La enfermedad, algunas veces, puede ser consecuencia de nuestros pecados, y en ese sentido, castigo. Así en la curación del enfermo de la piscina, Jesús en el evangelio de San Juan le dice: “…Mira que has sido curado, no vuelvas a pecar, no sea que te suceda algo peor” (Juan 5, 14). Aquí se da a entender que sus pecados le condujeron a la enfermedad y que si no se enmienda le puede suceder “algo peor”.
Pero otras veces la enfermedad no tiene que ver con ninguna culpa en absoluto: Así, en el mismo evangelio, cuando se nos narra la curación de un ciego de nacimiento, Jesús dialoga con sus discípulos: “¿Quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? – Contestó Jesús: Ni pecó éste ni sus padres¸ sino para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Juan 9, 1-3). Aquí la enfermedad de la ceguera no es consecuencia de ningún pecado, sino que constituye una prueba para que se manifieste la gloria de Dios. Pero, incluso en el caso de que la dolencia o el sufrimiento sea un castigo, puede convertirse en ocasión de Misericordia divina, en bendición, como sucede al Buen Ladrón en la cruz, que reconoce que merece su atroz padecer y ruega a Jesús, que le responde: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (Lucas 23, 39-43)
En el Antiguo Testamento hay una enfermedad que parece asociada a un castigo, sin perjuicio de que pudieran contraerla inocentes: una enfermedad sin cura natural y muy dolorosa, la lepra, que conducía al alejamiento de los leprosos de los poblados, a su segregación y aislamiento. Pero con la venida de Jesús cambia esta triste suerte y la actitud de los cristianos será ver en el enfermo a Cristo sufriente. Ya Jesús mismo, cuando cura a un leproso nos dice el Evangelio que “lo tocó”, no considerándolo como intocable. (Lc 5, 12-13) Y San Francisco de Asís y San Francisco Javier besaron a leprosos. Y más adelante San Damián de Molokai aceptó el destierro a una isla, Molokai, lazareto de leprosos en completo aislamiento, para cuidarlos y compartir su dura vida. Fue en 1873 y dijo antes: “Sé que voy a un perpetuo destierro y que, tarde o temprano, me contagiaré de lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo.” Y efectivamente murió leproso. De modo, que esta terrible enfermedad ha sido ocasión de actos santos y heroicos.
Con la lepra en regresión por los avances médicos, dos enfermedades pueden, sin perjuicio de que las contraigan inocentes, parecer castigos: el sida y el cáncer. Pero incluso estas graves enfermedades pueden ser una bendición, aunque nos cueste concebirlo. Así el Beato doctor Pere Tarrés i Claret, cuando le diagnosticaron cáncer, se llenó de alegría porque Dios había escuchado su ofrecimiento como víctima voluntaria. Y decía: “Estoy contento de que el Buen Jesús me haya aceptado como víctima, muy escogida. ¡Cómo trata el buen Dios a sus víctimas!”, y añadía: “¡Qué dulce es sufrir sintiéndose en brazos de Dios!” (Pere Tarrés, “Diaris íntims”, Barcelona 2000, páginas 204-205). Lo que no significa que no sufriera, dice así: “Estos días he sufrido terriblemente. ¡Qué enfermedad tan larga! Estoy seguro de que Dios Nuestro Señor quiere sacar de ella alguna cosa. Gozo de mucha paz (..). ¡Qué dulce es amar y amar sufriendo! Al principio este amar sufriendo puede parecer amargo, pero cuanto más se ama más dulce es. ¡Qué dulzura y qué paz!” Ibídem, pág. 208)
Lo más importante es que ninguno de nuestros sufrimientos se pierda, sin que lo vivamos unidos a Jesús en su Pasión, y como expiación de los pecados nuestros y de los demás. Así la enfermedad puede ser sinónimo de bendición, y si bien en ocasiones pueda ser castigo o prueba, incluso si es castigo, puede ser ocasión de la misericordia de Dios y transformarse así en bendición. –Javier Garralda Alonso


