Retazos de paz en medio de la guerra: Experiencia de guerra del Beato doctor Pere Tarrés i Claret

¿Puede haber remansos de paz entre el fragor de la batalla? Entresacamos de las memorias de la terrible guerra civil en España (1936-1939) escritas por el abnegado médico, luego sacerdote hasta el sacrificio por las almas, Pere (Pedro) Tarrés, a la sazón movilizado en el bando rojo como médico militar [Pere Tarrés, “Mi Diario de Guerra”, 1987, Páginas 175-176].

Advirtamos que la línea de fuego coincidía con un río, el Segre. Dice así: “Este mediodía, previo un acuerdo con los soldados del ejército de Franco, los nuestros y ellos han cruzado el río, se han abrazado, condenando la guerra, se han intercambiado algunos periódicos; los nuestros les han dado una botella de champaña y ellos una botella de coñac Domecq y cigarros. Han charlado unos diez minutos y cada uno ha vuelto a su lugar”. “En el mando ha habido mucho jaleo porque esto está prohibido” (…) (Los superiores amenazan con fusilar por la espalda a quien lo vuelva a hacer).

“Para nuestra tropa esto ha sido un acontecimiento y demuestra de una manera palpable el deseo que tenemos todos de que la guerra se acabe, deseo que, sin duda, tienen también los hermanos de la trinchera de enfrente” (Diario, 16 octubre de 1938, en Torres del Segre).

Su ánimo de paz se ve sostenido por una muy rica vida interior. En particular, en medio de las vicisitudes bélicas, no deja de contemplar la bella naturaleza y su alma se eleva a Dios y encuentra la paz íntima:

“El agua cae con fuerte batacazo, como dicen los campesinos. Lluvia y escarcha ¡bendecid al Señor! El murmullo del agua que cae es la única plegaria que se oye… Ella ha hecho enmudecer todas las otras voces de la naturaleza. Incluso el hombre, con el bramido incesante de los cañones, se ha callado. Es la hora del agua que baja del cielo” “… la lluvia bienhechora y fecundante sazona la tierra y parece que haya traído la paz al corazón de los hombres que, más allá de la sierra, luchan entre sí…” (ibídem, p. 35).

“Esta tarde, a pesar del tiempo, he ido a hacer una excursión hasta la cumbre de una montaña. He gozado de un espectáculo impresionante. A mis pies, una hondonada inmensa como un barreño gigantesco lleno de niebla, dantesco, de cuyo fondo, como si estuviera en ebullición, salían enormes vaharadas de humo, la gasa sutil de las montañas, que trepaba hacia arriba, aferrada a las laderas hasta envolverme. ¡Oh qué gozo! ¡Bendecid al Señor rayos y nubes, montes y collados bendecid al Señor!” (Ibídem, p. 53).

¡Paz en nuestro corazón! Este es el lugar de la verdadera batalla que traerá paz interior y exterior y fin de las guerras. No consideremos a los enemigos como entes políticos, sino como seres humanos concretos con su historia personal y ambiente particular. Y disculpémoslos pensando que quizá en su situación nosotros habríamos actuado igual o peor. Quitemos las armas del corazón y caerán las armas físicas de las manos.

Y terminemos con una oración de Pedro Tarrés, elevada entre tiros y bombas: “¿Cuándo florecerá la flor blanca de la paz? (…) Madre mía, Señora de la Paz, tú que trajiste a Cristo al mundo, entre los cánticos de los ángeles, que anunciaban la paz entre los hombres de buena voluntad, ¡tráenos la paz! ¡Reina de la Paz, ruega por nosotros! Reina del Amor, de la dulzura, llena los corazones de los hombres del amor y la dulzura purísimos” [página 340 de “Mi Diario de guerra”]. -Por la trascripción:        Javier Garralda Alonso