El derecho al aborto sería supuesto “derecho” a matar a otro.

Se aduce frecuentemente para defender el aborto que la mujer puede hacer con su cuerpo lo que quiera.

Pues bien, cuando la mujer queda encinta, se segrega una sustancia hormonal para evitar el rechazo a un cuerpo extraño; sin ella el cuerpo de la gestante rechazaría el feto, como se rechaza un órgano ajeno trasplantado. Luego el feto no pertenece al cuerpo de la embarazada, ya que en tal caso no produciría rechazo.

Por otra parte, el código genético del nasciturus es distinto del del cuerpo de la mujer, luego es un cuerpo con una identidad biológica distinta del de la mujer.

Y cuando se insiste en que la gestante tiene derecho a hacer lo que quiera con su cuerpo, sucede que a partir de un tiempo de embarazo, se percibe el latido del corazón del feto, y ¿desde cuándo un ser humano tiene dos corazones?

Además ¿cómo puede ser, si antes no era un ser biológico autónomo, que en el curso de su natural desarrollo nazca un niño con vida independiente?

Y aún queda más claro que se trata de un infanticidio, cuando en algunos países se tiene derecho a abortar hasta justo antes del nacimiento, con lo que efectivamente se asesina a un niño hecho y derecho. No es sino de una terrible lógica que en algunos países o civilizaciones no esté penado el infanticidio.

Queda claro que el derecho al aborto equivale a conferir derecho a matar a otro ser biológico, a otro ser humano, y no a mera intervención en el cuerpo de la propia mujer.

Se trataría en la concesión del derecho de la mujer a abortar de un supuesto derecho a asesinar a otros seres humanos, según su tipo. Como puede haber sido el derecho a matar a judíos o gitanos. Se trataría de una democracia que pasaría a ser tiranía para las víctimas del aborto, privados de todo derecho al privarles de su derecho a la vida. Se trataría de una quiebra terrible de la verdadera democracia, que descansa en que todos sus miembros tienen unos derechos inalienables que nunca ni nadie puede derogar.

Y la apariencia democrática aún hace más sangrante este derecho a asesinar. También Hitler fue aupado con formas democráticas al poder, y decretó la muerte de todo judío. Así la ley inicua que consagra el aborto no obliga en conciencia ni da derechos verdaderos a nadie. Y ello por más que se dé el escándalo de que todo el arco parlamentario de nuestro país, España, con contadas excepciones, defienda este genocidio silencioso del aborto masivo.

La entonces madre Teresa de Calcuta decía: “A menudo he afirmado, y estoy segura de ello, que el mayor destructor de la paz en el mundo de hoy es el aborto. Si una madre puede matar a su propio hijo, ¿qué podrá impedirnos a ti y a mí matarnos recíprocamente?”

Javier Garralda Alonso