Recién terminado el Sínodo de los obispos sobre la familia y leído el documento final, me piden algunos comentarios sobre el mismo. Vale decir que parto con alguna ventaja.

Creo firmemente que Dios es el Señor de la historia. Pase lo que pase, Él lo desea o lo permite, y nada escapa a Su Providencia. Es cierto que ha dotado a los seres inteligentes de libertad real. Y ello tiene un alto precio del que nosotros pagamos solo un infinitésimo. La libertad de los diablos, la del primer hombre y la de todos y cada uno de nosotros crea una distorsión cósmica. No es que Dios escriba recto con renglones torcidos. Es que algunos los pretendemos ver torcidos siempre, de generación en generación.

Por otra parte, en torno al Sínodo, he tenido siempre claro que el Santo Padre Francisco no tenía la más mínima intención de actuar en contra de la Voluntad de Dios para con el hombre y la familia. Lo leo en sus ojos y lo extraigo de su conducta y de sus palabras.

También me ha sido útil mi experiencia como auditor en el Sínodo sobre la Nueva evangelización. Allí aprendí que es muy difícil redactar un texto perfecto en poco tiempo, traducirlo o ir enmendándolo según las aportaciones de los padres sinodales. Tiene mucho mérito el trabajo de los remeros de un sínodo.

Al leer el discurso del Santo Padre y la posición final del Sínodo, subrayo la pertinaz voluntad de manifestar urbi et orbe, a tiempo y a destiempo, la Misericordia de Dios para con toda su Creación. El plan inicial de Dios sobre el hombre, la mujer y la familia es ahora un plan B sobre el hombre, la mujer y  la familia. El período mosaico ha dado paso, desde la Encarnación del verbo, al plan de la gracia que todo lo sobreabunda. ¡Es posible vivir en familia como lo pensó desde siempre el Creador de la familia! Hay dolores de parto pero la capacidad de amar sigue hasta el fin de los tiempos.

Tres grandes errores se han difundido en nuestros tiempos: no se aceptan ni cruz ni espinas (aunque las haya), no se ama a Dios más que a los demás y encima separamos el amor a Dios de la obediencia a los 10 mandatos o instrucciones de funcionamiento.

Como médico que debe aconsejar sobre temas delicados, sé perfectamente que es muy difícil conjugar la verdad (las cosas como las ve Dios), la compasión (las cosas como las ve Dios) y la vida diaria sobre la tierra de seres limitados (las cosas como las ve Dios, que se pone en nuestro lugar).

Sería muy distinto si viéramos la fertilidad como un gran don, al otro como alguien a quien hacer feliz hasta la muerte, al distinto (sí, sí, también me refiero al homosexual…) como una oportunidad de vivir heroicamente una vida lograda. Siempre, con la ayuda de Dios.

Dr. J.Mª. Simón Castellví

Anterior presidente de la FIAMC (2006-2014)

Miembro del Consejo Pontificio de Salud