros…

Esta situación nos ha ofrecido estampas de solidaridad y de gestos altruistas que alegran el alma, pero sigue mostrando también las miserias, la insolidaridad y la prioridad de ese “yo” egoísta que nos ha traído tantas desgracias, incluida ésta en la que estamos inmersos.

Es indudable que el sistema económico en el que vivimos y que hasta el momento nadie ha sido capaz de sustituir por uno mejor y más justo,  tiene cosas muy buenas, y sin duda ha permitido un desarrollo espectacular de nuestras capacidades creativas. El hombre, por educación o por genética, es un ser competitivo y esa capacidad, genera progreso, pero no debería ser nunca a costa de los valores que nos distinguen como seres humanos. La pandemia de la Covid-19 está mostrando de forma descarnada que no somos nada, que todas las riquezas, el ego, y el populismo,  no sirven para nada cuando lo que nos confronta es algo que pone a prueba nuestra capacidad de supervivencia y nos demuestra que si sólo usamos el “yo”, tenemos garantizada la destrucción como especie, porque la naturaleza no va a permitir que aquellos que solo estamos de paso, destruyamos lo que es de otras generaciones, y por tanto únicamente nos va a quedar para salir de ésta situación, un uso masivo del “nosotros”, incluyendo en ese concepto, la solidaridad verdadera con los más vulnerables, el propósito firme de mejorar sus condiciones de vida,  el ser capaces de  cuidar más y mejor a los que ya no pueden hacerlo por si mismos, y el situar como prioridad de la humanidad el cuidado y restitución de los recursos que nos fueron prestados.  Si no aprendemos eso, es posible que nunca más volvamos a disfrutar de un mundo como el que nos acogió cuando nacimos y alguien, de una generación futura contará en los libros si esto ocurre y no le ponemos remedio, que hubo una vez en la historia de la humanidad que el “yo” venció al “nosotros”, la forma de vida que tanto nos había costado conseguir se había extinguido por no entender algo tan simple como que la “naturaleza no perdona nunca” y no nos dará muchas más oportunidades.


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