Cabeza, y vida, ensangrentada, atormentada

Reina, coronado con una corona de espinas. Reina desde el trono – sublime – de la santa cruz.

Si el hombre hubiera permanecido inocente, el Señor no hubiera tenido que padecer. Es el pecado voluntario el que clava a Jesús en el madero.

Su amor quiere estar con nosotros. Pero nosotros estamos llenos de mal. Y Su Inocencia Infinita sólo puede estar verdaderamente con nosotros atravesado en Sus santas llagas.

Decía Benedicto XVI: “En un mundo tan marcado también por el mal, el “Logos”, la Belleza eterna y el “Ars” eterno debe aparecer “caput cruentatum” (con la cabeza, y vida, ensangrentada, atormentada). El Hijo encarnado, está coronado de espinas; y, sin embargo, precisamente así, en esta figura doliente del Hijo de Dios, comenzamos a ver la belleza más profunda de nuestro Creador y Redentor; podemos en el silencio de la “noche oscura” escuchar sin embargo la Palabra. Creer no es otra cosa que, en la oscuridad del mundo, tocar la mano de Dios y así, en el silencio, escuchar la Palabra, ver el Amor” (“L’Osservatore Romano”, 3-3-2013, pág. 2).

Él es Inocencia y Sabiduría infinitas. Y su sabiduría, si fuéramos inocentes, aparecería diáfana a nuestra inteligencia virgen. Pero el mal, el pecado, hace que nuestra mente, nuestro espíritu, tenga nieblas y cataratas espirituales, por lo que apenas llega a nuestra vista espiritual la luz que brilla sin medida. Y así la Sabiduría, para llegar a nosotros, renuncia al razonamiento y se viste de dolor: llega a nuestro corazón desde el árbol sufriente de la cruz. Rey es, pero rey crucificado.

Esta es la sabiduría de un Dios loco de Amor: La necedad, la locura, de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres. Doblemos las rodillas y adoremos a un Dios que – siendo sabiduría sin límites – argumenta con su propia vida entregada, para salvarnos de nuestra malicia y ganar nuestro pobre corazón.

Su cabeza, sede de la inteligencia sin límites, está cruelmente atormentada: Es como si aceptase nuestro tormento intelectual y espiritual por nuestra falta de fe y amor, con tal de convencernos de su bondad, de su misericordia infinitas.

El razonamiento de los razonamientos es esa entrega que es amor. Como si dijera que el Amor es más que toda inteligencia y sublima todo razonamiento: En el trono sangrante está el amor mismo, el Amor sustancial.

Y más que querer humillarnos con su superioridad intelectiva se abaja al silencio apenas roto por el “perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Déjanos Señor amarte con locura ya que tu amor es de locura divina.

Te damos todo y sobre todo te damos nuestro corazón aridecido por tantas culpas, para que lo hagas nuevo como el de un niño inocente, aunque con el conocimiento de un adulto.

Javier Garralda Alonso