Dice el nº 306 del Catecismo: “Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del concurso de las criaturas”:

Tenemos la gran dignidad de poder colaborar libremente a las obras santas de Dios, de hacer el bien. Que Dios conceda a sus criaturas la dignidad de actuar por sí mismas y de colaborar libremente en su divina providencia, no es signo de debilidad, sino de su grandeza y bondad.

Y nunca muestra tanto Dios su infinito poder cuando se abaja a integrar en su designio providente las decisiones libres de los seres humanos. Cuando se compromete a respetar nuestra libertad, incluso cuando rechazamos su santa y amante voluntad.

Así, es esencial distinguir entre la voluntad de Dios y la voluntad libre de sus criaturas, que puede llevarles, si es torcida, a la infelicidad y al desastre. Así el mal procede del mal uso de la libertad de los seres libres.

“Dios no es de ninguna manera, ni directa, ni indirectamente, la causa del mal moral”. “Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura y, misteriosamente, sabe sacar, de él, el bien” (Catecismo, nº 311). 

El no distinguir convenientemente entre la acción y libertad del hombre y la de Dios es causa de graves errores: Uno de ellos, flirteando con el panteísmo (todo sería Dios), afirmaría que todo lo que sucede procede de Dios, de modo que los crímenes horribles de la historia serían acciones divinas, blasfemando así del Dios santo. 

Otro de ellos, determinista, afirma que los seres humanos no tienen realmente libertad, sino que vienen predestinados, sin que puedan evitar su condenación si ése es su destino, siendo inútiles sus esfuerzos por salvarse en tal caso. Frente a este gravísimo error hay que decir que, como recoge la Sagrada Escritura: “Dios quiere que todos los hombres se salven” y, así, no obliga a nadie a perderse, sino más bien estará al acecho para dar incansablemente posibilidades de salvación. La predestinación consiste en que Dios conoce qué camino escogerá libremente la persona, sin que le obligue a seguir una u otra senda.

Dios “toma el riesgo” de que el hombre asuma o no su santa voluntad, sin coaccionar ni forzar su libertad. Delega en el hombre, por así decirlo, algo de lo que el propio Dios se despoja. Dios se compromete con la libertad del hombre, hasta incluso permitir que le desobedezca y haga un uso malévolo de su libertad, caminando así hacia su infelicidad.

Pero si el Señor, que es todopoderoso e infinita bondad, permite el mal es porque puede sacar de él un bien mayor.

Así, del mayor mal de todos los tiempos, la muerte en cruz de su Único Hijo, del deicidio, hizo brotar el mayor bien de la historia: la Redención y perdón de los pecados de los hombres y la glorificación de Cristo (Cf. Catecismo nº 312). Y nos abre el camino de gracia y felicidad. La libertad del hombre en armonía con la voluntad de Dios, da frutos bellísimos, no sin contar con la gracia de Dios, que la fortifica y permite que produzca salvación para él y sus prójimos. Y los males aparentes se convierten en bienes si tenemos buena voluntad, como nos dice el mártir Sto. Tomás Moro en carta a su hija en vísperas de su ejecución: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor” (Catecismo, nº 313).

Javier Garralda Alonso