Dra. Elba Martínez Picabea de Giorggiutti

A lo largo de nuestra historia como seres humanos hemos sido capaces de generalizaciones a partir de la observación sistemática de hechos particulares. En esta capacidad reside aquello que Teilhard de Chardin llamó “la reflexión”. La razón y la conciencia moral marcarían la gran divergencia con los otros seres vivos que nos precedieron.

Nuestra civilización reconoce a los antiguos maestros griegos como los ancestros de quienes Occidente heredó sus enseñanzas y su filosofía. Pero también fue en la Antigua Grecia donde florecieron, alrededor del siglo V a.C. ciertos maestros itinerantes que cobraban por sus servicios, y cuyo representante máximo fue Protágoras de Abdera (480-410 a. C.), gramático y partidario del homo mensura (el hombre es la medida de todas las cosas). Los sofistas utilizaban estratégicamente el discurso para hacer demostración de sabiduría. Su filosofía era eminentemente antropológica y su pensamiento claramente relativista.

Platón describe, en su Diálogo Protágoras, el encuentro de Sócrates con Protágoras en casa de Calias1. Allí se discutía la naturaleza de la virtud y también la forma de enseñarla2. Nuevamente en La República Platón se refiere a los sofistas con cierto escepticismo: “… todos esos simples particulares, esos doctores mercenarios que el pueblo llama sofistas, y que juzga que las lecciones que dan son opuestas a lo que el mismo pueblo cree, no hacen otra cosa que repetir a la juventud las máximas que el pueblo profesa en sus asambleas, y a esto llaman enseñar sabiduría…” 3.

Vayamos a nuestra realidad de hoy.

Acaba de promulgarse la ley de aborto voluntario en nuestro país. La Ley 27.610 del 30 de diciembre de 2020 establece que el aborto inducido es legal y gratuito, en los casos ya habilitados desde 1921 (aborto terapéutico y en caso de violación), o en todos los demás casos cuando la gestación no supere la semana catorce, incluida.

Personalmente creo que, en alguna medida, es la consecuencia inevitable de una secuencia de eventos que capitalizaron para la ciencia – y especialmente para la medicina – el concepto de pre-embrión a partir de un recurso lingüístico ilegítimo al mejor estilo de los de los antiguos sofistas griegos.

Hace más de un siglo, y en consonancia con algunos nuevos rumbos adoptados por la filosofía europea, la ciencia comenzó a centrar con intensidad sus intereses en el análisis del lenguaje en desmedro de los de la ontología. A eso se lo llamó el giro lingüístico.

Para Wittgenstein, filósofo austríaco de principios del siglo XX, el significado de una palabra está dado por su uso en el lenguaje. Este significado es comprendido dentro de los llamados juegos de lenguaje de una determinada comunidad en el seno de la cual se los emplea. En otros términos: cada grupo humano consensuará el sentido del lenguaje empleado que, de esta manera, adquirirá legitimidad. Es precisamente en este concepto discutible donde podemos encontrar la respuesta a algunos los atropellos que hoy ocurren en el quehacer científico.

En el siglo XXI – tal vez como nunca – conocimiento significa poder. Este hecho actual, crítico y complejo, también incluye riesgos.

Hoy, mediante el uso de los servicios de la técnica, el hombre colabora – pero en ocasiones también atropella – a su entorno natural. Grandes exploraciones, a cielo abierto, en busca de minerales en las entrañas de la tierra; deforestación y su consecuente cambio climático; biotecnología y desprecio por la vida humana naciente; son apenas ejemplos de lo que pueden los excesos cuando el hombre

se ha olvidado del uso de su conciencia moral. La muerte de millones de embriones tempranos, al servicio de nuevas técnicas de laboratorio nos permite comprender la enorme vulnerabilidad de la medicina-ciencia, que pierde velozmente su sentido social y humano.

Ya en nuestros días Karl Popper afirmaba que el conocimiento sólo llega a ser tal cuando se lo comunica4. De modo que el científico expresa sus saberes por medio del lenguaje. Sin embargo el lenguaje juega, con respecto a la ciencia, un papel que trasciende el de mero vehículo del saber. Este papel fundamental que la ciencia otorga al lenguaje es, en ocasiones, materia de manipulación. Las formas del lenguaje a veces persiguen – más allá de la necesidad de explicitación del concepto y de comprensión por parte del interlocutor – la segunda y a veces secreta intención de maquillar el contenido del discurso mediante el cambio de su forma externa, de su sintaxis. Este proceder tiene eventualmente consecuencias que exceden el terreno de la ciencia.

Algo así ha ocurrido en reproducción humana, cuando se introdujo – a partir del informe Warnock del año 1984 – el concepto pre-embrión en lugar de embrión humano temprano, para otorgar un marco legal y moral a los procedimientos de fertilización in vitro5. Simplemente, a través del recurso lingüístico se intenta cambiar la categoría ontológica del ser, es decir: su esencia.

Conviene preguntarnos: ¿Qué “cosa” es un pre-embrión? Repasemos los hechos de la biología:

En el proceso incipiente de desarrollo del embrión humano, la fertilización señala la constitución de la célula-huevo o cigota, mediante la restitución del número cromosómico de la especie a partir de la fusión de los núcleos del óvulo y del espermatozoide. Esto es lo que sucede cuando permitimos actuar a la naturaleza.

En nuestra especie la singamia se completa dentro de las primeras doce horas posteriores al primer contacto del espermatozoide con el óvulo maduro. La división celular inicial de esta célula-huevo ocurre aproximadamente 30 horas después de la singamia. Comienza entonces el proceso que se conoce con el nombre de segmentación que tendrá lugar mediante sucesivas divisiones celulares. Las células hijas, producidas por mitosis, reciben el nombre de blastómeras. Aproximadamente 3 días después de la fertilización, la cigota ya con 16 blastómeras y con el nuevo nombre de mórula, hace su aparición en el útero materno. Hasta ahora estaba flotando en la trompa. En el 4º día se forma una cavidad central en esta pequeña masa celular que desde ahora llamaremos blastocisto, y en él diferenciamos claramente dos zonas: de una de ellas se originarán las estructuras de fijación del embrión en la pared interna del útero (futura placenta); y la otra dará lugar al embrión propiamente dicho. Al 5º día ocurre la implantación en el útero. En el período que transcurre entre el 7º y 12º día se observa la aparición de la cavidad amniótica, en contraste con la cual se diferencia el disco embrionario, en el que a partir del día 14° o 15° ya se vislumbra el eje craneo-caudal, y las tres capas celulares primitivas en el embrión: endodermo, mesodermo y ectodermo. Hacia la 4º semana se inicia el desarrollo del sistema nervioso central. A partir de aquí, ya está prácticamente todo definido en la organización estructural del nuevo ser. Le falta crecer y completar su desarrollo.

Analicemos ahora los “conflictos” de la ciencia:

En el año 1984 el Parlamento Europeo solicitó al Gobierno Británico la elaboración de una reglamentación sobre el empleo de los embriones que se manipulaban en los – ya difundidos – procedimientos de fertilización asistida. El Comité de Investigación sobre Fertilización y Embriología Humanas, establecido por el Gobierno Británico, definió el límite de 14 días en la edad del embrión humano que podía ser objeto de investigación científica y descarte. Este límite establecía su fundamento en el hecho de que aproximadamente el día 14° de edad embrionaria es el momento en que se vislumbra el eje cráneo-caudal y se puede establecer con un buen margen de certeza que se trata de un solo embrión y no de una gemelación monocigótica. En su informe final, que se conocería luego con el nombre de Informe Warnock, el Comité aclaraba que este límite de tiempo fue un compromiso totalmente arbitrario adoptado “…con objeto

de mitigar la ansiedad pública y conceder a los científicos el mayor tiempo posible para la investigación embrionaria”. Asimismo consignaba que: “…cuando ha empezado el proceso de desarrollo, ningún estadio particular del proceso de desarrollo es más importante que otro; todos forman parte de un proceso continuo…”, de modo que, “biológicamente, no existe en el desarrollo del embrión ninguna fase particular antes de la cual el embrión “in vitro” podría dejar de ser mantenido en vida” (parágrafo 11, n° 18).

Sin embargo las controversias en el seno del Comité, entre quienes consideraban que el embrión humano en todas sus etapas es plenamente persona, y quienes insinuaban una etapa pre-humana del desarrollo embrionario, llevó a Mary Warnock a proponer la solución a partir de la instalación del concepto de pre-embrión. De esta manera se fijó el término de 14 días post-fertilización como plazo máximo dentro del cual estaría permitida la destrucción embrionaria, referida especialmente a los embriones “in vitro”. Este criterio fue rápida y ampliamente difundido en el ámbito científico y adoptado como criterio jurídico, siendo uno de los primeros textos legales la “Recomendación 1046”, aprobada el 24 de septiembre de 1986 por la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, en la cual se establece que: …”se ha de impedir la conservación de los embriones fecundados in vitro – y que no vayan a ser implantados – a partir del día 14 después de la fecundación (excluyendo el tiempo de la eventual congelación)”.

Para muchos resulta imperioso evitar la tentación de “personificar” al embrión. Si se aceptara universalmente que un embrión humano temprano es en su esencia lo mismo que un niño o un adulto, una parte por lo menos de la investigación científica en este campo podría enfrentarse a problemas científicos, legales, sociales, políticos, o de conciencia. Seguramente surgiría de inmediato la ilegitimidad de muchos trabajos de fertilización en el laboratorio. Pero, como ocurre eventualmente en el ámbito de la ciencia, a cada “problema” hay que buscarle rápidamente su “solución”. En este caso esa “solución” ha venido de la mano de los recursos lingüísticos. Siempre queda la posibilidad de modificar el estilo de la narrativa haciendo de una pragmática una semántica. Sin

dudas, éste ha sido el procedimiento adoptado: simplemente apelar a Wittgeinstein y recurrir a sus juegos del lenguaje.

Nunca fue realizada la revisión bioética prometida en el mismo informe. Algo de esto ya lo anticipaba la UCA, en el año 2009, en su un trabajo titulado: Informe Warnock: revisión y reflexión bioética a los 25 años de su publicación.

Sigue siendo descorazonador observar que eventualmente algunos foros que proclaman rigurosidad en asuntos de investigación científica sean capaces de apelar a engaños y sofismas, fundamentados en conceptos filosóficos erróneos, para justificar procedimientos que están por fuera de las normas bioéticas más elementales como es el del respeto por la vida humana.

1 Platón. Protágoras. Editorial Losada. Buenos Aires. 2006. Pp. 111-113.

2 Platón. Ibídem cita 1. P. 23.

3 Platón. La República. Edicumunicación S.A. Barcelona. 1999. P. 222.

4 Popper, K. La Lógica de la Investigación Científica. Editorial Tecnos. Madrid, 2003.

5 El Informe Warnock, emitido por el Comité de Investigación sobre Fertilización y Embriología Humanas, establecido por el Gobierno Británico en 1984, ha sido uno de los vehículos de difusión del término pre-embrión, según el cual se establece el límite de 14 días como legalmente aceptable para la investigación embrionaria. Este criterio ha sido adoptado en Gran Bretaña y en muchos otros países del mundo.