Por desgracia el riesgo de una conflagración nuclear está presente – como veremos – mientras redoblan los tambores de guerra entre dos países europeos. Es obvia la valoración moral que merece el armamento atómico y más su empleo suicida.

Dice así el nº 2314 del Catecismo: “”Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo, que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones” (GS 80, 4). Un riesgo de la guerra moderna consiste en facilitar a los que poseen armas científicas, biológicas o químicas, la ocasión de cometer semejantes crímenes”.

Puede parecer de locura el empleo de ingenios nucleares, pero existe hoy en día esa posibilidad, como se trasluce, por ejemplo, de las declaraciones recientes del ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, que en una intervención en la televisión estatal, aseguró (25-4-2022) que el riesgo de una tercera guerra mundial “es ahora real, muy elevado y no se puede desestimar” (ABC, 26-4-2022, pág. 23). Y que al día siguiente alertaba del “peligro grave de una guerra nuclear”.

Dada su naturaleza indiscriminada, como dice el Catecismo, el uso de armas atómicas es un gravísimo crimen contra Dios y el hombre y su tenencia es ocasión de esos crímenes de lesa humanidad. Aun suponiendo que se trate de una guerra defensiva (lo que con la guerra moderna ya es difícil como expresa el nº 2309 del Catecismo) no se pueden emplear armas nucleares ya que destruyen combatientes y civiles inermes.

Se alega para justificar su tenencia, en copiosos arsenales, que así se asegura una mutua disuasión, que evitaría su uso por el enemigo por temor a represalias igualmente destructivas. Ahora bien, tal disuasión supone que la represalia si llega el caso es una amenaza “creíble”. Es decir que exista una voluntad firme y real de usar tal criminal armamento. Lo cual comporta la decisión de cometer un terrible crimen si llega la ocasión. 

Así vemos como el término “disuasión” está sujeto a reflexiones éticas que lo ponen en tela de juicio. Dice el Catecismo en el nº 2315 (hablando de la acumulación de armas): “Este procedimiento de disuasión merece severas reservas morales. La carrera de armamentos no asegura la paz. En lugar de eliminar las causas de la guerra, corre el riesgo de agravarlas”.

Podemos utilizar un símil para hacer gráficas estas reservas morales: Es como si un delincuente amenaza con matar a nuestra familia indefensa que tiene secuestrada. Y nosotros, que tenemos también acceso a la familia del criminal, respondemos y amenazamos con matar a la familia inerme e inocente del terrorista. Es decir, contestaríamos a un crimen con otro crimen. Pues, en el caso de represalia nuclear responderíamos al indiscriminado ataque atómico que mata niños, ancianos y mujeres inermes, matando a nuestra vez niños, ancianos y mujeres inermes del enemigo.

Así, se ofrecen unas conclusiones: El arma atómica para que sirva de disuasión efectiva debe ser poseída con voluntad que no deje duda de emplearla en caso de ataque, es decir con voluntad de cometer un crimen espantoso. Por tanto, la mera tenencia de armas atómicas es, en general, inmoral.

La renuncia a tales armas, que sería, pues, renuncia al crimen potencial, dignifica a los políticos y militares que la realicen, que son también personas humanas que han de procurar su propia salvación, haciendo la voluntad de Dios, que prohíbe defenderse con medios criminales. Y la providencia de Dios arbitrará con medios impensables para nosotros la defensa de su país. Mas, aunque así no fuera, si fueran mártires, habrían ganado la batalla espiritual, que hubiera sido una derrota espiritual de haber cedido a la tentación criminal. La única vía, pues, que se abre a la humanidad para evitar sufrimientos y crímenes espantosos es la del desarme atómico.

Javier Garralda Alonso

(Foto: BBC)

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Un libro interesante:

Deontología Biológica. Capítulo 25. Material de Bioética. Unidad de Humanidades y Ética Médica (unav.edu)