DECISIONES DE FIN DE VIDA

Por el Dr. José María Simón Castellví

Presidente de la FIAMC (2006-2014)

Durante muchos años he tenido que intervenir en los medios de comunicación de mi país y en otros, explicando bien qué son las buenas decisiones en el final de la vida humana. No me he cansado de decir que en esta vida terrenal – que no es la última- estamos de paso y de prueba.

Un tiempo me esforcé en distinguir bien que los médicos siempre tenemos que tener en cuenta tres grandes ideas al final de toda vida humana. Hay que rechazar enérgicamente la eutanasia, haz que rechazar enérgicamente el encarnizamiento diagnóstico o terapéutico y siempre hay que ofrecer a los pacientes y sus familias los mejores cuidados paliativos. Estos últimos son una importante parte de la misión del médico en este mundo. Ellos no solo tienen que tener en cuenta al paciente que está ya para morir sino que deben incluir a su familia, amigos, entorno y a los demás profesionales sanitarios. Siempre desde la perspectiva biológica, psicológica, social, familiar y espiritual. ¡Sí, también espiritual! Somos también seres trascendentes.

Últimamente, quizá debido a la reducción cultural que acosa a los occidentales, empiezo mis consideraciones con una idea simple pero imprescindible oída a médicos más mayores y de gran experiencia: no es lo mismo morir que ser matado. Esta es, junto a unos buenos cuidados paliativos, la clave para alejar de las personas el fantasma de la eutanasia.

Creo sinceramente que la buena Medicina debe ofrecer buenos cuidados paliativos a todos y siempre. Cueste lo que cueste y cuesta poco. Hay que decir alto y claro que la morfina, si está indicada médicamente, es buena y barata. No es aceptable que un ser humano muera rabiando de dolor. La profesión médica existe para hacer más fácil y mejor la vida y el final de la vida a los demás. Los cuidados paliativos para todos deberían formar parte integrante integral e indiscutible de los objetivos del milenio de toda la humanidad.

He conocido a grandes médicos que me han dicho que han atendido en sus últimos momentos a miles de pacientes. ¡Y, sin embargo, no han matado a nadie! Han sido respetuosos con sus vidas en extinción y con la integridad de la profesión médica.

Los médicos somos hasta cierto punto “ángeles de la muerte” -¡sí!- pero no ángeles que se llevan la vida de sus pacientes por razones espurias. Les acompañamos y les ayudamos en una fase clave de nuestra peregrinación por este mundo.

Jamás un médico debe evitar que un sacerdote de confianza del paciente o de la familia visite y dé los sacramentos al enfermo. Un tío mío, excelente cirujano y humanista de pro, decía que siempre prefería el cura al cirujano. Era su opción final.

Como es natural, los médicos católicos no debemos interferir en las creencias de nuestros pacientes y debemos respetar la presencia de un ministro de su confesión religiosa si lo desean implícita o explícitamente. Nosotros creemos que Jesucristo es el Señor, sí, pero Él quiere para sí a seres libres. No podemos ni debemos coaccionar al final de la vida. El Señor del Más Allá sabrá qué hacer con sus hijos no católicos.

Nuestra misión no termina con la defunción del paciente. Podemos honrar su memoria y a su familia. Podemos atender a los que quedan y humildemente dar razón de nuestra esperanza en un mundo mejor en el Más allá.

PS/ He hablado desde la perspectiva del médico. Desde la perspectiva de todos, uno siempre puede y debería ofrecer a Dios su dolor, sus molestias y sus inconvenientes para mejor bien de todos.