Esta exhortación apostólica del Papa León XIV no sólo trata de los pobres en bienes materiales, sino también de otras clases de pobreza: los pobres en saber, en particular religioso (Nº 114); en libertad, los presos (59); en salud, los enfermos (48-51); en pérdida del propio país, los migrantes (73). Alude también a los ancianos.
El Papa nos invita a considerar la pobreza, a los pobres, no tan sólo como una cuestión social, sino como una llamada al amor a Jesús, hecho pobre para enriquecernos a nosotros. El buen samaritano cuida a Cristo, que nos dice “lo que hicisteis a uno de mis hermanos más pequeño a Mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Empecemos por su mensaje positivo: “Dios ama al que da con alegría” (2Co 9, 7) (Nº 33) “El que se apiada del pobre presta al Señor”. Y cita a Isaías 58, 8-9: (Cuando…partes el pan con el hambriento—) “entonces brillará tu luz como la aurora, y se dejará ver pronto tu salvación e irá delante de ti tu justicia y detrás la gloria de Yavé. Entonces llamarás a Yavé y Él te oirá. Le invocarás, y Él dirá: Heme aquí.”
Pero, un toque a la conciencia: “Si alguien vive en la abundancia y viendo a su hermano en la necesidad le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios?” (30) (1 Jn 3, 17)
El Papa León reitera el magisterio de la Iglesia, al subrayar “el destino universal de los bienes”, de modo que la riqueza, la propiedad abundante, lejos de encogerse en un gheto egoísta, ha de ser un canal para que todos participen de los bienes de la Tierra, que Dios ha creado para todos los hombres (86). Por eso en necesidad extrema no roba quien coge lo que necesita para vivir (86).
Y también, y de la mano de San Juan Pablo II, destaca otro rasgo de la doctrina social de la Iglesia: la “opción preferencial por los pobres” (87) como forma de primacía en la caridad cristiana “de la que da testimonio toda la Tradición de la iglesia.” Esta opción preferencial no puede olvidar a los millones de hambrientos de los países más pobres. Ignorarlos sería parecernos al rico Epulón que ignoraba al pobre Lázaro.
Y destaquemos que esta opción preferente por los pobres no se ha de limitar a los bienes materiales: “La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en la atención religiosa privilegiada y prioritaria.” (114) Y, refiriéndose a Santa Teresa de Calcuta, señala que “su amor por los más pobres entre los pobres la llevaba no sólo a atender a sus necesidades materiales, sino también a anunciarles la buena noticia del Evangelio” (77) “No se consideraba una filántropa, ni una activista, sino una esposa de Cristo.” (77).
Y, a su vez, los pobres nos evangelizan a nosotros: Por una parte, los pobres, los enfermos, los ancianos, son espejo de nuestra propia fragilidad. (109) Y, en los pobres y enfermos tocamos la carne de Cristo sufriente, que se identifica con ellos. (110)
Nuestra ayuda a los pobres ha de extenderse incluso a los enemigos. El Evangelio nos exhorta a amar a los enemigos. Y ya en el Antiguo Testamento se nos pide que si un enemigo tiene en peligro, o ha perdido, su buey o su asno, le ayudemos a recuperarlo (25) (Ex 23, 4-5)
En cuanto a los enfermos, constituye la enfermedad una grave pobreza que los hace particularmente necesitados (48-52). Y el enfermo rico en bienes materiales se convierte en pobre sin recursos vitales. Añadamos que puede ser para él la enfermedad una ocasión para el desprendimiento, que le abra a la pobreza de espíritu, puerta que conduce a la bienaventuranza.
No podemos dejar de señalar en estas breves pinceladas, que no agotan este rico y bello documento, la referencia a las causas estructurales de la pobreza, estructuras injustas o de pecado. Ya Benedicto XVI señaló la irresponsabilidad política nacional e internacional y la necesidad de instituciones económicas que remedien las graves carencias e injusticias que asolan al mundo moderno. (88) Señala el Papa León la existencia de la dictadura de una economía que niega el derecho al control por los Estados, esperando que las fuerzas del mercado lo resuelvan todo. (92). Añadamos que se dan en este terreno dos grandes errores: La adoración idolátrica del mercado, el capitalismo salvaje. y la adoración idolátrica del Estado, el comunismo tiránico.
Nos dice el Papa que si, en cambio, el verdadero Dios reina entre nosotros la vida social estará llena de fraternidad, justicia y paz. (95)
Reiteremos que esta exhortación apostólica atesora mucha riqueza que no podemos agotar y de la que sólo trazamos un breve bosquejo.
Javier Garralda Alonso


