Publicado en Revista “Labor Hospitalaria” nº. 183, año 1982

Hermanos de San Juan de Dios – Barcelona

Santa Teresa, precursora en medicina

Rafael Martínez San Pedro, Médico. Alicante

Preocupación por la salud 

En toda la obra escrita de la madre Teresa de Jesús aparece una constante preocupación por la salud. Son numerosas las alusiones que hace de la misma en su vida, y en sus cartas, en ocasiones describiendo magistralmente sus dolencias como si conociera perfectamente la elaboración de una historia clínica, y en otras aconsejando procederes terapéuticos cuando de la salud ajena se trataba. 

El ilustre teresianista padre Bilbao Aristegui en su interesante libro titulado Santa Teresa enfermera recoge de una forma pacienzuda, a la par que científica, digna de todo encomio, hasta quinientas treinta y tres citas de la madre a propósito de la salud corporal, y trata de demostrar de esta forma que «la Santa de Ávila tiene algo, y aun mucho que decir, en torno al eterno y cautivador misterio del organismo humano». 

La revisión bibliográfica de estas acotaciones y otras que hemos encontrado en escritos sobre la santa nos lleva a sentar la conclusión de que la santa abulense fue una verdadera precursora en medicina. 

Con fina perspicacia intuyó la Fémina andariega lo que con el devenir de los siglos constituida la base de una verdadera higiene conventual tan abandonada en la época en que le tocó vivir a la Santa. En sus constituciones considera «gran disparate tener priora y subpriora de poca salud; quiere que las novicias estén sanas y que las casas para fundación reúnan buenas condiciones de salubridad». 

En cierta ocasión escribía al padre Gracián … «que procure que haya limpieza en camas y paños de mesa que es cosa terrible no haber limpieza», y se pregunta ¿si no hubiera agua para lavar, qué sería del mundo? Igualmente ordena en otro pasaje «que esta limpieza se extreme con las enfermas». A pesar de su austeridad habitual dispone… «que las enfermas tengan lienzos (sábanas) y colchón». 

Conocimientos higiénicos 

En 1580 escribía a la madre María de San José de Sevilla en estos términos., . «el vestirse túnica en el verano es cosa de disparate. Si me quieren hacer placer, en llegando ésta se la quite, aunque más se mortifique». Con lo cual demuestra sus conocimientos higiénicos, a la par que la influencia que tiene un adecuado vestido concordante con el clima ya que escribe a continuación … «y vale más estar para andar en la comunidad que tenerlas todas enfermas». 

«El cuerpo engorda, el alma enflaquece», dijo a sus hijas al hablarles de la vida regalada, y por esto comía poco y dormía menos, pues era la última del convento en acostarse y la primera en abandonar el lecho. 

«Estamos también sujetas a comer y dormir sin poderlo escusar -que es harto trabajo», exclama a manera de rebeldía espiritual contra su naturaleza. Pero hecha por Dios de cuerpo y alma, cumple los deberes para con su cuerpo con igual perfección que los del alma y, cuando era necesario, se regalaba. Recomienda dormir siempre más de seis horas, para evitar la flaqueza de cabeza, pero «que el sueño sea de veras porque si no, no dará fuerza a la cabeza, que quedará más desvanecida». Igualmente aconseja dormir en verano una hora de siesta, o descansar en silencio. 

Establece que «las enfermas sean curadas con todo amor, regalo y piedad», «que la priora ponga gran cuidado en que antes falte lo necesario a las sanas que algunas piedades (atenciones) a las enfermas; y recomienda «poner enfermera que tenga para este oficio habilidad y caridad» porque la madre «quiere siempre que las enfermas sean muy bien curadas». 

Demuestra en sus escritos la santa -no se olvide que estamos a mediados del siglo XVI- un excelente conocimiento y concepto claro de lo que ha de ser la atención a las enfermas, de la higiene colectiva y de las condiciones que una buena enfermera debe reunir. 

El interés reiterado por el cuidado de las enfermas, ¿sería quizás para la madre Teresa el esmerado cumplimiento de la encomienda que en tal sentido le hiciera el Señor, estando en Malagón en 1570, en una de sus visiones? 

Experiencia dietética 

Quedan reflejados en sus escritos su experiencia en dietética ya que para ella algunos manjares sirven como verdaderas medicinas «las naranjas que regocijaron a algunas enfermas … ». Igualmente la carne es preocupación dietética de la santa cuando con frecuencia hacía alusión a la misma «. .. será menester hacerla comer carne algunos días … que tiene flaca la imaginación». En cierta ocasión escribe a la priora de Soda: «De que esté mejor me he holgado mucho. Si hubiera menester siempre carne, poco importa que la coma aunque sea en cuaresma, que no va contra la regla cuando hay necesidad, ni en eso se aprieten». 

Le sentaba mejor la carne de ave que la de carnero (carta a su hermano escrita el 28 de febrero de 1577) … y en la misma dice «que como he ayunado desde la Cruz de Septiembre … » lo cual nos prueba que era la primera en cumplir con exceso «la Regla de Nuestra Señora del Carmen y cumplida ésta sin relajación, sino como la ordenó Fray Hugo, cardenal de Santa Sabina, que fue dada a MCCXLVIII años, en el año V del Pontificado del Papa Inocencio IV». 

Este ayuno tan severo lo suprime en las fundaciones y así lo ordena a las que «tienen flaquezas» y asimismo las «dispensaba de las disciplinas». 

No obstante para ella era grave culpa según sus constituciones … «si alguna los ayunos de la Orden, o en especial los instituidos por la Iglesia, sin causa y sin licencia quebrantare». Pero a pesar de todo su inmensa humanidad le obliga a proceder de distinta manera cuando la naturaleza obliga a ello. 

Aunque se regalaba cuando era conveniente, sabemos por las declaraciones en los procesos de beatificación que era muy parca en comer, tan sólo en muchas ocasiones, una escudilla de lentejas y un huevo. En otras, algunas hierbas o poleadas (gachas o puches). Igualmente sabemos que era muy amante en sus hábitos culinarios del pan frito con aceite. No bebía gota de vino. 

Habitualmente no comía pescado por no sentarle bien, aunque en ocasión comió atún … «el atún enviaron la semana pasada de Malagón, crudo y estaba harto bueno, bien nos ha sabido». 

Tampoco era aficionada a las conservas pero hay que tener en cuenta que en aquella época conserva era «cualquier fruta que se adereza con azúcar o miel», dice Cobarrubias en su obra. 

Vemos una vez más la intuición de la Santa que le hace sospechar los fenómenos de alergia y anafilaxia que se derivan de la ingestión de estos manjares sobre todo cuando no están en buenas condiciones, que de hecho ocurriría con bastante frecuencia teniendo en cuenta los parcos métodos de conservación y de higiene alimenticia con que se contaría en la época que nos ocupa. 

Formulario terapéutico 

Otro interesante aspecto en relación con la medicina, es el perfecto conocimiento que tenia del formulario terapéutico, de acuerdo con el saber médico de la época pero sin creer en hechicerías muy arraigadas entonces entre todas las clases sociales. «Nunca fui amiga de devociones que hacen algunas personas, especialmente mujeres, por ceremonias que yo no podía sufrir, y después se ha dado a entender que eran supercherías». Probablemente alude en este pasaje de su vida al libro publicado en 1540, por el maestro Ciruelo, titulado Reprobación de las supersticiones y hechicerías, el cual tuvo grandísima difusión. 

No extraña en absoluto su postura personal al respecto, ya que de bien joven fue víctima de curanderismo y de la hechicería, que a punto estuvo de costarle la vida, lo cual debió influir en su ánimo para convertirse en paladín contra aquellos métodos oscuros y no cien tíficos. 

Hagamos un inciso y recordemos que en tiempos de nuestra Santa se estaba forjando un cambio importantísimo en la terapéutica debido primordialmente a dos hechos históricos trascendentales y que iba o a influir en la evolución de la medicina española. Es el primero el descubrimiento de América y con ello la llegada a nuestras latitudes de drogas nuevas traídas por los conquistadores en su ir y venir ultramarino. La aureola de las drogas de Indias inspiraron tanta fe a los pacientes de entonces, que sus efectos bien pudieran compararse a los auténticamente eficaces de los -antibióticos de hoy. 

Fue el segundo la difusión del libro Materia médica, de Dioscorides impreso en Alcalá de Henares en 1518 a instancias de Nebrija, sin duda alguna, la obra más consultada por los galenos y farmacéuticos durante varios siglos. 

Posteriormente el segoviano Andrés Laguna (1494- 1560), lo publicó nuevamente, ilustrándolo con láminas de otros autores con «claras y sustanciosas anotaciones» (Lain Entralgo). De este libro se hicieron en España numerosas ediciones entre los años 1563 y 1576, sin mencionar las posteriores a la época que nos ocupa. 

Otros dos libros más ampliaron los conocimientos farmacológicos de la época; nos referimos al de Nicolás Monardes en Sevilla, el año 1565; y el de Cristóbal Acosta en Burgos el año 1578. intitulados respectivamente, el primero: en dos volúmenes que tratan uno De todas las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales y otro De dos medicinas maravillosas; y el segundo: Tratado de las drogas y medicinas de las Indias Occidentales, con sus plantas debuxadas al vivo.

 Igualmente Juan Fragoso, cirujano de Felipe II, publicó en 1572 su célebre libro Chirurgía Universal discurso ele las cosas aromáticas, árboles y frutales y de otras muchas medicinas que se traen de las Indias Occidentales. 

En los primeros años del Renacimiento, comienzan a ser descritas una pléyade de «nuevas enfermedades» desconocidas hasta el momento. Háblase con harta insistencia de dolencias no mencionadas por los antiguos y hasta de males que los hombres jamás padecieron

Pero realmente eran nuevas estas enfermedades o por el contrario sólo eran consecuencias nosográficas de una mayor finura de los médicos renacentistas en la observación de la realidad que tenían delante de ellos. Al respecto se pregunta Lain Entralgo, ¿qué era lo nuevo, la realidad o la mirada? De todas formas parece indiscutible la real novedad de algunas de ellas. 

Todas estas novedades, a pesar de los exiguos medios de comunicación del momento, atravesaron las rejas y celosías de los locutorios carmelitanos para llegar a oídos de Teresa de Cepeda. Varios de estos maravillosos remedios fueron conocidos por ella y algunos pudo proporcionárselos su hermano Lorenzo, que permaneció en el Perú treinta y cinco años, y al regresar a España, en agosto de 1575, reunióse con su hermana en Sevilla, quien lo encontró «bien flaco y malo». 

La fundadora nos habla de una de esas modernas drogas, la Catamaca (metátesis de Tacamaca). Y dice en el escrito: «con las especies se holgaron mucho y con la catamaca, No me dejaron enviarlo -que harto lo quisiera- porque tienen gran necesidad muchas». 

En otra carta cita la caraña. «Aquí me están acordando la pida un poco de caraña, porque me hace mucho provecho; ha de ser bueno. No se olvide por caridad. A Toledo lo puede enviar muy envuelto, o de que vaya el hombre de acá». 

Debiera de ser esta droga muy empleada por la Santa ya que de la lectura de su epistolario se desprende, tres años después, una nueva petición a la misma priora: «Sepa que se ha repartido tanto de la caraña, que ya tengo muy poco, y es lo que más provecho me hace, y a otras, de que vea con quién, envíemelo, por caridad». 

Botiquín de urgencia 

De estos pasajes se deduce la preocupación de la madre Teresa por tener en los conventos un verdadero botiquín con las drogas imprescindibles de uso en momentos determinados. Y efectivamente ambas drogas citadas estuvieron muy en boga en su tiempo y se consideraban de gran efecto y su empleo representaba una verdadera revolución terapéutica en aquella época. 

Otro producto empleado procedente de las Indias, pero que anteriormente había sido traído de Arabia y Etiopía, era el anime (resina del cucarbil). Las farmacopeas de la época lo diferencian muy mal, ya que se dio este mismo nombre al copal tacamaca y caraña ya citados. Nuestra santa alude a esta droga cuando escribe: «del nime también se tomó un poco -que se lo quería yo enviar a pedir- que hacen unas pastillas con ello de azúcar rosado que me hacen muy gran provecho a las reumas». 

En otra ocasión refiere, hablando de la misma droga, que «le hacen gran provecho para el reuma y mal de cabeza echar por el aposento o en el brasero, pastillas compuestas de anime resina de India y azúcar rosado». Y para este mismo objeto pide también a Sevilla «caraña buena». 

No sabemos a ciencia cierta si este sahumerio era original de la santa o había sido recomendado por algún galeno. Quizás ello sea una reminiscencia de la terapéutica medieval, época en que los sahumerios constituían una arma terapéutica de primera calidad. 

Y abundando en esta opinión, sahumerios con ervatum y culantro y cáscaras de huevos y un poco de aceite y poquito romero y un poco de espliego. Yo le digo que me tornaba en mi; casi ocho meses tuve calenturas una vez y con esto se me quitó. 

Alude en otra ocasión a unas .píldoras que le recetó un «médico muy grande» pero no dice ni el nombre ni la receta. 

En otro pasaje hace referencia a las mismas píldoras: «esa memoria que va ahí de píldoras están loadas de muchos médicos. Entiendo le harán gran provecho usar, aunque no sea sino de quince a quince días una; gran provecho me han hecho y son sin pesadumbre». 

En una ocasión menciona la santa, la escorzonera, planta muy usada en la terapéutica de la época, a cuya infusión se añadía un poco de canela. Esta misma receta se prescribió posteriormente en el año 1696 a la reina doña Mariana de Neoburgo por los médicos de la Cámara Real. 

El uso del ruibarbo (el rizoma), era empleado como eupéptico purgante y contra las lombrices. En varias ocasiones fue recomendado por la fundadora y de ello tenemos prueba en la carta escrita el 28 de diciembre de 1580 a la madre María de San José. «Por amor de Dios que se mire mucho de beber, pues sabe el daño que le hace. Infusión de ruibarbo hizo gran provecho a dos hermanas que tenían hinchazones que lo tomaron algunas mañanas; trátelo con el médico y si viere es a propósito, tómelo», 

A la misma monja había escrito dos meses antes: «NO pienses que esas hinchazones son siempre hidropesía, que por acá las tienen y han tenido y están ahora buenas y otras se andan así. Con todo no deje de curarse y de guardarse de lo que dice el médico le hace daño». 

Es notable lo juiciosamente que interpreta los síntomas de las enfermedades. En esta ocasión el tratamiento que recomienda no puede ser más correcto ya que cualquiera que sea el tipo de edema es acertado siempre el restringir los líquidos de la ingesta y administrar un laxante. Por otro lado intuye un diagnóstico diferencial de los edemas, como si la madre conociera la patogenia de los mismos. 

Respeto a los médicos 

Del mismo pasaje anterior se desprende muy bien el respeto que la santa profesaba a los médicos a pesar de las caricaturescas figuras que de los mismos hacían nuestros escritores del Siglo de Oro. Aun mostrando un conocimiento perfecto de los remedios, en sus escritos de recomendación a los conventos, nunca actúa por cuenta propia y con harta frecuencia solía terminar: «trátelo con un médico». Y este respeto lo demuestra con su actitud de fidelidad cuando escribe a tina de sus monjas: «si ese médico la ha entendido, no querría se curase con otro». Siempre la santa precursora en medicina, se adelanta en varios siglos a uno de los preceptos elementales de Deontología profesional de nuestros tiempos. 

No obstante, a decir verdad, posiblemente llevada de su gran experiencia personal al respecto, se opone con energía a que vuelvan a sangrar a la priora de Valladolid: «aunque lo diga el médico». Es la única vez que vemos a la madre oponerse con decisión a una orden facultativa y seguramente que ella tenía la razón. 

Otra de las raíces muy en boga entonces era la de zarzaparrilla, a cuya tisana la santa tenía verdadera aversión: «guárdense de beber el agua de la zarzaparrilla aunque más quite el mal de madre». Su experiencia debiera ser mala porque en breves meses vuelve a insistir a la misma priora de Sevilla: «mire por sí y guárdese el agua de la zarzaparrilla para nadie». E insiste pocos días más tarde : «Tornóla a avisar que no beban el agua de zarzaparrilla». 

Por el contrario se muestra partidaria del. uso para «el ojo» (amenorrea): «que suele acceder en sangres livianas, unos sahumados en la cama con erbaturn-culantro-cáscaras de huevo-aceite romero, y un poco de alhucema». 

Conocimiento médico y terapéutico 

Observamos cómo nuestra santa tiene un perfecto conocimiento de la patogenia de las amenorreas funcionales debidas a trastornos generales y la poca importancia que da a las mismas cuando en cierta ocasión habla de: «olvidaros de quejaros de pequeñas flaquezas y malecillos de mujeres». 

Para el mal de orina escribe: «Dicen que es bueno para eso de la orina, cogidos unos escaramojos», «cuando están maduros, y secos y hechos polvo, y tomar cantidad de medio real (medida volumétrica de agua) a las mañanas. Pregúntelo a un médico». Obsérvese que su respeto por los facultativos le obliga en muchas ocasiones terminar con la coletilla «pregúntelo a un médico», 

Para un relajamiento de estómago, dice que le vinieron bien las nueces. Casi un siglo después se supo que las nueces (juglans regia) eran astringentes, con múltiples aplicaciones, pero en relación con la acción digestiva a que alude la madre era empleada en infusión de corteza para la ictericia y pesadez gástrica. 

Igualmente el escaramujo (rosal del bosque), por su riqueza en tanino se empleó posteriormente como astringente y antidiarreico. 

Estando enferma la priora de Malagón (1577), la santa emite juicios muy acertados que nos demuestran una vez más su enorme conocimiento médico y terapéutico. Escribe: «las cosas y señales que tiene son de tísica». Tiene esperanza de sanarla con las aguas de Laja, que efectivamente eran muy recomendadas por los médicos para esta indicación. 

Posteriormente: «Harto he pedido a nuestro padre que me escriba si el agua de Laja aprovecha llevado tan lejos». Intuye un conocimiento hidrológico que aún se discute en nuestros días. Nos referimos a si las aguas minerales tienen la misma eficacia bebidas al borde del manantial que embotelladas e ingeridas lejos de donde brotan. En otra carta dice: «ahora en el agua tengo esperanza de Laja». En esa misma carta a la madre María de san José da unos consejos dietéticos muy interesantes aprovechando la oportunidad de babel’ recibido un regalo de su hermano de «patatas y confites». «Yo no había enviado a la priora de Malagón (estos regalos), por la mucha calentura que tiene que la matarán, más de otras es muy bien, tal como naranjas dulces que tiene mucho hastío y cosas de enferma. Creo es bien curada (bien tratada). Mantequillas es lo que ahora le caen más en gracia». 

Nos señala en estos pasajes el concepto clarísimo que posee de la convalecencia y la importancia que tiene a tal respecto la ingestión de grasa para mantener un régimen hipercalórico en los casos de caquexia. Téngase en cuenta que en el siglo XVI no existía el concepto de tuberculosis que ahora tenemos. Para los médicos coetáneos de la abulense, Tisis era el estado final de una tuberculosis pulmonar y los síntomas más importantes eran enflaquecimiento extremo y extenuación, y además a este cuadro se llegaba por distintos caminos etiológicos. Del mismo modo alude a la inapetencia de la convalecencia y al interés que tiene para una pronta curación el respetar los deseos y hábitos gastronómicos del enfermo. 

Utiliza y aconseja el «agua de azahar» que dice le hace provecho. «Mucho aprovecha por acá -sabido de buenos médicos- beber cuatro o cinco tragos de agua rosada». Pide a la priora de Sevilla azahar en hoja seca y añade: «A mi gran provecho me hace y de azahar mucho daño, y oler lo de azahar aprovecho al corazón, más no beberlo. Con ello contesta a la pregunta de la priora sevillana ¿cómo es el mal que tiene en el corazón? 

El interés de estas observaciones sobre la acción sedante del azahar en los trastornos neurovegetativos (palpitaciones) es indudablemente evidente, lo cual demuestra una vez más su fino espíritu de observación. 

Las purgas 

Fue santa Teresa muy aficionada a la medicación siruposa, y lo fue a pesar de ser coetánea del pleito que sobre este argumento se estableció. Las purgas cree la madre que deben «administrarse en su tiempo». La historia de la Medicina recuerda que el rey Felipe II, llamó a su médico Valles El Divino, por haberle administrado valientemente un purgante estando la luna en conjunción. 

y en varias ocasiones escribe: «Yo estoy casi buena, que el jarabe que escribo a nuestro padre me ha quitado aquel tormento de melancolía y aún creo de calentura del todo». «Envíeme vuestra reverencia la receta del jarabe que tomaba la hermana Teresa, que la pide su padre, y no se olvide en ninguna manera el que tomaba entre día continuo». 

Al parecer existía una verdadera polipragmasia siruposa pues eran varios los jarabes que se administraban al enfermo en el mismo día. 

En otro momento escribe: «Buena estoy, gloria a Dios. No hay con ella poder acabar que tome ese jarabe del rey de los Medos, cuando haya de tomar purga que me ha dado la vida y ningún mal la puede hacer». Desgraciadamente desconocemos las fórmulas de estos jarabes que tan buen efecto surtían en la santa . 

La calentura 

Una de sus grandes preocupaciones en materia de enfermedad era la calentura y con frecuencia dice: «cuando no hay calentura todo se pasa»; para la madre la apirexia era signo evidente de curación: «hasta que me escriban que está sin calentura me tiene con mucho cuidado». 

Diferenciaba perfectamente la santa, la cuartana de la fiebre, distinción muy difícil de encontrar entre el vulgo de aquella época. Es sabido que la cuartana (paludismo), obedece siempre a un ritmo que no tiene la fiebre, queda referencia de lo apuntado en la carta escrita el 7 de marzo de 1572 a doña María Mendoza: «quitáronseme las cuartanas, más la calentura nunca se quita». Y en otros pasajes se lee: «siento un poco de frío que es día de cuartana» (1574). «Casi ocho meses tuve calenturas una vez» (1576). 

Se desprende de sus escritos que interpreta la fiebre como uno más de los síntomas de la enfermedad que padece. «Las calenturas pararon en un gran romadizo» (1576). «Me dio un gran dolor en un lado y esquinancia» (1572). 

Es de admirar la intuición de la santa ya que hasta un año después de su muerte no se publicó por el doctor Pedro Mercado su celebérrimo libro De febrium differentiis (Granada 1583), resumen de los conocimientos de la calentura de aquella época. 

La sangría 

En la segunda década del siglo XVI se estableció una polémica muy importante acerca del empleo y uso de la sangría, y como ocurre en cualquier controversia los defensores e impugnadores del método no se concedían la menor beligerancia. Ello fue el motivo fundamental de que la sangría alcanzara su máximo apogeo en este siglo. Bien lo prueba el caso de la fundadora del convento de Beas, doña Catalina Godines, de quien habla la santa: «que en ocho años fue sangrada más de quinientas veces». 

Santa Teresa tuvo que caer repetidas veces bajo el dominio de la lanceta, prueba de ello es que en varias ocasiones escribe: «hame dado la vida la sangría a la cabeza»; «con tres sangrías estoy mejor»; «cuando llegué a Toledo con el sol del camino, me hubieron de sangrar dos veces y purgar que no me podía menear en la cama según tenía el dolor de espaldas hasta el cerebro y ansi me he detenido ocho días aquí y me parto bien desflaquecida (porque me sacaron mucha sangre), más buena». 

Es posible que la santa en esta ocasión sufriera una insolación y como consecuencia de ella una hipertensión craneal con subsiguiente edema cerebral y correspondiente síndrome de meningismo. Por ello suponemos nosotros que fue beneficiosa la sangría. 

No se le escapa a la santa el efecto anemizante que producían las sangrías repetidas; por ello no era partidaria de prodigarlas como entonces por todos se hacía. Ya hemos visto en párrafos anteriores que la única vez que alza su voz contra la opinión de un médico es por causa de la sangría y al efecto escribe en estos términos a la madre María Bautista de Valladolid: «es verdad, que ¡poco la rogué el otro día en una carta que no se sangrase más! Yo no sé qué desatino es el suyo, aunque lo diga el médico». En esto fue precursora del padre Feijoo y una vez más de la medicina moderna. 

Aparte de las sangrías y de parecido efecto terapéutico habla la santa de las ventosas sajadas, (hoy diríamos escarificadas), pero no sabemos con seguridad si se las aplicaron a ella, por lo menos no hemos encontrado pasaje en que se haga referencia, tampoco se conoce si las sangrías que en tan repetidas ocasiones se le propinaron, se empleó la técnica griega o arábiga. 

Heridas y contusiones 

Respecto a la terapéutica de heridas y contusiones recomienda el reposo y aconseja: «unturas y cosas para templar el calor». Se usaba en esta época Alhucema o «Lavandula vera» en fricciones contra el reuma y contusiones y también tomándolo en tintura como estimulante y, se practicaban fumigaciones buscando su poder desinfectante. 

En una carta escrita el 16 de febrero de 1578 al padre Gracián, habla de su brazo fracturado: «todavía está hinchado y la mano y con un socrocio que parece de arnes y ansi me aprovecho poco de él». 

Era el socrocio (ungüento rubio a decir de Covarrubias) un emplasto o pócima en que entra el azafrán. 

Su brazo no quedó bien pues año y medio de la caída manifiesta que su brazo «iba mejorando» y también su esperanza de que, «con la más calor estará bueno». Creía la Santa, como luego veremos, en los efectos climatológicos sobre la salud y la enfermedad, pero además como ya hemos visto no le pasaba desapercibido el efecto terapéutico del calor con lo cual se adelantaba varios siglos a la moderna diatermia. 

El dolor 

Como remedio a las cefaleas que padeció casi toda su vida, recomienda a la par que practica el reposo intelectual: «aquel día fueron tantas las cartas y negocios que estuve escribiendo hasta las dos y hizome harto daño a la cabeza; me ha mandado el doctor que no escriba jamás si no hasta las doce y algunas veces que no de mi letra, y tengo harta culpa, que por no estorbar la mañana lo pagava el dormir y como era después el escribir del vómito todo se juntaba». 

Igualmente escribe el año 1580: «Yo estoy podemos decir buena y como mejor y de la flaqueza también lo estoy, que voy tomando alguna fuerza, aunque no oso escribir de mi mano. Está mi cabeza que aún con no escribir de mi mano». 

Nuestra santa abulense sufrió mucho con la dentadura: «Me ha dado un mal de quijadas y se me ha hinchado un poco el rostro» (1570). Once años después en 1581 escribía a don Sancho Dávila: «Del que tiene vuestra merced de muelas me pesa mucho, porque tengo harta esperiencia de cuan sentible dolor es. Si tiene vuestra merced alguna dañada suele parecer lo están todas, digo el dolor, yo no hallaba mejor remedio que sacarla, aunque si son reumas no aprovecha». 

Para la santa la patogenia del dolor es completamente distinta si se trataba de reúmas. Considérese que reúmas es lo mismo que corrimiento (Covarrubias). En aquella época «corrimiento» era «Fluxión de humores que carga a alguna parte del cuerpo, como a los ojos, la boca o los pechos de las mujeres». Hoy este concepto no existe en la medicina actual. Podríamos bien suponer que el equivalente sería neuralgia, por ello dice la santa que la extracción de la muela no quita el dolor. 

Santa Teresa atribuía cierta influencia a la luna en sus dolores de cabeza y hasta en sus molestias de garganta. Y no andaba equivocada pues sabemos en la actualidad la importancia que tienen las variaciones meteorológicas en el desencadenamiento de ciertos síndromes y las variaciones que sufren ciertas entidades nosológicas en relación con los climas. 

El clima 

Hemos comentado anteriormente la importancia que daba la madre al clima como elemento influyente en la salud. Su experiencia en este sentido es grande y la deja expresa en su epistolario. 

El clima de Avila no convenía a la santa y bien lo demuestra la carta escrita desde esta ciudad el 7 de marzo de 1572 a doña María de Mendoza: «A mi me ha probado la tierra de manera que no parece nací en ella; no creo he tenido mes y medio de salud. Por el contrario el clima de Toledo y el de Andalucía le sentaban muy bien», al presente estoy en Toledo. Habrá un año que llegué aquí y he estado hasta mejor de salud este invierno porque el temple de esta tierra es admirable» (17 de enero de 1570). 

Y el 30 de diciembre de 1575 escribía desde Sevilla: «Para mi salud claro se ve mejor esta tierra y aun en parte para mi descanso». Anteriormente, el 2 de noviembre de 1568 había escrito desde Valladolid a doña Luisa de la Cerda, que residía en Toledo: «Mijor me va en esta tierra de salud y de todo que por aca». 

En su perspicacia no le escapa a la santa la influencia del frío en la eclosión de algunas enfermedades. «Temo mucho el mal de los reñones con los hielos que ha hecho» (Toledo, enero de 1577 carta a María San José). y años más tarde desde Burgos escribe en febrero de 1582 a la misma monja: «En el cambio se nos ofrecieron hartos peligros porque hacia el tiempo recio que hiban los arroyos y rios que era temeridad. A mi me debía hacer algun daño que desde Valladolid vine con un mal de garganta, y me lo tengo, harto malo, que aunque me han hecho remedios no se acaba de quitar. No se puede comer cosa mazcada», 

En esta ocasión se adelanta con su intuición muchos siglos a la moderna patología a frigore. 

Todo lo expuesto nos demuestra de forma sorprendente el conocimiento médico de la santa y su finísima sensibilidad para enfocar los problemas médicos a la par que un sutil conocimiento de las reacciones del organismo humano ante la enfermedad. Podríamos hablar de su concepto de enfermedad que queda perenne en la historia de la medicina a través de sus escritos. Pero más meritorio es todavía si se encuadra lo que dijo en la época en que escribía, cuando el saber y ciencia médica casi no había alcanzado sus albores. Nuestra admiración es todavía mayor si consideramos que santa Teresa no tuvo el más elemental estudio médico ni leyó libros de medicina que de otra parte eran del todo exiguos. Razón tenía Marañón cuando escribía que, «en santa Teresa hay siempre minas nuevas que denunciar y explotar». 

Publicado en Revista “Labor Hospitalaria”, nº. 183, año 1982

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