Se aprecia un reflorecer de la piedad en torno a la Eucaristía: más horas de adoración, templos con adoración perpetua o casi perpetua; muchas personas que se convierten al catolicismo tras experiencias extraordinarias de la presencia de Dios en el Santísimo. Llamadas en diversas apariciones de la Virgen a mejorar nuestra vida eucarística, desde Fátima a Medjugorge, pasando por Garabandal donde hubo un milagro protagonizado por la Eucaristía y un aviso de que cada vez se daba menor importancia a la misma. En este marco no es inoportuno recordar que el adolescente Carlo Acutis, de nuestros tiempos y hace poco beatificado, recogió bellamente unos cuantos milagros eucarísticos.

Con todo, aunque hay signos esperanzadores, no podemos olvidar que la piedad eucarística ha padecido, en nuestra época, un fuerte ataque: Así, según encuesta en Estados Unidos, muchos que se consideran católicos no creen en la presencia real en cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor en la Eucaristía. Y entre nosotros (España): “Jesús está en el sagrario, pero pocos son los que lo saludan o hacen una genuflexión al pasar por delante. Aquél que “glorioso en santidad, terrible en prodigios y autor de maravillas” es ignorado”. (Consuelo, 2010, “La verdad, espada que divide”, pág. 555).

Siendo como es la Eucaristía el corazón de la Iglesia, el contagio de los errores de los protestantes, amparado en un ecumenismo mal entendido que mercadearía con la verdad para lograr una falsa unidad, ha podido y puede llevar a la falta de fe íntegra sobre el santísimo sacramento. Y no faltan revelaciones privadas que alertan que por ese camino se puede llegar al “cese del sacrificio perpetuo”, de la Eucaristía, en tiempos del Anticristo:

“Jesús: La impiedad abre la puerta a aquél que es “El Hombre Impío”, el hijo de la perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios, que es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el santuario de Dios y proclamar que él mismo es dios (2 Tes, 3-4). Por eso la impiedad traerá grandes males a la Iglesia, a los fieles y al mundo, pues os conducirá irremediablemente a “la abominación de la desolación” anunciada por el profeta Daniel” (Mateo 24, 15) (Ver Daniel 12, 11) (Obra citada, pág. 411)

Y que esta profecía se refiere a tiempos futuros queda claro en la nota 1 de la biblia Nácar-Colunga a Daniel, 11, 40-45: “La explicación más razonable de estos oscuros versículos es que el profeta salta desde Antíoco, el gran perseguidor, al Anticristo, que nos pinta con colores tomados de la historia de Antíoco”. Así más adelante, en Daniel, 12, 11, leemos: “Después del tiempo de la cesación del sacrificio perpetuo y del alzar la abominación desoladora habrá mil doscientos noventa días”. Y la expresión “sacrificio perpetuo” se referiría a la Eucaristía.

Y precisamente para aplazar estos terribles tiempos, lo mejor que podemos hacer es impulsar y redoblar nuestra adoración al Santísimo, verdadero corazón de la Iglesia. Al respecto se dan algunos equívocos que opondrían piedad y acción social. Y que no es así, lo testimonian las hermanas de la Caridad de Sta. Teresa de Calcuta, que, para atender bien a los más pobres de entre los pobres, toman fuerzas en una copiosa adoración eucarística. Y el Papa Francisco decía hace pocos días: “No podemos hacer nada con las manos, si antes no lo hacemos con las rodillas. Han de ir juntos adoración y servicio”.

Y en una novela que recomendó el  propio Papa Francisco, que, escrita en 1907, se avanza a su  tiempo dando por hecho fenómenos que hoy palpamos, y que se refiere a la época del Anticristo, los fieles y sacerdotes cobran fuerzas para resistir la terrible persecución en la adoración del Santísimo (Robert Hugh Benson, 2015, “Señor del mundo”, 3ª edición) (Original en inglés, de 1907) Frente a la soberbia luciferina de un hombre que se hace dios, la humildad infinita de un Dios que se hace hombre. Y que, si en su vida ocultó su divinidad bajo el velo de su humanidad, en el Santísimo oculta divinidad y humanidad bajo el velo del pan y vino eucarísticos, para ser nuestro consuelo y ayuda y para que nos acerquemos a Él con sencillez y confianza.

Y terminemos con una oración-exclamación de Santa Faustina Kowalska: (…) “Oh santa Hostia, nuestra única esperanza entre las tinieblas e impiedad que sumergen la tierra” (…) (“Diario”, 2000, pág. 174).

Javier Garralda Alonso