Una visión meramente utilitarista de la Naturaleza empobrece dramáticamente nuestra actitud respecto a la misma. La Naturaleza es, entre otras cosas, un espejo de belleza y armonía y de inmensidad que nos habla de la Belleza y Sabiduría de Dios, del Dios infinito que deja su huella inefable en todo lo creado.

El Papa Francisco nos habla de la actitud de alabanza a Dios, por su creación, del sencillo San Francisco de Asís, que une su amor a las criaturas a su amor a los pobres y enfermos y a una gran austeridad de vida desposándose con su señora la dama “pobreza”. Y todo ello brota, como de una fuente inagotable, de su amor entrañable a Jesucristo crucificado.

Quien ama la Naturaleza ya no la maltratará. Quien ama a los pobres no hará acciones contra el medio ambiente que los condenen a la miseria. En cambio quien sólo ve su parte útil fácilmente se deslizará, si le conviene, a abusar de ella. Los cristianos estamos llamados a “aceptar el mundo como sacramento de comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global”. (n. 9)

San Francisco de Asís “manifestó una atención especial hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados”. (Núm. 10) “Si nos acercamos a la Naturaleza y el ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos.” (n. 11) “El mundo es algo más que un problema resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.” (n. 12)

Y más allá de las verdades más o menos científicas sobre la degradación del medio ambiente por obra de la acción abusiva, desordenada, del hombre, el Papa Francisco profundiza en la cuestión moral global, sobre cuál es la actitud ética que dignifica al hombre y le inspira un respeto real al medio ambiente.

Como expresa en la introducción citando a San Juan Pablo II, se pone poco empeño “para salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana” (n. 5) ¿Sería acaso coherente cuidar de los huevos de la cigüeña, mientras se condena a muerte a los embriones humanos?

Sin ecología humana, no se dará un amor real, eficaz, a los seres no humanos, que, por mucho que se los aprecie, están más lejanos a nosotros mismos que cualquier miembro de la familia humana: “No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos.

Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende  de los pobres, o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada.” (n. 91) “Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona discapacitada (…) difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza” (n. 117)  “Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque “en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza (cita de Juan Pablo II).” (n. 117) “Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto”. (n. 120)

Sale al paso también el Papa, sin nombrarlo, de un cierto ecologismo perverso que idolatra la naturaleza y le ofrece, cual a Moloch sanguinario, la vida de los hombres, adultos, o niños por nacer, que en vez de poder legítimamente servirse de los recursos naturales para poder vivir, se verían condenados a morir, para salvaguardar una naturaleza divinizada:“Al mismo tiempo el pensamiento judío-cristiano desmitificó la naturaleza, sin dejar de admirarla por su esplendor e inmensidad, y ya no le atribuyó un carácter divino.” (n. 78) “Un retorno a la naturaleza no puede ser a costa de la libertad y responsabilidad del ser humano (…)” (n. 78)

Impensadamente, también el relativismo se revela como factor de uso abusivo de la naturaleza, de degradación medioambiental: En efecto, si no existen verdades objetivas, indiscutibles, el hombre no se auto-limitará, sino que sólo aceptará los límites que le convengan. Y cayendo en una suerte de endiosamiento destrozará, abusará de la Naturaleza:“El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos” (n. 6). E insiste la encíclica denunciando el mal de suponer que no existen verdades indiscutibles con lo que la libertad humana no tendría límites. Así el relativismo constituiría una grave herida al ambiente social y físico (n. 6).

No es competencia de los papas emitir opiniones científicas. Pero son muchos los hechos que son evidentes y que el Papa describe entre las amenazas al medio ambiente: cuando habla de daños medioambientales que perjudican directamente la salud de no pocos seres humanos, que destrozan “hábitats” naturales condenando a la miseria a sus moradores, que degradan  los mares y atentan contra quien vive de sus recursos, que afectan a la calidad del agua potable con su grave incidencia en la mortalidad infantil, que suponen una pérdida de biodiversidad, etc. etc.

Mas sobre todo la encíclica ilumina toda esta realidad con criterios morales que subrayan la  relación de la ecología ambiental con la ecología humana y con una ecología abierta a lo divino, que sabe ver a Dios creador y providente a través de sus huellas en la creación. Y sobre esto apenas hemos trazado unas pinceladas.

Esperemos que sean útiles.

Javier Garralda Alonso (Economista asesor de la FIAMC)