Dra. Raquel Bolton

El siglo XXI, señala a la mujer como protagonista de un nuevo paradigma preparándola para descubrir su vocación de mujer dentro del plan de Dios y dotándola de fortaleza necesaria para sostener la fragilidad humana ante el dolor y el sufrimiento.

La realidad biológica y psíquica de la mujer la constituye en el ser al que Dios ha elegido desde el inicio de los tiempos para darle el don de la Maternidad.

Entre los valores que están vinculados a la vida de la mujer, se encuentra la capacidad de poder albergar una vida. Llamada por Dios a la vocación de la maternidad, le confiere una forma de amor que le permite donarse y realizarse plenamente.

Ser madre está unido a la estructura personal de la mujer, que es vivida en la dimensión personal del don, que se traduce en su manera de expresar el amor, de vivir las relaciones interpersonales y en la misión que Dios le confiere en la vida. La afectividad entendida como capacidad de amar y ser amado es una dimensión fundamental en la persona humana, que anclada en la sexualidad se manifiesta en la mujer con características propias de expresión. Su delicada intuición, su capacidad de empatía y comprensión, le posibilitan encontrar formas de realización personal, aún en la circunstancia donde no hay generación biológica.

Durante el Pontificado de Juan Pablo II, la dignidad de la mujer se ve reflejada en varios documentos, considerados a la luz de la Palabra de Dios. En la Carta Apostólica “Mulieris Dignitatem”, se muestra el aporte de la mujer en el progreso científico y técnico, manifestando el Papa que ésta no es la única dimensión, ya que es más importante la dimensión ética y social y es aquí donde hace mención al “genio de la mujer” al agradecer a tantas mujeres, comprometidas con diversos sectores de la actividad educativa.[1]

San Juan Pablo II en la carta a las mujeres publicada en el año 1995, nos comparte un agradecimiento al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo, un agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer, por lo que representan en la vida de la humanidad.

“Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.

Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.

Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.

Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.

Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta « esponsal » que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.

Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.”

La mujer como protagonista de un nuevo paradigma, está llamada a contemplar el rostro de la Virgen María, don para su Hijo y también para nosotros. Ella que es fuente de inspiración, acompañe nuestra vocación de servicio como modelo y guía de vida.

[1] Bolton, Raquel 2011 Volver al Camino de la Vida. Edit. DCy M Buenos Aires- Argentina

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