Dra. Elena Passo

Vicepresidente del Consorcio de Médicos católicos de Buenos Aires

SIGNO digital, revista del Área Sectores de Acción Católica Argentina, agosto 2020, N. 72.

Corría el año 1918 y mi abuela Carmen de seis años de edad y su hermana Elisa de apenas unos años más  subían a un barco en Vigo que las traería a la Argentina. Atrás quedaba su mamá que había fallecido una semana antes víctima de la gripe española y su amada tierra. Tenían planeado viajar las tres a la Argentina donde las esperaba parte de la familia, pero la gripe española, que azotó España por entonces, dio un giro brusco a sus vidas.Fue así como las dos niñas dejaron su siempre recordada  Galicia para construir aquí  una nueva vida.Siempre me he preguntado de dónde sacaron  la fortaleza para sobrevivir a ese tiempo, y pienso que junto con un baúl de recuerdos, trajeron consigo la gracia de haberse sentido amadas y de haber sido educadas en una familia de profunda fe.

Han pasado poco más de 100 años y nos encontramos atravesando una situación similar, los primeros casos se reportaron en la ciudad de Wuhan en diciembre de 2019 y el 11 de marzo de 2020 la OMS declaró la pandemia. Un nuevoagente patógeno pone en vilo otra vez a la humanidad, también es de naturaleza viral, pero a diferencia del virus de la gripe española (virus de la influenza A del subtipo H1N1) que era un virus natural, este nuevo virus (SARS-CoV-2) causante de la enfermedad conocida como COVID 19, según expertos de jerarquía internacional,puede ser resultado de una manipulación realizada por biólogos moleculares en un laboratorio.Si esto fuera así, la responsabilidad de esta pandemia estaría en manos del propio hombre.La ciencia, la cual es un instrumento valioso para el progreso de la humanidad, se habría utilizado en este caso paro otro fin y esto tiene consecuencias. Tendríamos que tomar nota de lo acontecido y preguntarnos como humanidad: ¿Hacia dónde vamos? ¿Y en manos de quién se dejan decisiones que pueden afectar la supervivencia de nuestra propia especie?Por otro lado, en nuestro mundo actual, ni siquiera las potencias mundiales, están preparadas para brindar una asistencia médica masiva como la pandemia actual demanda         

Es verdad que el virus no discrimina, pero los grupos sociales más vulnerables han resultado ser los más afectados.Nuevamente nos deberíamos preguntar: ¿hacia dónde vamos, y en qué punto se limitó el acceso a una asistencia sanitaria de calidad adecuada?Mientras los gobiernos tratan de implementar medidas epidemiológicas para desacelerar la diseminación de la infección, los científicos tratan de elaborar una vacuna y los médicos tratamos de entender esta nueva enfermedad, la vida de las personas se ha visto obligada a cambiar de forma brusca. Se implementaron medidas de distanciamiento social, se suspendieron las clases presenciales, las manifestaciones de la cultura y millones de personas perdieron sus trabajos.

 Es duro el aislamiento social pero lo es aún más en una situación de pobreza.La pobreza material es eso, material, y se puede resolver con educación y trabajo, pero hay otra pobreza mucho más cruda y es la espiritual, la de la soledad del alma.Pienso mucho en la abuela en estos días y en cómo tuvo la fuerza para sobreponerse a la mayor pérdida que un ser humano puede sufrir en la infancia, que es la pérdida de la madre. Sobrevivió a la epidemia de la gripe española, que afectaba mayormente a niños y jóvenes.Sobrevivió a la muerte de su madre.Sobrevivió al desarraigo y a una travesía en la inmensidad del océano…¿De donde sacó la fuerza necesaria no sólo para sobrevivir sino para salir adelante?La abuela se sostenía en su fe y en los recuerdos del amor que recibió en su hogar. Allí la educaron en valores como la bondad y con su humildad característica los sostuvo a lo largo de su vida.Cuando como sociedad nos quejamos de las limitaciones que nos impone el aislamiento pienso en ella y en la  travesía que tuvo que enfrentar desde su tierra natal y en cómo nos transformamos en una sociedad pobre en valores, sobre todo en solidaridad.

Nos hemos convertido en una sociedad auto-referencialen la cual el núcleo familiar ha sido atacado de todas las formas posibles y en la que la vida misma ha sido menospreciada y sometida con un criterio utilitario. No es este el mejor estado para dar respuesta a las demandas de una humanidad en situación de pandemia.Así nos encontramos hoy, con una sociedad empobrecida en valores y espiritualmente, pidámosle entonces a nuestra Madre y Señora de Luján que interceda ante el Señor para que nos dé la sabiduría necesaria para que podamos recuperar del baúl de los recuerdos la fortaleza, la esperanza y la caridad, pero por sobretodo nuestra gracia más perfecta: la Fe.