“Desgraciado el hombre que todo lo conoce (todo lo creado), pero a Ti te ignora” (San Agustín)

Que continúa: “Feliz quien te conoce, aunque ignore todo lo demás” “Y quien te conoce a Ti y a todo lo demás, sólo por conocerte a Ti es feliz, no por lo demás”. (San Agustín, citado en Suma Teológica I-I, c. 12, a. 8, ad 4, por Sto. Tomás de Aquino).

Y, antes, Sto. Tomás escribe: “Sin embargo, si se viera a Dios sólo, que es fuente y principio de todo ser y verdad, de tal forma colmaría su deseo natural de saber, que no desearía ninguna otra cosa, y sería feliz” (Ibídem)

Y para hacerlo intuitivo comparemos la hora postrera del sabio según este mundo y del ignorante que conoce a Dios:

¿De qué le sirve a un hombre saber todas las cosas de este mundo, de la ciencia, de las artes, etc., si cuando se muere se siente solo frente a un universo vacío y hostil?

¡Cuánto consuelo tiene, en cambio, un hombre sencillo que ignora todos los saberes humanos, pero que cuando muere reclina su cabeza en Dios, Padre amoroso! 

“Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti”, dice el propio San Agustín. Sólo en el conocimiento por sencillo que sea de Dios descansa nuestro corazón.

¿Significa esto que los saberes humanos son malos? En modo alguno: Conocer la naturaleza y el saber científico pueden ser un camino precioso hacia Dios. El buen sabio, que no niega a Dios, puede beneficiar grandemente a la humanidad, es una bendición del Cielo. En cambio, quien emplea su saber para fabricar armas que pueden destruir a la humanidad, profesa una ciencia maldita.

El apetito desordenado de saber produce nieblas, inquietud e idolatría, siquiera sea la que se viste de científica. Y hay filósofos que intentan temerariamente penetrar con la mera razón en el misterio de Dios y conciben un dios extraño que justifica los crímenes de la historia. Que da pie a una libertad omnímoda que se envanece del mal, del pecado, como si fuera progreso. Como si apartándose de Dios y mitificando su “yo”, el hombre pudiera ser feliz. Pero nuestro yo busca reposar en el amor perfecto. Y “el sueño (o desvarío) de la razón produce monstruos”.

Sobre este saber desordenado nos advierte la Sagrada Escritura: “La ciencia hincha, la caridad edifica” (sin amor la ciencia es hojarasca sin fruto) (Corintios I, 8, 1) Y un sabio israelita nos dice sobre la relativa insatisfacción que produce el mero saber humano: “…creciendo el saber, crece el dolor” (Eclesiastés, 1, 18).

Y concluyamos con las palabras certeras de Santa Teresa de Jesús en una conocida copla:

“Quien a Dios tiene, nada le falta”. “Sólo Dios basta”

Javier Garralda Alonso