El buen uso de los antimicrobianos, una cuestión de responsabilidad

Hace poco tuvo lugar el Día Europeo para el Uso Prudente de los Antibióticos, que se celebra cada año el 18 de noviembre. En esta ocasión, además, se lanzó una campaña de sensibilización en redes sociales, con el hashtag #KeepAntibioticsWorking. El aumento de la utilización -y el abuso- de medicamentos antimicrobianos (antibióticos, antivíricos, antipalúdicos) para el cuidado de la salud humana y animal ha contribuido a un incremento del número de microorganismos que provocan enfermedades resistentes a los medicamentos que tradicionalmente se utilizan para combatirlas. En consecuencia, los tratamientos habituales se vuelven ineficaces y las infecciones persisten y pueden transmitirse a otras personas. La FAO, en estrecha cooperación con la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE), trabaja para mejorar la concienciación de agricultores y productores, profesionales y autoridades veterinarias, responsables de las políticas y consumidores de alimentos sobre esta cuestión. A través de diversos programas, lo que se busca es sensibilizar para un uso adecuado de los medicamentos. Es muy importante lograr que los antimicrobianos sigan funcionando correctamente y, así, puedan cumplir su función de salvar vidas.

En efecto, la resistencia a los antimicrobianos es un fenómeno muy preocupante y no siempre hacemos caso, quizá porque no somos conscientes de sus riesgos. Pero el asunto tiene tanta envergadura que, en 2015, la Asamblea Mundial de la Salud, órgano decisorio supremo de la OMS, aprobó un plan de acción mundial sobre la resistencia a los antimicrobianos. Se estima que para 2050, las infecciones por gérmenes fármaco-resistentes serán la primera causa de muerte de la población humana. Algunas voces han llegado a comparar la gravedad de esta cuestión con la del cambio climático.

Hay que decir, en primer lugar, que los agentes antimicrobianos han supuesto un gran avance en la historia de la humanidad, ayudando a controlar enfermedades infecciosas, tanto en los casos individuales como en el terreno de la salud pública (por ejemplo, fuentes de agua contaminadas). De este modo, aumentan la esperanza de vida y disminuyen la mortalidad. Pensemos en antibióticos como la penicilina de Alexander Fleming o la amoxicilina sintética; pero también en los diversos antisépticos, antifúngicos y antiparasitarios. Sin embargo, el mal uso y el abuso indiscriminado de los antimicrobianos están reforzando la resistencia a los mismos, incluyendo resistencias cruzadas o ultrarresistencias, que aparecen cuando los microorganismos se hacen resistentes a la mayoría de los agentes antimicrobianos. Ésta aparece cuando las bacterias mutan y se vuelven resistentes a los antibióticos que se usan para tratar las infecciones que estas bacterias causan. Pero la resistencia a los antimicrobianos es más amplia, pues no se limita a las bacterias, sino que incluye otros agentes como virus, hongos o parásitos. Se trata de un fenómeno muy peligroso, que genera grandes daños para los pacientes y costos para la sociedad. Las infecciones por microorganismos resistentes pueden causar la muerte del paciente y transmitirse a otras personas.

Conviene aclarar que no son los medicamentos ni los pacientes los que se hacen resistentes, sino que son los propios agentes biológicos (bacterias, virus, hongos o parásitos) los que adquieren esa resistencia. Pero, ¿cómo se produce? Hay varios mecanismos, como la variabilidad genética, la modificación de la permeabilidad de la membrana interna o procesos de inhibición enzimática. Además, esta resistencia se transmite a otros microorganismos, ya sean del mismo género o de géneros diferentes (transmisión horizontal o vertical).

¿Y nosotros, los humanos, qué tenemos que ver en este proceso? Podemos decir que la resistencia a los antimicrobianos se ve facilitada por tres tipos de acciones inadecuadas, realizadas por distintos grupos de personas, que tienen diverso grado de responsabilidad. En primer lugar, el ciudadano de la calle o el paciente: fomentamos la resistencia antimicrobiana a través del uso inadecuado de los medicamentos; por ejemplo, cuando tomamos antibióticos para tratar infecciones víricas como el resfriado o la gripe; cuando compartimos el tratamiento con otros pacientes; o cuando interrumpimos el tratamiento antes de tiempo. En segundo lugar, los profesionales del mundo sanitario: también se incrementa la fármaco-resistencia cuando hay medicamentos de mala calidad; cuando se hacen prescripciones erróneas; y cuando falla la prevención y el control de las infecciones, por ejemplo, por descuidos en la higiene hospitalaria. En tercer lugar, hay un nivel político: la falta de esfuerzo sostenido de los gobiernos en la lucha contra estos problemas, las deficiencias en la vigilancia y la reducción del arsenal de instrumentos diagnósticos, terapéuticos y preventivos.

¿Qué podemos hacer para revertir este proceso o, al menos, para no contribuir a que se expanda y se agudice la resistencia a los agentes antimicrobianos? Las Agencias Internacionales informan que es fundamental prevenir la aparición de resistencias y evitar su trasmisión. Aquí hay cinco acciones básicas que están a nuestro alcance: usar antibióticos sólo cuando un profesional de salud los recete; tomar siempre la receta completa, aunque hayan desaparecido los síntomas; no usar los antibióticos que sobraron de una vez anterior; no compartir antibióticos con otras personas y, mucho menos, autodiagnosticarse “porque a otro le fue bien”; prevenir infecciones lavándose las manos con frecuencia, evitando el contacto con personas enfermas y manteniendo las vacunas al día.

Tomemos en la debida cuenta las advertencias y consejos que instituciones como la FAO, la OMS y la OIE nos ofrecen acerca de estos asuntos. Dada la facilidad y la frecuencia con que se desplazan ahora las personas, la resistencia a los antibióticos es un problema de dimensiones mundiales, que requiere esfuerzos por parte de todas las naciones y de diversos sectores. Con la salud no se juega. Por eso es esencial que en nosotros vaya creciendo la responsabilidad de usar los medicamentos de un modo prudente, sabio y acertado, para que sigan funcionando correctamente.

Recientemente, el día 25 de octubre, el Papa Francisco escribió en su cuenta de Twitter: “La salud no es un bien de consumo sino un derecho universal. ¡Unamos nuestros esfuerzos para que los servicios sanitarios sean accesibles a todos!”.

Que estos esfuerzos, bien coordinados y sabiamente fundamentados, abarquen igualmente al buen uso de los antimicrobianos. Es una cuestión de responsabilidad que a todos incumbe porque, cuando ya no se pueden tratar las infecciones con los antibióticos de primera línea, es preciso utilizar fármacos más costosos. La mayor duración de la enfermedad y del tratamiento, no pocas veces en ámbitos hospitalarios, incrementa los costos de la atención sanitaria y la carga económica para las familias y la sociedad. Por otra parte, la resistencia a los antimicrobianos está poniendo en riesgo los avances de la medicina moderna. Si no disponemos de medicamentos eficaces para prevenir y tratar las infecciones, los trasplantes de órganos, la quimioterapia y las intervenciones quirúrgicas se volverán más peligrosas. Pongamos, pues, todos de nuestra parte. No es asunto de poca monta.

Mons. Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

(Publicado en Cataluña Cristiana, 2-XII-2018)