“Hay razones que la razón no conoce”. Cuando nos referimos a luces o razones del corazón no hablamos de algo irracional, sino de aquello que inspira, ennoblece y orienta a nuestra pobre razón práctica o científica, o técnica o instrumental.

Las bases intelectuales de la mera razón práctica para fabricar una bomba atómica o para construir una central eléctrica nuclear (o para emplear IA sabiamente en progreso de la medicina o al contrario para establecer un Estado policíaco) pueden ser muy similares. Pero las razones del corazón nos señalan que están separadas por un abismo. No es lo mismo salvar vidas que destruirlas (Ni lo mismo curar que tiranizar).

Hay, por desgracia, personas que, deslumbradas por la posibilidad de logros espectaculares de la razón práctica, de la ciencia aplicada, mutilan sus partes más nobles, también racionales, aquéllas que elevan su sicología, su espíritu, a regiones de incomparable belleza, que les harían ricos espiritualmente y grandes bienhechores de la humanidad. Y esta mutilación de las razones que nacen del corazón, que están más allá de la razón práctica, produce monstruos: “el sueño de la razón genera monstruos”. Así se entiende que algunos no vean problema en crear armas terribles capaces de asolar a la humanidad.

Por eso es vital que no sólo eduquemos a los jóvenes en la mera razón, sino también en las razones del corazón. No hemos de aspirar sólo a formar científicos que dominen una u otra técnica, sino que se vean inspirados por un ferviente deseo de ayudar a los demás. No sólo que sepan qué se puede hacer, sino qué es bueno hacer, qué se debe hacer para que las personas puedan, realmente, mejorar su vida. Que no sólo aspiren a ganarse la vida con esplendidez, sirviendo acríticamente lo que más valora el mercado, sino que busquen el servicio más valioso para sus congéneres, aunque tengan que moderar sus ganancias.

Educar en este sentido resulta imperativo: “Una universidad y una escuela sin visión, corren el riesgo de caer en un “eficientismo” sin alma, en la estandarización del conocimiento que se convierte entonces en empobrecimiento espiritual” (Carta apostólica de León XIV “Diseñar nuevos mapas de esperanza”, 9.1). Y, respecto a los educadores: “vale tanto su testimonio como su lección” (5.2) “(Es) un derecho sagrado la oferta de una formación que permitiera a los estudiantes evaluar los valores morales con recta conciencia” (6.1).

El pisotear el propio corazón y el de los demás idolatrando el saber instrumental, el no atender a las razones del corazón, tiene consecuencias: El libro de la Sabiduría (6, 2-12) alerta del abuso del poder político, de los reyes, fácilmente extensible al abuso de los poderosos económicamente, de los ricos, o del poder del saber humano, de los sabios en ciencia práctica, que se engríen todos ellos sobre el resto de los mortales. Y nos avisa el Señor que se verán sometidos a severo examen porque “no juzgasteis rectamente” (6, 4). “A los poderosos amenaza poderosa inquisición” (6, 6). Pues “el Señor de todos no teme a nadie, porque Él ha hecho el pequeño y el grande, e igualmente cuida de todos” (6, 7)

Si, en cambio, los poderosos en saber buscan la auténtica sabiduría de corazón y ponen su ciencia al servicio de los hombres, serán bendecidos: “A vosotros, pues, reyes (y poderosos en saber humano) se dirigen mis palabras, para que aprendáis la sabiduría y no pequéis” (6, 9)

Javier Garralda Alonso