¿Tiene perdón un pecado tan terrible?

Viene esto a propósito de que hace poco la Asamblea Francesa ha aprobado una nueva ley que permite a la mujer abortar hasta justo antes de dar a luz naturalmente. Es decir, que un niño hecho y derecho, y por supuesto viable, será asesinado en el seno de su madre.

Sólo se requerirá que la madre alegue angustia psico-social, algo suficientemente vago, avalada por un médico, en que el médico hace de notario de muerte.

Pensábamos que era de tiempos antiguos la potestad del padre de familia de “exponer” a sus hijos recién nacidos, es decir de abandonarlos al frío, al hambre y a los perros, como comentaban voces cristianas del siglo III de la Roma imperial. ¿Pero no es peor, acaso, la carnicería del aborto (decapitación y succión, del feto, del niño)?

El obispo de Montauban comenta: “Ésta es la vía por la que las civilizaciones mueren y se aniquila el genio de los pueblos”.

Y ¿qué dirán los que defiende el aborto, y su cultura de muerte, aduciendo que el feto sólo sería un amasijo de células? ¿podrán negar que inmediatamente antes de nacer se trata de un niño hecho y derecho?

Las víctimas de esta crueldad son los niños inocentes. Pero como dice el Catecismo los confiamos a la misericordia de Dios. Y en una revelación privada se nos dice que los abortados van al Cielo, siguiendo la estela de los santos inocentes martirizados por el sanguinario Herodes.

Pero hay otras víctimas, que a la vez son verdugos, las madres y autores y cómplices del aborto, que si no se arrepienten sinceramente se enfrentan a una eternidad de desesperación.

Dejemos la voz a Teresa de Calcuta, ya santa:

“A menudo he afirmado, y estoy segura de ello, que el mayor destructor de la paz en el mundo de hoy es el aborto. Si una madre puede matar a su propio hijo ¿qué podrá impedirnos a ti y a mí matarnos recíprocamente? El único que tiene derecho a quitar la vida es Aquel que la creó. Nadie más tiene ese derecho; ni la madre, ni el padre, ni el doctor, ni una agencia, ni una conferencia, ni un gobierno (…)”

Y en otra ocasión contó la misma Teresa de Calcuta: “Hace unos días vino a verme una señora y se echó a llorar. Nunca había visto llorar tanto a nadie. Me dijo: “He leído lo que usted ha escrito acerca del aborto. Yo he abortado dos veces. ¿Podrá Dios perdonarme?” Yo le contesté: “Desde luego que sí, si es usted sincera en su arrepentimiento. Vaya a confesarse y sus pecados quedarán lavados por la absolución que recibirá. Trate sólo de estar segura del disgusto de su corazón”. Ella dijo: “Es que no soy católica”. Y yo a ella: “Rece según su religión. Yo pediré a Dios que la perdone”. Ella entonces hizo un hermoso acto de contrición. Cuando yo terminé de rezar, parecía un ser diferente, totalmente recompuesta. ¡Que sufrimiento más tremendo tiene que representar darse cuenta de que un ha dado muerte, ha asesinado, a su propio hijo!”

                               Javier Garralda Alonso