Desde 1974, el 5 de junio se conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente, propuesto por las Naciones Unidas para fomentar la acción ambiental. La fecha evoca el inicio de la Conferencia de Estocolmo que, a su vez, supuso el comienzo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

En castellano, el término “medio ambiente” presenta algunas particularidades que no aparecen en otras lenguas. El Diccionario de la Real Academia Española señala que “la expresión medio ambiente podría ser considerada un pleonasmo porque los dos elementos de dicha grafía tienen una acepción coincidente con la acepción que tienen cuando van juntos”. O sea, que “medio” y “ambiente” vienen a significar lo mismo.  Por eso, en otras lenguas no aparece esa repetición, sino que se dice simplemente environment en inglés, environnement en francés, ambiente en italiano o Umgebung en alemán (donde el verbo umgeben significa “rodear”).

Entonces, podemos reflexionar a partir del término castellano y preguntarnos: ¿Realmente queremos medio ambiente o lo queremos entero? En un contexto como el nuestro, marcado por los efectos nocivos del cambio climático, del calentamiento global, de la contaminación generalizada, de la pérdida de la biodiversidad y tantos otros problemas ecológicos, ¿podemos contentarnos con “un poco” de defensa medioambiental, con “medio” ambiente? ¿O, más bien, debemos implicarnos en la tutela y promoción de un ambiente realmente sano, sostenible y que beneficie a todos?

Cuando el papa Francisco nos sugiere considerar “los distintos aspectos de una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales” (Laudato Si’, n. 137), está apostando por un medioambiente saludable, no parcial ni troceado, sobre todo por entornos naturales que no hayan sido atrozmente explotados o inicuamente devastados por la avaricia o la irresponsabilidad humana. A lo largo de su encíclica sobre el cuidado de la casa común, especialmente en el capítulo 4, el Romano Pontífice habla de estos diversos aspectos interrelacionados: ecología ambiental, económica, social, cultural y ecología de la vida cotidiana. Su Santidad menciona también la ecología humana, que respeta la naturaleza del hombre, creado a imagen de Dios. Son facetas que han de estar todas ellas guiadas por el principio del bien común y orientadas hacia la justicia entre las generaciones. Después, en el capítulo 6 de Laudato Si’, introduce la necesidad de una educación y una espiritualidad ecológicas, que nos invitan a aspirar y esforzarnos por otro estilo de vida y que, en el fondo, nos llaman a una verdadera conversión ecológica, a un radical cambio de rumbo en nuestras prioridades.

A continuación, sugiero tres pasos para que crezcamos en la salvaguardia integral del medioambiente, sin quedarnos a medio gas ni en nuestra visión ni en nuestro compromiso. Son tres aproximaciones complementarias y que, además, trazan un cierto itinerario de progresiva profundización. En cada una de ellas destaco un término dominante o una palabra clave.En primer lugar, la mirada científica nos lleva a hablar de “ecosistemas”. Según el Diccionario de la Real Academia Española, un ecosistema es la “comunidad de los seres vivos cuyos procesos vitales se relacionan entre sí y se desarrollan en función de los factores físicos de un mismo ambiente”. El énfasis, por tanto, está puesto en las interrelaciones, no solo entre los seres vivos, sino también con el sistema físico. Por eso mismo, comentando los relatos bíblicos, el Obispo de Roma recordará “que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás” (Laudato Si’, n. 70).

Un segundo término es el de “casa común”, que precisamente fue el eje escogido por el Santo Padre a la hora de vertebrar y explicitar las diversas consideraciones y propuestas de su encíclica Laudato Si’. Esta expresión nos lleva a situar el tema desde una perspectiva humana y humanista. Recordemos que la raíz griega oikos (casa) está en la base no sólo de la ecología, sino también de la economía.  En el fondo, se trata de cuidar la casa de todos, construir un hogar en donde podamos vivir felices y nadie quede postergado. Ya en la exhortación Evangelii Gaudium, el Papa había escrito: “La economía, como la misma palabra indica, debería ser el arte de alcanzar una adecuada administración de la casa común, que es el mundo entero” (n. 206). Y, precisamente por eso, con clarividencia y acierto, en ese mismo documento insistió: “Hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata” (n. 53). Por consiguiente, queda claro que la economía debe desposarse con la ecología si en verdad queremos preservar, dignificar y mejorar nuestra casa común. Los pobres y los jóvenes exigen con vehemencia que ambas realidades vayan estrechamente unidas.

Finalmente, la aproximación creyente nos lleva a ver el ecosistema de la Tierra, el hábitat donde vivimos y nuestra casa común como una verdadera creación divina. De nuevo, el magisterio del Papa nos alecciona para no olvidar que “la naturaleza suele entenderse como un sistema que se analiza, comprende y gestiona, pero la creación solo puede ser entendida como un don que surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada por el amor que nos convoca a una comunión universal” (Laudato Si’, n. 76). En este sentido, es importante traer a consideración la enseñanza de san Ireneo de Lyon: “Dios creó al hombre para tener a alguien en quien depositar sus beneficios” (Adv. Haer. IV 14,1). Reconocer, pues, que el medioambiente es verdadera creación nos alienta a alabar a Dios, a contemplar su obra con ojos amorosos y filiales, adquiriendo cada vez más conciencia de su bondad y, por nuestra parte, un mayor compromiso en aras de los preteridos y menesterosos de la sociedad, pues “todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad” (Laudato Si’, n. 240).

En síntesis, si no queremos quedarnos a medias sino, por el contrario, defender y proteger completamente el medioambiente, necesitamos potenciar una ecología integral. Es decir, una mirada y una acción que sepa combinar la aproximación científica de los ecosistemas, el acercamiento humanista de la casa común y la contemplación creyente del Creador y de la creación. Que la conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente nos ayude a ello y aumente en nosotros el deseo de modelar nuestra vida de acuerdo a la voluntad de Dios todopoderoso, creador de cielo y tierra. De ese modo, no acabaremos adorando a las criaturas, ni a los poderes del mundo, ni colocándonos en el lugar del Señor, hasta pretender pisotear la realidad creada por Él sin conocer límites. Esto nos permitirá asimismo ser más conscientes de que “la mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses” (Laudato Si’, n. 75).

Por Mons. Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA