Dr. J.Mª. Simón Castellví

Presidente de la FIAMC (2006-2014)

Recibo con júbilo la noticia de que el Parlamento Europeo ha condenado la gestación subrogada (1), los llamados “úteros de alquiler”. Y los ha relacionado claramente con el tráfico de seres humanos. Sin embargo, la experiencia me dice que ya veremos a dónde realmente llevará esta importante decisión. El documento aprobado contiene también elementos inquietantes sobre la protección del matrimonio y de la vida humana naciente.

Las leyes y normas sobre la vida se aprueban y modifican continuamente, casi siempre a costa de los más débiles. Cuando una norma los favorece, difícilmente se cumple o se hace cumplir por aquellos que han jurado o prometido cumplir y hacer cumplir las leyes y cobran por ello. Y si una población es más bien provida, se buscan otras fórmulas para aprobar lo más infame (véase la sentencia Roe versus Wade (2) que legalizó el aborto provocado en los EE.UU.).

Aunque sea impopular afirmarlo y los cristianos somos más propositivos que combativos, no podemos obviar una realidad universal puesta ya magistralmente por escrito por San Juan Pablo II: nos hallamos ante un combate singular entre la Cultura de la Vida y la Cultura de la muerte (3).

Las enseñanzas de la Iglesia en materia de transmisión de la vida son completas, coherentes, se anclan en las leyes de la naturaleza, evitan muchísimos problemas, sufrimientos y problemas éticos, acercan a Dios creador y además hacen felices a millones de personas en todo el planeta.

No ocultaré que el esfuerzo y los sufrimientos nos acompañan siempre, también cuando queremos ser padres. Nuestra misión es difícil pero no imposible. Lo mejor que podemos hacer los médicos católicos (y no descarto tampoco a los demás) es hace buena Medicina, buena Obstetricia.

Como es natural, no pretendemos que los esposos acepten la Humanae vitae y solo ella (4) a pelo. Es en ver y aceptar al Dios creador y redentor, su gracia, sus mensajes y sus sacramentos como se puede vivir mejor una enseñanza que es para bien de todos.

La unión de uno con una para siempre, que utilizan el don de la sexualidad y procrean responsablemente respetando los ritmos fértiles de la mujer, trae más felicidad que desventuras. No podemos aceptar que los seres humanos sean “producidos” en un laboratorio, obviando el amor de los esposos, descartando (5) a los embriones sobrantes o “defectuosos”. No podemos aceptar que unas madres gesten por otras unos hijos que tendrán unos padres siempre en conflicto. ¡Bastante tenemos con los accidentes y los problemas añadidos que causamos voluntariamente los humanos!

La aceptación acrítica de los medios anticonceptivos, con sus indudables toxicidades (4) y problemas antropológicos, contrasta con la posibilidad de utilizar los medios naturales de regulación de la fertilidad en caso de ser imprescindibles.

Los hijos son un don recibido que se valora más cuando reflexionamos en que no somos capaces ni de “construir” una sola célula de sus cuerpos: se desarrollan con un empuje que nosotros no controlamos y solo podemos facilitar con dedicación de padres o profesionalidad de médicos.

(1) http://www.fiamc.org/bioethics/gestational-surrogacy-condemned-by-european-parliament/

(2) https://supreme.justia.com/cases/federal/us/410/113/

(3) http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031995_evangelium-vitae.html

(4) http://www.fiamc.org/bioethics/humanae-vitae/

(5) http://www.fiamc.org/texts/holyfather/holy-father-to-fiamc-mater-care-international/