(Mucha de esta información proviene del diario personal escrito durante la guerra por nuestro protagonista: Pere (Pedro) Tarrés, “Mi Diario de guerra”, ed. Casals, Barcelona 1987)

Tras una persecución por ser católico destacado, y aprovechando una cierta suavización de la represión, Tarrés aceptó ser movilizado como médico militar en el bando republicano de la fratricida guerra civil española (1936—1939).
Acostumbrado a un ejercicio riguroso de la medicina, tuvo que enfrentarse a unas circunstancias críticas: tenía que intervenir casi sin asepsia; apenas disponía de quinina para tratar el paludismo que muchos padecían; o los propios oficiales se resistían a vacunarse contra el tifus, que hacía estragos; y por falta de agua y de elementales medidas de higiene, proliferaba la sarna, sin disponer de pomada de Hemelrich, etc.
Le tocaron también los aspectos más dramáticos de la guerra: así en una tarde-noche tuvo que atender a 300 heridos, algunos gravísimos (batalla de Valadredo) (página 71), a la luz de un pobre candil de aceite que a veces el viento apagaba. O en otro desastre militar (Cabeza de puente de Serós) durante la noche asistía a 126 heridos sin descansar (p.212).
A pesar de que conocían su condición de católico, el propio comisario elevó un informe destacándolo como “el primero en el cumplimiento del deber”.
No pensemos que Tarrés fuera un santo como fuera del mundo. Con sinceridad él mismo nos cuenta sus luchas y defectos, así como sus buenas acciones. Y resulta así cercano e imitable. Empecemos por sus virtudes: Entre ellas destaca su valentía en un ambiente ferozmente anticristiano: “Hoy he hecho confesión de fe católica en una interesante discusión con los diferentes miembros del mando. Estoy muy contento de haberla hecho. ¡Son muy buenos, pero qué descaminados”. (p. 52)
O su inclinación a la misericordia cuando comenta respecto a un oficial, “Carbonilla”, que presumía de haber asesinado a muchos, se envanecía de no tener escrúpulos en su trato con las mujeres y que vomitaba blasfemias sin cesar: “A pesar de todo ha escapado (“Carbonilla”) de varios accidentes de este tipo (le acaba de estallar una bomba de mano). La misericordia de Dios es muy grande. Si él cambiase su manera de ser en caridad y en amor a Dios, este hombre sería una especie de San Pablo” (P. 273).
Anotemos también su actuación heroica, cuando en plena retirada y acosados por el enemigo, pierde un camión que le aseguraba una huida con celeridad, por atender a un enfermo que nadie quiso acoger y se ve obligado, tras haber puesto a salvo al enfermo, a escapar a pie “con viento frío y huracanado” (Pgs. 324-325).
En cuanto a defectos que él mismo nos narra: Nos confiesa que los enfermos de sarna le producían repugnancia y que “con la excusa de que teníamos que evacuar a estos enfermos, no he puesto en ellos todo el interés que hacía falta. He hecho el propósito de ocuparme de ellos con toda mi alma “(P. 192) y dice “He curado hoy las manos llenas de sarna infectada de un pobre soldado. Me ha desaparecido aquella repugnancia que sentía antes. Lo he hecho con gusto, y (…) viendo en sus llagas las manos clavadas del Amor” (p. 188).
A veces se reprocha el no atreverse, respecto a algún moribundo, a mencionar el nombre de Jesús: “No me atreví a pronunciar el dulce nombre de Jesús, cosa de la cual me arrepentí” (p.213). También se reprocha, con finura de conciencia, no haber ofrecido a unos soldados que le acompañaban, el vaso de leche a que le invitaron en una casa.
Su visión sobrenatural y una rica vida interior le inclinan a asentar su esperanza en medio del terrible conflicto bélico: “Menos mal que creo que la sangre de tantas víctimas inocentes no será estéril para la salvación de la Patria y que el Amado la aprovechará para su eficacia redentora” (P. 227). Y también “Me doy cuenta de que la guerra no es más que un castigo de la misericordiosa justicia de Dios” (P. 280). Aquí nos alude a que incluso en su justicia Dios da pie a su misericordia (misericordiosa justicia).
Pedro Tarrés no sólo cura a los enfermos, sino que él mismo desea caer enfermo. Y se ofrece como víctima voluntaria al Señor (P. 138): “Esta tarde, en el tiempo de meditación, he ofrecido al Amor, con toda el alma y sin ningún tipo de reserva, mi vida por la salvación de tantas y tantas almas, se la he ofrecido como víctima, como expiación de tantas y tantas iniquidades como se cometen contra Dios”. Por eso, años después, cuando le diagnostican una grave enfermedad, se alegra porque piensa que Dios ha aceptado su ofrenda.

Después de la guerra, Tarrés se hizo sacerdote, para curar no sólo los cuerpos, sino también las almas. Pero nunca dejó de ser médico. Y, ya sacerdote, fundó el sanatorio-clínica de la Merced, junto con el Dr. Gerardo Manresa, especialista en dolencias respiratorias, en donde se atendió a muchos enfermos de tuberculosis (la plaga de aquel tiempo).
Javier Garralda Alonso
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