CARTA DE UNA BUDISTA

Muchas veces la raíz más profunda del sufrimiento humano es la ausencia de Dios

El cardenal guineano Robert Sarah viajó a Japón al poco del tsunami del 11 de marzo del 2011 que provocó la muerte de varios miles de personas, además de graves daños y el accidente nuclear de Fukushima. Llegó al país el 13 de marzo y rezó en público.

Al cabo de un tiempo recibió esta carta de una joven budista japonesa:

“Tras el terrible tsunami en el que hemos perdido a muchos miembros de nuestra familia y casi todos nuestros bienes, quería suicidarme. Pero después de escucharle a usted en la televisión, después de la paz y serenidad que recobré viéndole rezar por los supervivientes y por los muertos, y del impacto de su recogimiento y de su silenciosa oración junto al mar, después de su emotivo gesto de arrojar una flores en memoria de todos los que fueron engullidos por el mar, renuncio a suicidarme. Gracias a usted ahora he comprendido y sé que, a pesar de este desastre, hay alguien que nos ama, que vive junto a mí y comparte nuestro sufrimiento, porque debemos valer mucho a sus ojos. Ese alguien es Dios. A través del Santo Padre y a través de usted he sentido su Presencia y su compasión. No soy católica, pero le escribo estas líneas para darles las gracias a usted y al Santo Padre Benedicto XVI  por el inmenso consuelo que nos han aportado. Sé que, igual que yo, otras personas han recibido esa preciosa ayuda espiritual que todos necesitamos, sobre todo en los momentos de pruebas tan tremendas e inmensas como ésta” (Págs. 92-93 de “Dios o nada” por Robert Sarah, 1916, 4ª edición)

Lo primero que salta a la vista es que más allá de las ayudas materiales, que son también imprescindibles, para las víctimas de una catástrofe lo más esencial es transmitirles la presencia de Dios, la ayuda espiritual:

“La auténtica caridad no es limosna, ni solidaridad humanitaria, ni filantropía: la caridad es la expresión de Dios y una prolongación de la presencia de Cristo en este mundo (…) La caridad nos urge a evangelizar: la Iglesia sencillamente revela el amor de Dios. Muchas veces la raíz más profunda del sufrimiento humano es la ausencia de Dios.” (Ibídem, págs. 91-92). También el Papa Francisco ha escrito que la opción preferencial por los pobres ha de manifestarse antes que nada en su atención espiritual.

Otra reflexión es que es falaz el ocultar nuestra fe con la coartada que quien nos escucha tiene otra religión. En este caso vemos como el Espíritu Santo suscita un fruto espiritual de la actitud creyente y pública de sus ministros, incluso en personas de distinta religión. Este fruto santo, y que en el caso narrado era de vida o muerte, se perdería si el misionero ocultara su fe y se limitara a solventar carencias materiales.

Y otra consideración es que ante una catástrofe lo más esencial, la postura más cristiana, es ayudar a sus víctimas espiritual y materialmente.

Además no debemos pensar que las catástrofes son fatales y fruto de una Naturaleza ciega. El Señor es también Señor de la Naturaleza y nada sucede sin que lo permita. La Virgen en Medjugorge nos dijo que la oración y el sacrificio pueden evitar catástrofes naturales y guerras. Y un caso llamativo lo tuvimos cuando muchos mejicanos elevaron sus súplicas al Cielo por mediación de la Virgen para que el huracán Patricia, que se anunciaba como el más mortífero, no causara daños (año 2015). Y, pese a su potencia devastadora y a las lúgubres previsiones de los expertos, el huracán evolucionó de modo que no causó pérdidas humanas. Todos lo atribuyeron a la intervención milagrosa de la Virgen, a quien Dios nada niega.

En cuanto al matiz de castigo que puedan tener algunas catástrofes o guerras, hemos de considerar que en el Evangelio se nos dice que no necesariamente los más pecadores son los castigados:

Leemos en el Evangelio: (Le contaron a Jesús que unos galileos habían sido matados por los romanos) “Y respondiéndoles dijo: ¿Pensáis que esos galileos fueran más pecadores que los otros por haber padecido todo esto? Yo os digo que no; y que si no hiciereis penitencia todos igualmente pereceréis.” (Lucas 13, 1-5)

Además, aun suponiendo que se trate de un castigo, si éste es colectivo también habrá, entre sus víctimas, inocentes. El misterio del sufrimiento de los inocentes, sin dejar de ser misterio, se ilumina contemplando a Cristo, víctima e inocencia infinitas. Estos inocentes son asociados especialmente a Cristo, del que son imagen viva. Y si padecen con Él, también reinarán con Él.

Javier Garralda Alonso