A esta pregunta se da todo tipo de respuestas. Empecemos por los pesimistas: Decía Hobbes que “el hombre es un lobo para el hombre” y que el único remedio a su mala condición es la coacción del Estado o similares que reprime su maligna tendencia. Pero en el propio Hobbes subyace así una tendencia, equivocada, hacia el bien, que busca asegurar por medio de la coacción pública.

En el otro extremo, el super-optimista, es conocida la opinión de Rousseau que afirma que el hombre en estado de naturaleza es totalmente bueno, con el mito del “buen salvaje”: es la sociedad civilizada la que impide al hombre ser bueno. Pero, lejos de sus ensoñaciones, recordemos, por ejemplo, que entre los salvajes no es infrecuente el canibalismo.

Y enfocando la cuestión con realismo, es verdad que hay hombres y mujeres capaces de una bondad tal que deja atónitos y en suspenso hasta a los astros y estrellas: Véase la vida de los santos. El hombre es pues capaz de una bondad estupefaciente. Ello constata que en su naturaleza existe una capacidad de bien, que, para el creyente, ha de venir corroborada por los dones sobrenaturales que el Señor concede para encarrilarla.

Pero en esta apasionante cuestión, si nos quedáramos aquí, sólo abordaríamos un aspecto. Ya que el  ser humano también es capaz de mal, de un uso torcido de su libertad, de una degradación de su naturaleza, que alberga fomes de debilidad. Tendremos que tener presente que su naturaleza, aun siendo buena, es una naturaleza herida, caída, con tendencias que si no se combaten pueden conducir a la degeneración y a la maldad. Esta herida, para el creyente, dimana del pecado, original y personal, y si queremos que venza nuestro mejor yo, hemos de adiestrarnos en el combate espiritual y moral para encauzar nuestras pasiones destructivas.

En cambio, la falta de realismo que lleva a creer que el ser humano es completamente bueno y que basta con seguir la propia espontaneidad para ser bondadoso, puede conducir a resultados catastróficos.

No siempre se tiene en cuenta que el comunismo marxista concibe una suerte de bondad original que las estructuras sociales opresoras o explotadoras sofocarían. Y bastaría con acabar con esas estructuras, con medios violentos y crueles, para que el hombre viviera en un edén sin clases ni pobreza. Esta ideología ha dejado tras de sí un reguero de crímenes sin cuento  e instaurado, en vez de un paraíso terrenal, verdaderos infiernos sobre la Tierra. Y fueron los obreros que venía a salvar, el  sindicato Solidanorcs, quienes encabezaron el fin del  comunismo en Europa.

Otro terreno para esas teorías de la bondad natural de la persona humana es la pedagogía moderna: El niño es bueno, todo el mal procede de una educación represiva: borremos la represión y todo irá sobre ruedas. Pero en una sociedad en que predominan esas ideas, se crían niños sin capacidad de sacrificio, de modo que no toleran el menor sufrimiento. Y, paradójicamente, hoy en día, asistimos a un incremento exponencial de suicidios entre los menores, al que no es ajeno la educación ultra-permisiva: Lo que se auguraba como fuente de la mayor felicidad se ha convertido en palanca de infelicidad.

En realidad, como dice el Evangelio, mal y bien coexisten en la persona humana y surgen del corazón del hombre, y la mejor estructura social, sin cambio interior, sin cambio del corazón, se convertirá en una nueva o peor opresión.

La lucha personal en pos del bien no se puede sustituir con nada, ya que nuestra naturaleza herida ha de ser encauzada en su libertad en un noble combate interior y eso ha de presidir la educación que impartamos. Y teniendo presente la libertad del ser humano ello ha de realizarse sin coacciones inhumanas ni sibilinas, ni permisividad extrema, sosteniendo el joven árbol y no sofocando, ni por más ni por menos, el desarrollo saludable del  educado.

Javier Garralda Alonso