Estos últimos días he tenido mucho contacto con médicos. Algunos de sus rostros y palabras se me han quedado profundamente grabados.

Son momentos, cuando falla la salud –propia o de personas a las que amas, a menudo en situación de gran vulnerabilidad-, en los que parece como si se detuviera el tiempo, las experiencias se viven con mucha intensidad, se revisten de una grandeza trascendental.

Uno llegó en plena noche hasta mi casa, en la montaña, minutos después de mi llamada telefónica, como un ángel del cielo a iluminar con su ciencia y respeto nuestra oscuridad.

Otro aparecía cada mañana junto a la camilla con cara de circunstancias, hasta que el último día antes del traslado a otro hospital susurró un “lo siento…”.

¿Lo siento? ¿Por la situación crítica que todavía no mejoraba? ¿Porque los tratamientos que él prescribió para tratar un problema causaron otro imprevisto? En ese momento no pude más que permanecer en silencio.

Pero unos días después, cuando la recuperación me devolvió mi capacidad de reacción, sentí ganas de abrazarle, de besar esas manos que auscultan, operan, traen niños al mundo, curan. ¿No es asombroso que descubran el problema exacto que afecta a todo el cuerpo y te devuelvan la salud?

Quise expresarle mi agradecimiento, pero ni siquiera sabía su nombre. Decidí entregar unos dulces en Urgencias, a nombre del único enfermero que durante mi estancia en el hospital se presentó -y me preguntó también mi nombre- y para el “equipo médico”.

Con humildad y desde mi admiración y agradecimiento, permítanme, médicos, 4 ruegos:

  1. Digan su nombre a esas personas que dejan en sus manos su salud, a veces su vida. Sé que tratan con muchos pacientes, que combinan muchas tareas y a veces en situaciones precarias, pero ojalá nunca dejemos escapar la responsabilidad, la relación personal.
  2. Miren a los ojos. A pesar de las prisas, la tensión, la culpa, la eficacia de los ordenadores y otras herramientas tan útiles para su trabajo, no pierdan este elemento fundamental de nuestra humanidad.
  3. Respeten la libertad del paciente -informándole en la medida de lo posible de los pasos que van siguiendo, consultándole cuando la situación lo requiera- y el misterio de la vida humana, que va más allá de la ciencia.
  4. Curen. Para ahorrar sufrimiento y dinero, para matar, ya están otros. Ustedes, a lo largo de toda la historia, han conservado una misión muy personal que les honra y realiza. Por ella les reconocemos y agradecemos.