Prof. Manuel Cruz Hernández

Catedrático de Pediatría

Mi aportación parte del recuerdo de otras epidemias, estableciendo el paralelismo y las diferencias con la pandemia actual de Covid. En los años 40 y 50  asistí a los últimos brotes importantes de difteria y de  fiebre tifoidea. Coincidían con la frecuente tuberculosis. De menos mortalidad  – pero de muy alta morbilidad-  eran los periódicos brotes epidémicos de sarampión, rubeola, escarlatina y tos ferina.  En la década de los 60 tuve responsabilidad en la lucha contra la última epidemia de poliomielitis.

 Analizaré las reacciones y recursos en las viejas epidemias y en la pandemia actual.

La primera medida ante  una infección epidémica era y es el aislamiento. Para cumplirlo, al principio del Covid,  se cerraron las escuelas , pero al prologarse la situación, el niño escolar echó de menos a los amigos. Como  compensación, la pandemia le trajo la tele enseñanza.  

En la vertiente negativa del aislamiento escolar hay que sumar también la mayor alteración en el niño afecto de síndrome de déficit de atención con hiperactividad, las mayores repercusiones de los problemas matrimoniales y un aumento del maltrato infantil. Los trastornos de ansiedad y la depresión están siendo notorios. 

En el plano somático es posible un aumento de otra epidemia mundial, la obesidad infantil, advirtiendo que el niño con sobrepeso puede ser en su día un adulto obeso.

¿ Como ha reaccionado la familia? Antes y ahora, la conducta  me parece bastante parecida: tendencia a dejar la vivienda habitual para ir a la playa, a la montaña, a un pequeño pueblo, pensando  que allí la posibilidad de contagio será menor. Evitare la proximidad con otras personas, incluso los amigos. Ahora, las redes sociales, facilitadas por la difusión del teléfono móvil, están compensando la escasez de interacciones personales.

 ¿Y los médicos? Aconsejaron el aislamiento como una medida básica en todas las epidemias sufridas, desde la Edad Media a nuestros días. En las virosis (sarampión, rubeola, gripe, parotiditis) se aislaba al paciente mientras duraban los síntomas desde el comienzo clínico. El niño Covid positivo debe estar aislado diez días por término medio. La gran diferencia es que, en las anteriores epidemias la familia quedaba libre y solo se aislaba al niño enfermo, a veces con un rigor penoso (habitación individual  con puerta cerrada en el hospital, ingreso en un sanatorio antituberculoso). 

En la presente pandemia fue implantado inicialmente  el confinamiento total, con prohibición de salir de casa, y luego el confinamiento perimetral, dentro del municipio. Mi unidad familiar recibía rara vez la visita de otro familiar confinado en lugar apartado, lo que aliviaba algo el grave impacto emocional debido a la falta de contacto y de conversación. 

Los trastornos psicológicos, como se ha ido exponiendo,  fueron más patentes a medida que el aislamiento se extendía y los padres percibieron que su actividad laboral estaba afectada gravemente. En consecuencia, las repercusiones económicas fueron inevitables. Por otro lado, en la pandemia declarada por la OMS en febrero del 2020 y que nos reúne hoy, se ha constatado un exceso del consumo de calorías y de peso, junto con abuso de la bebida y del tabaco. Es de temer que igual estará sucediendo con las drogas. 

¿Y qué decir de los grupos de riesgo? Siguiendo la visión comparativa, en las epidemias antiguas los vulnerables eran los niños y las personas con un trastorno patológico previo. Por el contrario,  en esta  pandemia de Covid los  niños han sido los más resistentes. Según los países, representan del 2 al 12 por 100 de los casos, predominando las formas clínicas leves, con excepcional gravedad en los afectos de asma, diabetes, encefalopatía o neoplasia. 

¿Porqué los niños son más resistentes? Se ha  pensado en la protección por el padecimiento previo de otras infecciones banales por coronavirus (el repetido resfriado del “mocoso”). También porque el niño ha recibido la vacuna triple bacteriana , y su sistema inmune no reacciona habitualmente de una forma excesiva como el del adulto, para desencadenar el grave síndrome inflamatorio multisistémico. 

Así mismo, coincidiendo con el Covid se ha descrito una disminución de otras enfermedades infecciosas en el niño. Recuerdo que en los tiempos de la poliomielitis ,toda parálisis flácida o  cuadro neurológico agudo en el niño parecía de entrada poliomielítica, olvidando el caso no raro de mielitis, polirradiculitis, Guillain-Barré, encefalitis, etc. Igual se podría decir de la tuberculosis o el sarampión, que en su momento oscurecían la incidencia real de otra neumopatía y de otro exantema. En la época de la cartilla de racionamiento, en España y otros países, desapareció la anorexia. El fenómeno debe ser estudiado para descubrir si es un error profesional, si hay alguna interferencia viral o bien es una actividad inmunológica desviada.

En todos los tiempos, la influencia de factores ambientales ha sido evidente, pero no sorprendente, con una mayor incidencia en el grupo de población con vivienda reducida, el hacinamiento de ancianos en las residencias, la desnutrición y la mala higiene en general. En los EEUU de América se indica la frecuencia aumentada de covid en la población hispana y  afroamericana. 

En cuanto a los procedimientos sanitarios preventivos, la mayoría han sido similares en las epidemias antiguas y en la pandemia actual: evitar el contacto personal manteniendo una distancia prudencial ; saludo personal sin contacto, difundiendo  ahora el toque de codos (ridículo y poco útil). También fue conocido de las epidemias previas el lavado frecuente de manos, completado o sustituido por la fricción con alcohol o solución hidroalcohólica. Quizás antiguamente practicado con menos entusiasmo.

 Dado que la transmisión dominante es por las gotitas expectoradas y por el virus mantenido como aerosol, estuvo justificada -antes como ahora- la mascarilla, a pesar de algún efecto secundario menor (irritación local, dificultad para la visión con gafas, contaminación bacteriana, aumento de la disnea en el asmático..). 

La inmunoprofilaxis pasiva se intentó, antes como ahora, con el ensayo del suero o plasma de convalecientes y de  inmunoglobulinas. En pacientes de alto riesgo estuvo indicada la gammaglobulina para prevenir el sarampión, la varicela o la rubeola. A dosis elevadas es reconocida su utilidad en los síndromes con cascada de citoquinas y lesiones microangiopáticas , por ejemplo ,la enfermedad de Kawasaki. Para la prevención de Covid su empleo no parece difundido. Tampoco se insiste en el empleo una inmunoglobulina hiperinmune específica frente al corona virus, como la ya utilizada en otras infecciones (citomegalovirus, difteria, hepatitis, rabia, tétanos).

El mejor método preventivo en la patología infecciosa del niño es la vacunación. Estamos viviendo la obtención y aplicación de la vacuna anti-Covid en un tiempo  record y con un perfeccionamiento en la metodología. Después de la vacuna para la viruela. la siguiente vacuna antiviral tardó más de dos siglos: fue la antipolio, difundida en 1955 en los Estados Unidos y dos años después en Europa. La aplicación oral consiguió dar por terminada la epidemia en España en 1963. También se basan en virus enteros (atenuados o inactivados) las vacunas para el sarampión, rubeola, parotiditis, varicela, rotavirus, hepatitis A, rabia, encefalitis japonesa y centroeuropea. 

En cambio, la vacuna antihepatitis B inició el camino de utilizar fragmentos del virus, técnica seguida en otros tipos de vacuna antiviral y en las primeras vacunas anticoronavirus tipo RNA. Como pediatra sigo con especial atención su progreso y así debe concluir este análisis, ya que – si bien algún ensayo incluye niños de 12-14 años- la vacuna actual  está indicada únicamente en mayores de 16 años.  Mucho quedaría  por decir, pero corresponde a otros ponentes, que nos pondrán al día de la Covid en la infancia y juventud.