Hay verdades que impulsan a un equilibrio psíquico. Y verdades, o falsedades, que son incompatibles con tal salud de ánimo. Si algo es incompatible con la salud interior, podemos inclinarnos a pensar que es falso. Ya que de lo contrario sería verdad lo que nos volvería locos.

Y si a las necesidades físicas básicas corresponde algo que realmente las satisface, así tenemos hambre y sed y existen alimentos y agua, con mayor motivo, a nuestras necesidades psicológicas más importantes corresponderá una realidad que las colma: la auténtica verdad. Por tanto, es irracional o falso aquello que nos condenaría a volvernos locos. Y si algo fundamental es necesario para estar cuerdos, podemos inclinarnos a aceptarlo como cierto.

La creencia en un Dios bueno nos llena de optimismo vital. Y la creencia en un Dios que perdona nos reconcilia con nuestros errores y debilidades. De modo que ambas creencias son un bálsamo de salubridad íntima. Y, en cambio, los sentimientos de desesperación proceden del engaño, o del engañador, porque Dios está dispuesto a perdonar incluso grandes crímenes, con tal de que le pidamos perdón con sinceridad.

Venía a decir el converso G. K. Chesterton que el paganismo es alegre sobre pequeñas cosas y pesimista frente a las cuestiones cruciales de la vida. Y que, en cambio, el cristianismo es severo con algunas cosas menores y alegre respecto a las cuestiones fundamentales de la vida.

Los psiquiatras han señalado cómo la Fe es un factor curativo de diversas dolencias psíquicas. Ya que hay que observar, y al cristiano no le extrañará pues Jesús nos invita a tomar la cruz, que la salud fundamental en temas vitales puede coexistir con el dolor psicológico, aunque esa higiene básica ayuda a dar un sentido incluso a tal sufrimiento. Así, es compatible una paz interior general con diversas angustias y padecimientos interiores. Por ejemplo, Santa Teresita del Niño Jesús tenía una Fe y una paz marcadísimas, y, con todo, no le fueron ahorrados intensos padecimientos íntimos. Sufrió así duras tentaciones contra la misma Fe, que ella ofrecía precisamente para que Dios concediese el don de la Fe a los incrédulos.

Y, siguiendo con el tema, hay verdades que nos apoyan y nos obtienen la victoria y nos ayudan a reencontrar la paz en los sufrimientos psicológicos y espirituales. Como resumen hemos de creer que todo lo que Dios permite es para mayor bien. Y que no nos dejará en el desierto de la vida sin que hallemos oasis de reencontrada paz y alegría. Y la presencia de Dios es fuente de fortaleza incluso en las más enconadas preocupaciones o dolores.

Los pesimistas ateos, con razonamiento que veremos que es falaz, afirman que creemos en Dios porque tenemos necesidad de consuelo y así nos inventamos a Dios. Pero, ya están afirmando que necesitamos a Dios. Y a toda necesidad básica de orden físico vemos que se corresponde algo realmente existente que la satisface. Es como si dijeran a un animal que acuciado por el hambre busca alimento: “como tienes hambre sueñas con algo que la calme, pero sabe que es una ilusión porque el alimento no existe”. Precisamente porque tenemos hambre y sed sabemos que existen alimentos y agua. Y si tenemos hambre y sed de Dios es que Dios existe. ¿O son de menos categoría las necesidades psicológicas que las físicas?

De todos modos, dada nuestra pobreza, todos hemos de pedir que el Señor aumente nuestra Fe. E incluso el ateo puede hacer suya la oración condicional de Charles de Foucauld, ateo convertido: “Dios mío si existes, házmelo saber”.

Javier Garralda Alonso