Dr. Ricardo T. Ricci

La genial Isak Dinesen cuenta en “Soñadores” la historia de tres individuos, a los que une cierta amistad mientras realizan un viaje en una pequeña embarcación aguas arriba del Nilo. Dos de ellos, Lincoln y Mira conversan afablemente de temas varios, se entrelazan además, narraciones, anécdotas, y cuentos locales. Mientras esto sucede, Said, sentado en la proa no participa del dialogo, por el contrario, se halla ensimismado en un ostensible silencio, su semblante atento, apenas crispado, sus ojos llenos de Nilo y de horizonte. 

En un momento dado el inglés Lincoln advierte esa actitud y le pregunta a Mira:  

“¿Por qué no dice nada Said? —preguntó Lincoln a Mira. Said alzó los ojos y sonrió; pero siguió sin abrir la boca. —Porque piensa —dijo Mira—. Le parece sosa nuestra conversación. — ¿En qué piensa? —preguntó Lincoln. Mira meditó un momento. —Bueno —dijo—, una persona con inteligencia tiene sólo dos cursos de pensamiento, al parecer. Uno es: ¿qué voy a hacer a continuación…, esta noche, o mañana? Y el otro: ¿qué pretendía Dios al crear el mundo, el mar y el desierto, el caballo, los vientos, la mujer, el ámbar, los peces, el vino? Said piensa en lo uno o en lo otro.”[1]

Después de semejante respuesta, un silencio de pasmo los invade a ambos. Hay alguien, que sentado en la proa, observa y guía la deriva de la pequeña nave. Hay alguien que se ocupa del asegurar las etapas y la meta del viaje.

Está absolutamente atento a las cosas presentes y a la vez, ya que es inteligente, a los interrogantes fundamentales del hombre: Primero, que es lo que me depara y pretendo hacer con ello en el futuro inmediato. Traducido: ¿Cómo sigue en lo inmediato mi existencia?

Segundo: ¿De qué se trata esto de ser un existente entre seres? ¿Qué providencia me ha arrojado a un mundo incierto y por momentos hostil? ¿En qué mente delirante, o en cuáles coordenadas de un impredecible e improbable azar, se gestó esto que estoy siendo? ¿A caso hay algo en la naturaleza que certifique que mi estado de conciencia significa una ventaja, no evolutiva, esencial.

Son las preguntas del que permanece solo en la soledad de la proa, se lo pregunta por él y por todos.

Si mientras estás distendido y pasándola bien, constatas que la proa esta bajo custodia, continúa en lo tuyo; si por el contrario adviertes que la proa se encuentra vacía. ¡Levántate y ve a ocupar ese lugar!

En algún momento tenía que ocurrir, has sido llamado a tomar el control, a decidir el derrotero, a asumir la responsabilidad de que todos lleguen al final del viaje. ¡Has sido elegido para llenarte los ojos de camino y horizonte! No nos puedes defraudar.

Ya sabes: primero estudiar la realidad para definir inteligentemente los próximos pasos, y segundo, escarbar en lo profundo de la existencia en busca de una razón que satisfaga la sed insaciable de respuestas, encontrarle un sentido, un propósito a esa existencia que nos quema las manos, que nos vuela los sesos y que se encuentra encubierta en un inquebrantable velo de misterio.     


[1] Isak Dinesen. “Los soñadores”

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