EL BEATO DOCTOR TARRÉS Y LA HUMANAE VITAE
Dr. José María Simón Castellví
Presidente de la FIAMC (2016-2014)

Como se acerca el quincuagésimo aniversario de la encíclica Humanae vitae del beato Pablo VI, me parece oportuno hacer unas reflexiones sobre la misma. Me parece ver aquel gran texto sostenido sobre tres grandes pilares.

El primer pilar trata a la vida humana como un gran don de Dios. ¿Acaso alguien se puede hacer a sí mismo (self made man?)? ¿O mantenerse a sí mismo en el ser? ¿O crear belleza y vida de la nada?

Una parte substancial y no accesoria del don de la vida es la posibilidad de procrear, de colaborar en la Creación. Las bases fisiológicas de la procreación humana son bien conocidas y una parte fundamental son los ritmos de fertilidad-no fertilidad de la mujer. Estos ritmos, que se pueden conocer perfectamente, son parte de la salud de la mujer. Están ahí para algo. Yo diría que forman parte substancial del ser humano. Alterarlos es alterar la substancia del hombre. Es ir hacia el post o transhumanismo. El humano finito e imperfecto pretende enmendar la inconmensurable Sabiduría divina.

Los ritmos ovulatorios de la mujer son parte del don divino de la vida y no se pueden cambiar. Dios se ha reservado el diseño del humano. Es cierto que colaboramos en la conservación y desarrollo de la Creación (¨¡Cuidad el jardín, henchid la Tierra!”). Muchas, muy diversas y muy interesantes cosas podemos hacer los humanos con nosotros mismos, la naturaleza o la sociedad. Nos vestimos, construimos, desarrollamos el pensamiento y la ciencia hasta límites sorprendentes como la interconectividad, los viajes espaciales o el conocimiento de nuestro lenguaje genético. Podemos potenciar los dones naturales hasta límites difíciles de imaginar. Los médicos podemos y debemos ayudar a los esposos, reparando lo enfermo si hay enfermedad o transtorno. Sin embargo, NO podemos cambiar la esencia humana. Ni la fertilidad ni los hijos son una enfermedad.

El segundo pilar se asienta sobre el gran don de la sexualidad por el que los esposos se ayudan, complementan y crecen mutuamente (“no es bueno que el hombre esté solo”). El don de los hijos añade fecundidad a la fecundidad del amor carnal sano. Y, en efecto, hay un amor carnal sano y uno torcido. Todos lo vemos en nuestro interior y en el exterior. Son residuos de la gran caída.

El tercer pilar trata de indicar al ser humano por dónde va y por dónde no va el criterio del Creador. El amor esponsal ayuda a los esposos a superar la concupiscencia o zona tenebrosa de la sexualidad del hombre caído. Esta zona de sombra se cierne incluso sobre los gobiernos, creadores de opinión (influencers) y demás organizaciones que pretenden torcer un aspecto nuclear del ser humano creado.

Creo sinceramente, al igual que el beato catalán doctor Pere Tarrés, que todos y cada uno de nosotros debemos buscar/pedir el don de la pureza, que tanto complace a Dios y tanta paz da al humano reposado. Sin este don reparador es imposible luchar contra los abusos sexuales a niños, el tráfico especialmente de mujeres, la plaga de la pornografía o el abuso de un humano sobre otro en todos los órdenes de la vida. El beato Pablo VI lo vio bien claro y fue valiente hasta el final exponiendo la verdad divino-natural.

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ON HUMANAE VITAE