Entre los ídolos humanos figura la ciencia despojada de verdad espiritual, de fin bueno, de amor verdadero, de sabiduría. (Véase María Valtorta, mística italiana, en “Cuadernos de 1945 a 1950”, página 556).

Que en la página 560 nos plantea los siguientes interrogantes claves:

“¿Es lógico, puramente lógico y racional, que se pueda admitir el milagro del caos que se ordena a sí mismo y por sí genera la célula, ésta se desenvuelve en especie y esta especie en otras cada vez más perfectas y numerosas, al tiempo que se sostiene que Dios no pudo hacer por Sí toda la creación?”

En nuestra experiencia diaria, de una piedra inerte nunca surge un ser vivo, o de un ser vivo no inteligente nunca aparece un ser vivo consciente e inteligente. Es un principio lógico que de lo que es “nada” en un aspecto no puede brotar lo que es “algo” en ese mismo aspecto, y así como de la “nada absoluta” no puede proceder ningún ser, así también de la “nada relativa” no puede proceder el “ser relativo” que tiene esa propiedad, de la que su origen carece. O bien, nadie da lo que no tiene.

Sin embargo, esto, que es intuitivo en la vida cotidiana, se pasa por alto, se contradice sin que nos demos cuenta, se viola, cuando los modernos pseudocientíficos ponen los orígenes de la vida y de la inteligencia en una sopa inorgánica primigenia o en una célula viva inconsciente.

En realidad, mientras se renuncia a dejar la puerta abierta a Dios todopoderoso, pensando, más o menos conscientemente, que es demasiado para la arrogante racionalidad científica admitir un ser que lo puede todo, no se tiene empacho en dejar entrar por la ventana un ídolo, siquiera sea una artificial construcción intelectual, al que se le confiere la omnipotencia de que de él todo procede.

De manera que se erige una “sopa inorgánica primigenia” o una “célula primitiva” en causa de todo ser vivo o de todo ser inteligente. Es decir, se dota, en la práctica, de todo poder a un ser inanimado o inconsciente, — eso sí aderezado de terminología científica y con la vitola del transcurso de millones de años – se le confieren cualidades que sólo pertenecen a Dios. Y huyendo de Dios, causa de las causas, se comunica su nombre excelso a ídolos fabricados por una inteligencia humana enfermiza.

Ya el científico Pasteur demostró la falsedad de la teoría de la “generación espontánea” que prevalecía en su época y que mantenía que de un montón de basura nacían los gusanos porque sí, que no otra cosa quiere decir que se generen “espontáneamente”. Pasteur demostró que los seres vivos, que aparecen en los montones de detritus, nacen de gérmenes microscópicos vivos; de manera que si se somete esa materia a un proceso que mate esos gérmenes (cociéndolo, por ejemplo), nada vivo nacerá de ella.

Mas, resultaría que para el conjunto de los seres vivos, se aplicaría, modernamente, esa anticuada y desprestigiada teoría. Pero sigue siendo cierto, también para el conjunto de lo vivo, que algo con vida sólo puede proceder de algo con vida. Así como que algo inteligente sólo puede provenir de algo o alguien inteligente.

Ya el gran filósofo Aristóteles señalaba lúcidamente que, hablando en términos absolutos, antes de que se dé un proceso por el que llegue a existir un ser que estaba en embrión, es necesario que preexista un ser en el que lo que llega a ser, ese ser en germen, esté ya en acto (exista presentemente). De modo que toda vida que aparece supone que ya existía un ser con vida y toda inteligencia que aparece exige que exista antes un ser inteligente. O bien que antes que “el ser en potencia” (o en germen) tiene que existir “el ser en acto”, (que “es” presente y efectivo). (Aristóteles había llegado, usando la razón, a la noción de la causa de las causas, de Dios, origen de los demás seres)

Nadie puede subir a la cúspide de una montaña si la montaña no existe. Si uno caminara, en cambio, hacia la nada, nada aparecería, a ningún sitio subiría.

Así se hará preciso, incluso para dotar de coherencia lógica y racional a una supuesta evolución, que, para justificar la aparición del conjunto de los seres vivos e inteligentes, preexistan la vida y la inteligencia, es decir, que exista Dios, que es eternamente vida e inteligencia.

Y por tanto la razón implícita de algunos fanáticos de la evolución, es decir prescindir de Dios, no puede sostenerse lógica y racionalmente.

Pero si es preciso afirmar la existencia de Dios omnipotente, Él puede tanto crear todo de la nada en un momento, como a lo largo de miles de años.

Y la teoría de la evolución, en el mejor de los casos, no explicaría nada, o no sería necesaria.

     Una ciencia privada de sabiduría se parece a un hombre que palpando lo inmediato, grita “lo toco” “es real”, mientras cierra los ojos y no usa la vista luminosa que le haría ver todo y en perspectiva, que le haría capaz de remontarse y contemplar hasta el sol (por más que no lo tocara con sus dedos).

Javier Garralda Alonso