Bernard Ars, MD, Ph.D. 

Presidente de la Federación Mundial de Médicos Católicos

Este texto del Prof. Dr. Benard Ars se puso a disposición de los participantes en el 26º Congreso Mundial de Católicos, que tuvo lugar en Roma, Instituto Augustinianum, del 15 al 17 de septiembre de 2022. 

Los médicos católicos siempre han contribuido al progreso de la ciencia y de los cuidados, sobre todo en el acompañamiento del sufrimiento hacia una mayor humanidad. Hoy parece que se duda de ellos y que ellos mismos dudan de sí mismos. ¿Qué pasa en realidad? 

# LOS HECHOS. 

No hay medicina católica, sino católicos que practican la medicina.
Y eso es feliz e indispensable. 

Y esto explica la multitud de testimonios en la práctica médica. 

Y esto demuestra la total libertad personal de cada médico. 

Detrás de la palabra “médico”, hay multitud de “realidades”. 

Además, el médico no es sólo un cuidador, sino que también cura. 

Según Canguilhem, “la medicina es un arte en la encrucijada de varios saberes”. 

En medicina, existen actualmente tres tipos principales de actores con problemáticas profesionales muy diferentes, a saber: 

  • los médicos generalistas, enfrentados a dificultades económicas y sociales, multiculturales, deontológicas y éticas en la relación de persona a persona; 
  • médicos especialistas hospitalarios, confrontados a dificultades de rentabilidad económica de las instituciones hospitalarias, y de ética, frente al dominio de las tecnociencias, de la industria tecnológica y no solo farmacéutica, así como frente al consumismo de los cuidados; 
  • los médicos investigadores en biología y en ciencias médicas, muy a menudo implicados en disciplinas cuyas salidas potenciales corresponden, sin que ellos se den cuenta, felices como están de poder realizar investigaciones, con objetivos que no respetan la dignidad de la persona humana y el bien común. Hecho capital, los investigadores están dando forma a la práctica médica que será realidad dentro de veinte años. 

Detrás del término “católico” hay también multitud de “manifestaciones”, desde la ayuda social hasta la devota contemplación. 

¿Podemos preguntarnos qué es lo que distingue a un buen médico agnóstico, que atiende a sus pacientes, de un médico católico? 

¿Quizás esto está sucediendo a nivel de la ética de la actuación? 

En la búsqueda de la Verdad hay esencialmente dos caminos, el de la metafísica, la del “¿Por qué?” que puede inspirarse en la teología, en el caso de la fe en Dios; y el camino de la ciencia, la del “¿Cómo?”. 

La unidad se realiza en la acción coherente del individuo, es decir, en la ética del actuar. Para un agnóstico, se trata exclusivamente de la ética del “vivir juntos”, como él lo llama. 

El católico creyente comparte esta preocupación del “vivir juntos”, pero la ve como fruto de una caridad que viene de Dios, de un Amor que le invita y habita en él a amar al prójimo como a sí mismo, descubriendo en cada uno – y especialmente en los más frágiles – la imagen y semejanza de Dios, fundamento de un respeto incondicional de la dignidad de la persona. 

Estos dos enfoques son fundamentalmente diferentes, pero eso no excluye el diálogo. En efecto, todos los médicos, no creyentes o creyentes, católicos u otros, tienen una naturaleza humana y una conciencia moral que los invita a estar al servicio de la grandeza y de la dignidad de la persona humana, en particular respetando la prohibición de matar o sustraer al paciente, de mentirle, viviendo un deber de justicia y solidaridad con los demás hombres, en particular con los que se encuentran en la vulnerabilidad, con los que sufren. 

Esto forma una amplia base común para la práctica ética de todos los médicos. 

Donde hay un verdadero desacuerdo entre creyentes y no creyentes es en la concepción de la dignidad de la persona humana. 

Para los primeros, esta dignidad proviene de la razón natural iluminada y reforzada por la Revelación de Dios, que crea al Hombre “a su imagen y semejanza”. Es intangible, absoluta, ligada al ser de la persona, en la que hay una “huella” de Dios. 

Para estos últimos, esta dignidad no tiene nada de trascendente, es relativa y es del orden del tener. El incrédulo se cree autorizado a juzgar el valor de una vida con la vara de criterios subjetivos. 

La fe es una gracia, una fuerza curativa para todos los hombres, y también para todo hombre, en particular para su razón y para esa dimensión de la razón que se llama “conciencia”. 

Esta aporta una luz y una fortaleza adicional a la hora de discernir y aplicar la ley de la “conciencia”. Le invita también a reconocer y respetar la persona de Cristo en el que sufre, a amarlo con el amor de Cristo, a preocuparse por su bienestar espiritual y a orar por su enfermo. La fe ayuda al médico creyente a responder a las preguntas sobre el sufrimiento y la muerte, lo que le permite compartir sus respuestas con sus pacientes. 

Para dar testimonio, en el mundo de hoy, de la esperanza que hay en nosotros los católicos, “por el simple vivir”, es necesario ser educado e instruido. 

En otras palabras, es necesario estar edificados intelectual y espiritualmente, así como tener las herramientas útiles. 

En la actualidad, en nombre de una falsa neutralidad, pero más bien por dogmatismo ideológico y proselitismo, los establecimientos educativos aconfesionales niegan el reconocimiento de la existencia de una Trascendencia en nuestra humanidad y atacan al Cristianismo, así como a la cristiandad. 

En cuanto a las Universidades, Colegios, Instituciones educativas confesionales cristianas, la mayoría ya no forma e instruye a los jóvenes fundamentalmente, en profundidad, en el despertar y desarrollo de la fe en Dios, y menos aún al Evangelio, al humanismo, a la cultura y a la historia cristiana. 

En este terreno sin las consecuencias de esta educación, estamos viviendo una triple revolución de manera simultánea. 

  • La crisis de la transmisión ha hecho del Profesor un simple acompañante, debiendo el alumno construir su propio conocimiento, y ya no un maestro que enseña por calidad o por defecto. 
  • La revolución digital afecta a la docencia al interferir en la pedagogía a través de sus múltiples pantallas y en sus fundamentos, a través de la Inteligencia Artificial. 
  • La explosión de conocimientos en las neurociencias permite comprender mejor el funcionamiento del cerebro, pero también la humanidad del Hombre. Mediante el uso de imágenes de Resonancia Magnética funcional, estas ciencias brindan recomendaciones educativas. 

Otro dato, con una connotación mucho más positiva y más permanente: 

Los jóvenes siempre tienen dos grandes “fortalezas”: 

  • por un lado, el recuerdo de las personas que les han hecho bien, que les han marcado, los padres, los educadores, los profesores, los modelos simbólicos; 
  • y, por otro lado, la “vocación profesional” que es lo que da sentido a cada una de sus acciones y en particular a las que su trabajo les exige realizar. 

Esto es lo que hace que un gesto verdaderamente humano se convierta en un acto personal que me complace realizar y que hace bien a quienes se benefician de él. # 

# ¿QUE HACER? 

Construir, junto al aprendizaje profesional, una sólida enseñanza humanista cristiana, individual o en pequeños grupos, en la que el católico que lo desee pueda formarse. 

Esta enseñanza individual puede asegurarse en lo que Benedicto XVI llama una “minoría creativa”, que apoyará al cristiano en su vida cotidiana, según sus necesidades personales y específicas. 

En cuanto a la enseñanza en grupo, se trata de crear escuelas nocturnas, de fin de semana, dominicales y de vacaciones, “presenciales”, en un período de uno a tres años, bajo la forma de “post-universidades”, con motivación escrita en el momento de matrícula, así como con exámenes y diplomas gratificantes después del ciclo formativo. El único objetivo de estas escuelas debe ser humanizar en profundidad. Humanizar es también evangelizar. Evangelizar es también humanizar. 

En cuanto a la materia practica es más que obvio que el católico que ejerce la medicina debe demostrar una profesionalidad intachable, tanto en términos de “práctica médica” como en términos de “investigación”. Esto, por supuesto, no lo discutiremos aquí. 

En la formación veo tres partes: 

  • Primera parte:
    La instrucción cristiana de una visión del ser humano, una antropología que ayudará en un discernimiento ético personal e inmediato, así como una mínima formación en filosofía de las ciencias. La filosofía planteará claramente las preguntas y una sana y santa teología las responderá. 
  • Segunda parte:
    Apertura a la vida interior, así como su crecimiento por descontaminación, y aumento de la libertad personal; sin olvidar la iniciación a la verdadera oración cristiana. 
  • Tercera parte:
    Iniciación al testimonio cristiano a través de la “presencia”, esa especie de nobleza sobria que irradia por el mero hecho de estar presente aquí y ahora. Es transpirar una coherencia de vida cristiana.
    Significa también liberar no sólo la precariedad social, sino también y sobre todo existencial, a través de un compromiso y una acción humildes, hacia donde nos lleve cada día. Es el ejercicio de la caridad.
    Es también saber por la palabra, “dar razón de la esperanza que hay en nosotros” (1 P 3, 15). 

Importancia de la formación filosófica y teológica. 

Llenos de buena voluntad, el médico católico carece de referencias antropológicas y bíblicas para nutrir una visión cristiana del paciente, de su práctica médica y de nuestra sociedad. 

Se puede proponer una visión del ser humano desde la ternura. 

Con Dominique Lambert entendemos por ternura la capacidad de dejarse tocar por la vida del otro y de ponerse en camino y en acción por él. 

El Humano es una realidad relacional abierta. Es un ser que nunca puede ser encerrado en un sistema finito. “El Hombre va infinitamente más allá del Hombre”, dijo Pascal. 

Esta apertura al mundo hace posible la vulnerabilidad, es decir una capacidad de ser alcanzada por el otro, que a su vez abre la posibilidad de una acción feliz con y para el otro. 

En el corazón de la naturaleza humana hay esencialmente su ternura. Esto implica una gratuidad que ciertamente no es, por definición, algo calculado, resultado de un algoritmo. Como explica Dominique Lambert, el surgimiento gradual de la vida es una especie de ablandamiento local del cosmos. 

Donde surge la vida, surgen sistemas que se abren, que comunican, que interactúan y que sufren. El Humano es ese ser singular que llevará esta ternura a su punto extremo. 

Importancia de la educación para la vida interior. 

La sociedad actual está demasiado centrada en la exterioridad: una comunicación superficial en lugar de un conocimiento profundo, la hiperconexión en lugar de una relación humana verdadera, el ruido en lugar del silencio, la fiesta en la emoción en lugar de la meditación, la agitación en lugar de la contemplación, la soledad patológica en lugar de soledad contemplativa. 

¡De ahí la importancia de una esmerada educación en la vida interior! 

La vida interior es el proceso de ir al corazón de las cosas, comprendiéndolas desde adentro. Es un camino que pasa por la conciencia. El ejercicio regular de la vida interior permite el discernimiento, cuando la presión exterior lo exige. 

La vida interior requiere una voluntad de retiro, un impulso de meditación y, por tanto, un tiempo de verdadero silencio. 

El silencio encierra un tremendo poder liberador. Es el silencio del caminante solitario, del lector apasionado, del artista asombrado, del contemplativo y del enamorado. 

El silencio y el aislamiento, para encontrarse fuera de todo contexto de influencia, constituyen las dos condiciones esenciales para la profundización interior. Es necesario descubrir, o 

incluso redescubrir, la virtud de la meditación, interioridad que salva frente al hiperactivismo, a la dispersión y al desconcierto. La primera de las libertades, la libertad interior, es la libertad de pensar de acuerdo con las propias convicciones más íntimas y de alinear sus actos a sus ideales. 

En 1943, en Londres, al servicio de la ‘Francia Libre’, Simone Weil escribió un manuscrito que tituló “Preludio a una declaración de deberes hacia el ser humano”. Ella sostiene que la primera necesidad del alma humana es la de orden. 

La persona necesita “estar en orden”. Necesita orden para discernir y actuar. 

Estar en orden es asegurar que nuestras acciones estén de acuerdo con nuestras profundas convicciones. Es comprometerse: hago lo que digo, digo lo que hago. 

La educación en la vida interior incluye también, en nuestro caso, la iniciación a la verdadera oración cristiana. Lo que hace cristiana a una oración es que se viva con referencia a Cristo. Cristo no nos exime de dirigirnos a Dios. Él nos da a Dios, porque él es Dios. 

En la oración cristiana, Cristo puede tener la tarea del maestro que nos enseña la oración del “Padre Nuestro”, y la del modelo que nos ha enseñado a orar. 

Hay que fomentar las escuelas de vida interior y de oración cristiana, con enseñanzas individuales y de grupo. 

La calidad de los docentes no debe evaluarse únicamente sobre la base de la obtención de diplomas brillantes y de responsabilidades previas prestigiosas. 

El maestro debe vivir la unidad de vida coherente. 

Lo que está en juego en este tipo de enseñanza no es ni la inmediatez ni la espectacularidad; sino un tiempo largo y discreto, para el arraigo lento y penetrante de la esperanza. 

Importancia de la experiencia de escucha y de compasión ante la precariedad social y existencial. 

Se deben promover cursos introductorios a la escucha y la compasión, bien ajustados a los objetivos planteados, en un marco reflexivo. 

El católico que ejerce la medicina se educará para el testimonio, en su práctica con los enfermos en los que traerá respuestas fundamentales acerca, entre otras cosas, del sentido de la vida y de la muerte, así como del sufrimiento; pero también en los debates culturales y sociales, tratando los temas del inicio y el final de la vida, así como su manipulación, el acceso a los servicios de salud, así como la familia. 

Finalmente, conocerá los servicios a la pobreza social de nuestro tiempo, a las madres solteras en dificultad, a las personas bajo el influjo de nuevas adicciones, a los, muchos, que sufren de precariedad existencial. Aprenderá a ayudar a los frágiles de nuestro tiempo, así como a la cooperación sanitaria internacional. 

# ¿QUÉ RESULTADO OBTENER? ¡COHERENCIA DE VIDA CRISTIANA! 

¿De qué se trata? Es vivir, consciente o inconscientemente, cada momento del día en la presencia de Jesús y así ejercer la propia profesión y las propias obligaciones diarias con la visión de lo Humano, propuesto por la vida y la enseñanza de Jesús; lo que ayuda enormemente a adoptar inmediatamente la actitud ética adecuada cuando se requiere con urgencia. 

Nuestra religión cristiana es la única religión donde Dios se encarnó. Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, en la tierra, en Israel, nos enseña con su vida, el camino para llegar a lo que él llama “su Reino”. Allí sufrió, allí murió y resucitó para abrirnos las puertas de este “Reino”, si así lo queremos. 

Esto es lo que nos hace esperar y nos justifica en la difusión de la Esperanza. 

La preocupación por conjugar positivamente, sin separaciones ni confusiones, la más profunda vida interior y el más cotidiano compromiso secular, en particular en la medicina, descansa sobre bases cristológicas. 

Cuando Jesús nos dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, lo sentimos como una mano tendida por Dios, al Humano que somos. 

Pero debemos querer aprender y conocer “la fe”. La fe no es sólo cuestión de “experiencia”, sino ciertamente también de “enseñanza”. 

La fe católica es una gracia que purifica, sana, repara y eleva la razón, permitiéndole ser plenamente ella misma. La fe es al mismo tiempo un acto personal, interior, y una libre adhesión a un contenido objetivo que no hemos inventado, ni construido a nuestro antojo. 

Por fe, adoptamos personalmente una acción por la cual decidimos entregarnos totalmente a Dios, en completa libertad. Además, la fe florece físicamente, aunque sobriamente, en el testimonio público, ya que nunca puede permanecer puramente privada. 

La fe siempre ha fomentado el “y” más que el “o”, es decir, la unidad de la persona. 

La fe católica ha buscado desde los primeros siglos pensar en la unidad de Dios y el Hombre, en Jesús, y particularmente rechazando múltiples herejías. 

Esta unidad de Dios y del Hombre en Cristo no puede consistir en yuxtaposición o separación, como ocurre en el nestorianismo; ni en una confusión de los dos, ni por reducción de la humanidad de Cristo a su divinidad, como ocurre en el docetismo y el monofisismo; o reduciendo su divinidad a su humanidad, como es el caso del arrianismo. 

Tampoco puede pensarse la unidad de lo divino y lo humano en Cristo como una tensión entre los dos. 

La cristología católica implica más bien la promoción recíproca de lo humano y lo divino -este es el mensaje de Calcedonia- para lo cual, lejos de separarse el uno del otro, de confundirse o de oponerse, la naturaleza humana y la naturaleza divina de Jesús están “salvaguardadas” en sus respectivas propiedades. 

Jesús tiene sed de unidad. Del corazón de Jesucristo brota la unidad de vida del cristiano, así como de la Iglesia. 

La educación del médico católico deberá, en su misión, materializar esta finalidad que es esta unidad coherente de vida cristiana. 

REFERENCIAS: 

  • Jean-Paul II, « La foi et la raison », Cerf, ISBN 2-204-06219-7, 1998, pp. 1-150.
  • Dominique Lambert, « Sciences et théologie. Les figures d’un dialogue. », Lessius, ISBN 978-2-87299-074-0, 1999, pp.1-220.
  • Dominique Lambert-Valérie Paul-Boncour, « Scientifique et Croyant », Emmanuel, ISBN 978-2-35389-157-3, 2011, pp.1-210.
  • Pierre Giorgini-Thierry Magnin, « Vers une civilisation de l’algorithme? », Bayard, ISBN 978-2-227-50025-9, 2021, pp.1-345. 
  • Jean Daujat, « Vivre le christianisme », Téqui, ISBN 2-85244-192-6, 1975, pp.1-175.
  • Claude Paulot, « Civilisation et Christianisme », Téqui, ISBN 978-2-7403-2298-7, 2021, pp.1-110.
  • Pascal David, « Simone Weil. Un art de vivre par temps de catastrophe », Peuple Libre, ISBN 978-2-3661-3094-2, 2020, pp.1-252.
  • J.L. Illanes, « La sanctification du travail », Le Laurier, ISBN 2-86495-D 57 X, 1985, pp.1-150.
  • Marc Leclerc, « L’atome de sens », Revue Quart Monde, Année 1998, Joseph Wresinski: le plus pauvre au coeur d’une intelligence, Dossier, mis à jour le: 15/07/2009, URL: https://www.revue-quartmonde.org:443/2724.
  • Michel Fromaget, « Maurice Zundel, Nikolas Berdiaev et les trois fils d’or », Parole et Silence, ISBN 978-2-88959-083-4, 2019, pp.1-232.
  • Jean-Guilhem Xerri, « (Re)vivez de l’intérieur », Cerf, ISBN 978-2-204-13241-1, 2019, pp.1-212.

Información:

www.fiamc.org

www.arsbernard.com